Sopla el viento a las 8.30 de la mañana en el Sea Forest Waterway, sede de las pruebas de piragüismo. Sopla el viento, pero el calor es insufrible y el termómetro marca ya los 29 grados. Suena It’s my life a toda pastilla. Canta Bon Jovi: “Es mi vida, es ahora o nunca”. La vida de Teresa Portela es su pequeña Naira, a la que no sabía cómo decirle que este año no podía acompañarla a los Juegos, que tenía que quedarse en Aldán (Galicia) con los abuelos. La vida de Teresa Portela son 20 años en la élite del piragüismo, 20 de los 39 que tiene; más de media vida. La vida de Teresa Portela son 15 medallas mundiales y 17 europeas, pero ninguna olímpica hasta ahora, hasta que gana la plata en la final de K1-200 (38.883), por detrás de la neozelandesa Lisa Carrington (38.120), la dominadora del 200 que suele ganar con una piragua de ventaja, pero no hoy; y por delante de la danesa Emma Jorgensen (38.901).
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Este martes, la única mujer española que ha alcanzado seis citas olímpicas por fin consiguió llorar de alegría en unos Juegos. Con una plata, tan grande como su entrega, y como el grito que pegó en línea de meta. “Me dejé la garganta allí, iba enfurecida”, dice. Y dos horas y media después de la final, cuando vuelve al hangar después de pasar por el control antidopaje, rodeada ahora ya sí, solo de los suyos, bromea: “Si voy a buscarlas, fijo que encuentro mis amígdalas en la línea de meta”.
“Solo ella sabe lo que ha costado esta medalla, las vomitonas por el cansancio, los llantos por la exigencia física. Es muy grande lo que ha hecho Teri”, dice Daniel Brage, su técnico, discreto, silencioso, que siempre huye de los focos. Es una plata que pesa mucho una vez que la tiene en las manos, las uñas pintadas de rojo. Una plata que ha ganado con el alma, tras casi quedarse fuera en la semifinal. Una plata que ha hecho llorar como un niño a David Mascato, su fisio y marido, que vio la final dando saltos de un lado a otro, incapaz de parar quieto, con gorra, gafas de sol y una bandera de España. Y llora, llora sin parar: “Ya me puedo morir tranquilo, lo ha conseguido, lo ha conseguido”, no para de repetir.
Guarda la pala de Portela y saca desde el bolsillo su amuleto. “Mira, son tres piezas de un puzle, un puzle que tenemos Naira, Teri yo, son tres piezas, falta la cuarta, la que habíamos dejado para la medalla de hoy”, explica. Eres la dueña de tu destino son las palabras que hay impresas en el puzle. “Y el destino parecía que no, pero por fin tiene su medalla. La vi después de las semifinales y estaba cabreada porque sabía que no había salido bien. Me dijo que tenía más, que se encontraba bien, que lo iba a conseguir”, dice Mascató. Ya no le queda ni voz.
Y lo dice también Teri, como la llaman todos en el equipo, cuando ya ha terminado de atender a todos los medios de comunicación en la zona mixta. “¿Has visto? Lo sabía, sabía que era capaz de conseguirla”. Y la acaricia, la mima, mientras los voluntarios que vigilan el hangar la aplauden. “Sentía que era para mí, que tenía que ser mía. Ya es mía, soy muy feliz. Es un sueño porque estos son mis sextos Juegos y jamás en la vida imaginé que podría llegar hasta aquí. Cuando fui a los primeros, en Sidney 2000, me sentí muy afortunada y no pensé que se podía repetir. En el 2004 pensé lo mismo: que afortunada que soy de estar aquí. Y así hasta seis Juegos… Y aquí en Tokio sentía que tenía que disfrutarlo; quería una medalla, pero quería disfrutarlo como si no fuese a haber más carreras, y lo disfruté”. Y también hizo disfrutar y sufrir, mucho, a sus compañeros de selección, de los nervios ellos también, Saúl Craviotto el primero, que empezó con ella en el piragüismo.
