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“¡Tenemos la leche!”



El reportero irrumpió en la sala de prensa con la emoción de quien se sabe en poder de una primicia. Era solo el segundo día del juicio en el Senado por el impeachment de Donald Trump, y ya se había materializado una de los más anticipados desafíos a la legalidad. “¡Tenemos la leche!”, le dijo el cronista a una de sus compañeras. Así era. El republicano Tom Cotton había sido avistado introduciendo un vaso de leche en la sala durante el tercer juicio a un presidente en la historia de Estados Unidos.
La leche, hasta ese momento, había sido objeto de debate. Condenados a permanecer en silencio durante jornadas maratonianas, privados de la compañía de cualquier artilugio electrónico, se rumoreaba que, además de agua, con o sin gas, los senadores podían también beber leche. Pero hacía falta un valiente para poner a prueba a los custodios de las costumbres del Capitolio. Interrogados por The Wall Street Journal, los historiadores del Senado señalaron que existe “evidencia anecdótica” de que, en los últimos años, se ha permitido a los legisladores beber leche.
El café está prohibido. Sobre eso no hay discusión, para desgracia de algunos senadores a los que se ha creído ver sucumbiendo al sueño en sus pupitres. Es el caso del demócrata Mark Warner, que permaneció durante 20 minutos con la cabeza acostada sobre su brazo derecho, cubriendo su rostro con la mano. También pareció dormirse Jim Risch, republicano de Idaho, durante la exposición de los demócratas, aunque una portavoz del senador aclaró que probablemente estaba simplemente escuchando “con los ojos cerrados o entornados”, algo que aseguró acostumbra a hacer cuando presta mucha atención.
Descartadas las sustancias estimulantes, nueve días de proceso han permitido a los senadores indagar clandestinamente en una variedad de herramientas para combatir el tedio. Al republicano Rand Paul se le pudo ver haciendo un crucigrama y hasta un avión de papel, y a la demócrata Elizabeth Warren, que aspira a enfrentarse a Trump en noviembre, una reportera la cazó entregada a un juego de papel no identificado.
A pesar de que tienen prohibido comer en la sala, el consumo de dulces ha quedado ampliamente documentado. Siguiendo una costumbre instaurada en 1968, existe el “pupitre de los caramelos”, que actualmente ocupa el republicano Pat Toomey. Situado convenientemente junto a la salida central, esconde bajo su tapa una reserva de chucherías a disposición de todos los senadores. Lo correcto es meterle mano al salir de la sala, pero estos días los dulces han circulado durante las sesiones. “Si esto sigue así, vamos a engordar todos cinco kilos”, lamentó el republicano Ron Johnson en The Wall Street Journal.
A varios senadores se les ha visto leer libros. La republicana Marsha Blackburn eligió un título elocuente: Cómo los odiadores de Trump están rompiendo Estados Unidos, de Kim Strassel. “Ofrece buenos elementos para entender este procedimiento”, explicó, y apeló a su condición de madre trabajadora para justificar su capacidad de compaginar la lectura con otra actividad: “Las mamás ocupadas somos las mejores en la multitarea”.
La llegada el miércoles del turno de preguntas fue vivida como una liberación. Pero una liberación moderada. Acostumbrados a lucirse en los interrogatorios a los cargos nombrados por el presidente que requieren la aprobación de la Cámara alta, en el juicio del impeachment los senadores ni siquiera pueden formular ellos mismos sus preguntas. Deben entregarlas a los jóvenes empleados que se encargan de llenar sus vasos de agua, y estos se las hacen llegar al juez Roberts, que es quien las lee. Ni siquiera se presta a un despliegue de creatividad en la redacción: “¿Podrían responder los gerentes de la Cámara de Representantes a lo que acaban de responder los abogados de la Casa Blanca?”, escribió uno.
Pero la nueva dinámica estrenada el miércoles les permite, eso sí, pasarse notas entre ellos sin temor a ser amonestados, pues aunque durante las exposiciones de las partes no les estaba permitido, no todos renunciaron a la adrenalina de lo prohibido. Como también se saltaron a la torera algunos senadores la prohibición de cuchichear, pese a que cada tarde el sargento de armas les recuerda que deben “permanecer callados bajo pena de prisión”.
Entre todos los rebeldes, si uno brilla por méritos propios es Mitt Romney. Y no solo porque es el senador republicano que más explícitamente ha expresado que estaría dispuesto a desafiar a Trump y votar con los demócratas para conseguir que comparezcan nuevos testigos. Es que, además, esta semana ha osado entrar en la sala no ya con un vaso de leche, sino con una bebida de leche con cacao y, encima, embotellada.


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