Tierras raras: El oro del siglo XXI, el arma de China en la guerra tecnológica



Ordenadores, teléfonos móviles, cerámicas avanzadas, coches eléctricos, microondas, fibra óptica, sistemas de iluminación, láseres, misiles, satélites. Todos estos productos, del más común al más sofisticado, necesitan para funcionar de alguno de los 17 elementos químicos que se conocen colectivamente como tierras raras. Unos minerales que pueden convertirse en la próxima arma de China, que acapara el 80% de la producción global, en la guerra tecnológica y comercial que libra con EE UU.
“Estos minerales críticos pasan inadvertidos muchas veces, pero sin ellos la vida moderna sería imposible”, ha declarado esta semana el secretario de Comercio de EE UU, Wilbur Ross, al presentar un informe que designa 35 elementos y compuestos como “imprescindibles para la seguridad nacional y económica” de su país.

Las tierras raras —los quince lantánidos de la tabla periódica y otros dos elementos relacionados, el escandio y el ytrio—, pese a su denominación, no son escasas. El cerio, por ejemplo, es tan abundante en la corteza terrestre como el cobre. El problema es que es difícil encontrar estos minerales en concentraciones suficientes para que merezca la pena su extracción. Una extracción que puede conllevar riesgos medioambientales y para la salud: en los yacimientos pueden estar mezclados incluso con elementos radiactivos, como el torio. Y en el proceso de separación se generan abundantes residuos tóxicos que pueden contaminar el aire, agua y suelo de los alrededores. Estados Unidos solo cuenta ahora mismo con una mina operativa, Mountain Pass, en California.
China, en cambio, es el principal suministrador mundial, con mucha diferencia, gracias a la abundancia de estos elementos en su suelo —se calcula que cuenta con el 37% de las reservas mundiales, según la firma de análisis de mercado Research and Markets—, y una mayor tolerancia histórica a la hora de anteponer el desarrollo económico al cuidado del medioambiente o la seguridad en el trabajo.
A costa de crear serios problemas ecológicos en las zonas vecinas —Baotou, en Mongolia Interior, la principal zona de explotación, arrastra como herencia un ponzoñoso “lago negro”— ha podido ofrecer un producto mucho más barato que cualquier otro competidor, acaparar el 80% del suministro mundial y el 85% de la capacidad global de procesado en sus minas de Baotou, Liangshan (Sichuán, centro del país), Ganzhou (Jiangxi, este) y Longshan (Fujian, en la costa). El otro 20% mundial se reparte entre Australia, Brasil, India, Rusia, Vietnam, Malasia o Tailandia. Incluso la mina estadounidense envía su producción a China para procesarla.
Para Washington, este cuasi-monopolio por parte de un país al que ve cada vez menos como un socio y más como rival estratégico en un número creciente de áreas, representa ahora un problema. Especialmente dado que la demanda no hará sino aumentar en los próximos años, con el desarrollo de sectores como el de los vehículos eléctricos, y que estos materiales son imprescindibles también en el terreno militar, ya que se usan en los sistemas de guiado de misiles o radares, entre otros.
Y Pekín está amenazando, cada vez con menos sutileza, con la posibilidad de limitar sus ventas de estos minerales a EE UU. Es su gran as en la manga en el ping-pong de medidas y represalias comerciales en que las dos naciones están inmersas, teniendo en cuenta que el año pasado, el 80% de las compras estadounidenses de tierras raras procedieron de China, según su Servicio Geológico (USGS).
El 21 de mayo el presidente chino, Xi Jinping, inspeccionaba un centro de procesamiento de tierras raras en Ganzhou, en lo que parecía un primer aviso. Pocos días más tarde, un editorial del Diario del Pueblo, el periódico del Partido Comunista, anunciaba ominosamente: “No digáis que no os lo advertimos”, una frase utilizada antes de entrar en guerra con la India en 1962 y con Vietnam en 1979.
Finalmente, la todopoderosa Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo, responsable de la política económica, indicaba que se planteará “endurecer los controles de exportación (…) y revisar los mecanismos para todo el proceso de exportación” de estos minerales. “Si algún país quiere usar productos fabricados con tierras raras chinas para poner límites al desarrollo de China, el pueblo chino no lo verá con buenos ojos”, advertía el portavoz de esa entidad. El periódico Global Times, por su parte, aseguraba que la prohibición de exportaciones puede ser “un arma muy poderosa en la guerra comercial. No obstante, China la usará principalmente para defenderse. No es su primera opción como arma de ataque”.
En el informe que ha presentado Ross, de 50 páginas, se contempla la extracción de fuentes distintas a las tradicionales, desde el agua de mar a residuos de carbón, o la fabricación de imanes con elementos distintos. “El Gobierno de EE. UU. tomará medidas sin precedentes para garantizar que el país no se queda sin estos materiales vitales”, ha asegurado el secretario de Comercio.
China sigue, mientras tanto, haciendo sonar los tambores de guerra. Esta semana, el organismo ha celebrado sendas reuniones con expertos y con las principales empresas del sector —controlado por seis grandes compañías estatales— para consultar sus puntos de vista. La recomendación se ha repetido en ambas: “control de las exportaciones”.


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