La piragüista gallega entró a las semifinales de forma directa al ganar su serie del lunes. Advertía su técnico, Daniel Brage, en la víspera que era la semifinal más complicada que podía tocarle porque paleaba con las primeras cuatro del último Mundial. No había margen de error. Y ya la semifinal fue de infarto. No clavó la salida como el día anterior y cuando entró a meta los resultados de la cuarta [el último puesto que daba acceso a la final] a la octava tardaron en salir. En el pantalán, Brage y David Mascato se mordían las uñas esperando a que los jueces analizaran las imágenes de la foto-finish. “¡Cuarta, cuarta por una milésima!”, exclaman el presidente de la federación, Pedro Pablo Barrios, y los demás técnicos del equipo que están en la pista y no consiguen estar sentados en las gradas. “Cuidado que no es oficial todavía”, les dice Brage. Mascato mientras se va corriendo a buscarla al hangar. Un rato después se oficializa el resultado, hay dos cuartas (Portela y la sueca Linnea Stensils) y ambas acceden a la final que, de forma excepcional, contará con nueve piragüistas.
Y otra vez, otra vez después de la final tardan en salir los resultados en la pantalla. Todos tienen claro que Portela es plata, pero de repente aparece como segunda la polaca Marta Walczykiewciz y nadie entiende nada. Son un par de segundos solo, lo que tardan en corregir la gráfica. La polaca es cuarta. Así cuenta Teri cómo lo vivió desde la piragua: “Pegué un grito que dejé allí la garganta. Pensé que había quedado segunda, pero estábamos todas allí y muy igualadas. Iba enfurecida, con toda la tensión acumulada de estos días. Grité para desfogarla y vi la pantalla y vi que no me daban en el pódium, pero yo seguía pensando que sí. Igual era lo que quería mi cabeza. Grité, me desfogué, vi que no estaba en medalla, pero me sentía bien. Sentí que lo di todo, que fui bien en todo momento, enganchada hasta el final. Cuando ya vi segunda, maaaadre mía lo que grité, me dejé el alma ahí de lo feliz que estaba. La que gana está acostumbrada claro, yo en unos Juegos nunca había ganado”.
Portela lleva una vida persiguiendo la medalla olímpica. En Londres 2012, los Juegos a los que mejor llegaba, se quedó fuera del podio porque salió la última, no escuchó el ready, set, go de la salida y aunque protagonizó una gran remontada en los últimos metros no le dio para subir al podio. Y en la cabeza de Mascato, durante la semifinal, manos en la cara viendo la pantalla gigante, debieron de pasársele todas esas imágenes: “Otra vez no eh, otra vez no”. No, esta vez ha sido plata.
Hace 20 años que Teri debutó en el equipo nacional. 20 años de esfuerzos y sacrificios diarios, de lunes a domingo. 20 años de forzar el cuerpo, de luchar contra el tiempo, de intentar arañar centésimas de reloj en cualquier pequeño detalle. En una distancia, además, el K1-200, tan explosiva que es más propicia para atletas más jóvenes. Normalmente, el proceso habitual es pasarse a distancias más largas, de menos potencia y menos sprint y más resistentes. “Pero yo no me rijo por lo normal, si no, estaría calcetando en mi casa. Yo me rijo por las sensaciones que tengo en los entrenamientos, y me siento bien”. Y, de hecho, cuando se le preguntaba qué había significado el aplazamiento de los Juegos de un año, a los que tendría que haber llegado con 38, contestaba que las demás también llegarían con un año más, no solo ella.
Desde hace unos meses lleva puesto en su estado de Whatsapp “No estoy hasta nueva orden”. Es una forma de oficializar que ha entrado en modo competición. “A medida que va llegando necesito estar más centrada en el trabajo, en la recuperación e intento abstraerme”, confesaba en Verducido (Pontevedra) donde terminó la puesta a punto para los Juegos.
Una vez en Tokio, a la pregunta de qué daría a cambio de una medalla, decía que ya dio mucho, todo, y que no cambiaría sus 20 años en la élite por un metal olímpico. “Yo siento que di todo lo que pude: trabajo, muchas horas de entrenamiento, horas quitadas a mi familia un domingo a las ocho de la mañana mientras estaba subida a una piragua. Una medalla olímpica es la leche… pero nadie te da una por llevar 20 años en la élite. Eso para mí vale mucho”. Más vale una plata con 39 años en una distancia en la que las rivales son casi 10 años menores que ella.
En vídeo, ‘La atleta que lucha contra el tiempo’, minidocumental sobre Teresa Portela, la mujer española con más participaciones olímpicas.
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