Antonio Sanjurjo (75 años) ha cogido tres autobuses para llegar desde su casa, en Boadilla del Monte (Madrid), hasta la Delegación Territorial de ONCE, en el centro de la capital. Tiene menos de un 10% de visión en el ojo izquierdo desde hace tres años, con el derecho hace mucho tiempo que dejó de ver. Con práctica y una aplicación móvil que le indica por voz los horarios de los autobuses, ha conseguido dominar esta ruta. Hoy le toca otra clase con Elena Almazán, su instructora en tiflotecnología, que le está enseñando a sacarle aún más partido a su teléfono móvil a través del lector de pantallas que los dispositivos inteligentes ya llevan incorporados de serie.
Ambos toman asiento en unas de las aulas de la quinta planta del edificio de ONCE, el lugar donde aquellos que han perdido visión por debajo del 10% se afilian gratuitamente a la organización y aprenden a adaptarse a su nueva vida; según datos de ONCE, unas 3.000 personas anualmente –principalmente mayores de 60 años–. Primero, se les presta un servicio psicológico, fundamental para aceptar su discapacidad, y, después, se les instruye en aspectos fundamentales como la movilidad por la ciudad o el uso de la tiflotecnología (del griego tiflo, que significa ciego) o tecnología adaptada.
“Si ya es difícil vivir sin tecnología para cualquier persona, en el caso de aquellas que padecen discapacidad visual es lo que marca la diferencia entre ser autónomo o estar constantemente dependiendo de los demás”, explica Elena Almazán. Ella es una de los muchos instructores de tiflotecnología que ONCE tiene en todas las provincias españolas, los “tiflos”, como les llaman cariñosamente sus alumnos. Su misión es enseñar a las personas ciegas a desenvolverse con la tiflotecnología, ya sea a través de atajos de teclados en el ordenador que les permiten navegar por páginas webs y el resto del dispositivo, o con dispositivos inteligentes y táctiles, con decenas de gestos de uno, dos, tres y cuatro dedos –cinco, incluso, en el caso de las tabletas–.
“Acuérdate, Antonio, de que, con un toque prolongado de dos dedos, silencias el lector de pantallas. Ahora, ¿te acuerdas de cómo íbamos atrás al menú de aplicaciones?”, le indica a su alumno. En esta clase, Antonio está aprendiendo a descargarse audiolibros de la biblioteca de ONCE, en la que hay más de 70.000 títulos. “Soy un lector impenitente”, se ríe, “y esto era de lo que más ilusión me hacía aprender”.
Las clases de tiflotecnología para adultos son individuales. “Cada persona tiene un nivel de aprendizaje distinto y unas necesidades diferentes”, aclara Almazán, que añade que depende también del uso que vayan a hacer de la tecnología, para trabajar o estudiar, por ejemplo. “La edad y la experiencia previa con la tecnología influyen. A las personas mayores les puede costar un poco más, aunque hay de todo. En cambio, en las personas más jóvenes se nota mucha más destreza”, apunta la instructora.
Para los más pequeños, la introducción al uso de estas tecnologías adaptadas se realiza de manera colectiva en los Centros de Recursos Educativos de ONCE, en los que se les proporciona todo lo necesario para que “puedan ser uno más en el aula de su colegio”. Asier Vázquez (40 años, Bilbao) recuerda cómo su “tiflo” le enseñó a desenvolverse con la tecnología que estaba disponible hace casi tres décadas. Aunque nació con poca visión, hasta los 12 años podía leer con letra aumentada. En la adolescencia dejó de ver por completo. “Cuando no ves nada es cuando te das cuenta de que la tecnología es fundamental para prácticamente todo”, cuenta Vázquez en conversación telefónica. “Cuando yo era pequeño, había cosas que nos facilitaban mucho la vida, como las máquinas de escribir, los anotadores braille, las cintas de casete en las que alguien nos grababa los textos…”, recuerda, “pero nada que ver con lo que tenemos hoy, es increíble cómo ha evolucionado todo desde entonces”.
¿Cómo se adapta la tecnología para las personas con discapacidad visual?
Elena Almazán lleva trabajando como instructora de tiflotecnología desde 1993 y, en su opinión, la mayor revolución tecnológica para las personas con discapacidad visual han sido los lectores de pantalla y los teléfonos inteligentes. “Lo más importante es que ya vienen integrados, da igual el sistema operativo. Antiguamente tenías que comprarte el ordenador y, aparte, el lector de pantalla”, explica.
Aunque la innovación tecnológica ha ido perfeccionando estos programas, siempre hay modelos y versiones que responden mejor que otros. ONCE presta de manera gratuita a sus afiliados uno de los lectores de pantalla más avanzados en la actualidad, Jaws, que sirve tanto para los puestos domésticos como de trabajo, y cuyo precio de mercado está en torno a los 1.000 euros. Del mismo modo, cuando un afiliado de la ONCE comienza a trabajar en una empresa en la que se utiliza un programa informático determinado que no tiene una opción tiflotecnológica, el personal técnico de la organización lo adapta.
En un mundo digital como el de hoy en día es necesario garantizar el acceso universal a la tecnología. “El problema es que la innovación no siempre tiene en cuenta a las personas con discapacidad visual”, apunta José María Ortiz, responsable del departamento de Consultoría e Innovación del Centro de Tiflotecnología e Innovación (CTI) de ONCE, un laboratorio de referencia en España y en el mundo – algunos técnicos han colaborado con gigantes tecnológicos como Microsoft–, situado en Vallecas.
En el CTI, trabajan para revertir esta situación y adaptar la tecnología: “A veces son soluciones muy simples, pero que suponen un cambio tremendo para la autonomía de las personas ciegas”, apunta Ortiz, que pone de ejemplo las placas vitrocerámicas. “¿Cómo puede una persona ciega cocinar si los botones son táctiles? Es bastante complicado”. El CTI ha creado una plantilla en relieve a partir de impresión 3D y adaptada a diferentes modelos de vitrocerámica que permite localizar los botones al tacto.
El acceso universal a Internet, una asignatura aún pendiente
El centro de innovación de ONCE también colabora con empresas para el desarrollo de otras soluciones tiflotecnológicas y evalúa a petición de sus afiliados la accesibilidad de las webs y aplicaciones móviles. “Entre ellas, suelen estar algunas de las más populares y útiles como puede ser la de Amazon”, explica Ortiz. El CTI envía los resultados de su evaluación a las compañías para que mejoren su accesibilidad si es necesario.
En el caso de las páginas web, Asier Vázquez ya sabe a cuáles puede acceder y navegar fácilmente, y a cuáles no: “Hay algunas en las que ni lo intento porque ya me han dicho que es un quebradero de cabeza o directamente es imposible, y prefiero ahorrarme el esfuerzo y el cabreo”, cuenta. Desde 1999, el W3C (World Wide Web Consortium, comité que implementa tecnologías uniformes en el uso y desarrollo de Internet) publica recomendaciones para hacer las páginas webs accesibles a todas las personas, incluidas aquellas con algún tipo discapacidad visual o auditiva.
Estas pautas de accesibilidad web se han ido modificando con el desarrollo de Internet e incluyendo en legislaciones internacionales y nacionales, como explica Sergio Luján, profesor titular de Lenguajes y Sistemas Informáticos de la Universidad de Alicante. En España, la legislación se remonta a principios de siglo XXI y obliga a garantizar unos mínimos de accesibilidad web a las Administraciones Públicas, y posteriores revisiones han incluido también a entes privados de suministros básicos.
“Estas páginas web deben garantizar el segundo nivel de estas pautas –uno de los tres que existen– de acuerdo a diferentes criterios”, aclara Luján. “Por ejemplo, que toda imagen tenga una alternativa textual para que el lector de pantalla pueda describirlo a una persona con discapacidad visual. De la misma forma, los videos que contiene una web deben mostrar siempre subtítulos para las personas sordas. También hay que tener en cuenta el contraste, el tamaño de las letras y los iconos…”, resume Luján.
Sin embargo, todavía existen sitios web, como la página oficial de Moncloa o la de Renfe Viajeros, entre otros ejemplos, que no garantizan las pautas de accesibilidad según la legislación. Como añade Vázquez, otro problema recurrente es que muchas páginas son solo accesibles en la pantalla principal, pero no en el resto. “Es como poner una rampa para acceder a un edificio y que luego dentro esté todo lleno de escaleras”, clama. Aunque existe un régimen sancionador ante la falta de accesibilidad web, “no mucha gente lo denuncia porque tiene que partir de una iniciativa particular y eso implica conocimiento sobre el tema y mucho esfuerzo”, explica Luján.
Una directiva de la Unión Europea de 2018 incorporó la necesidad de contemplar estas pautas para las páginas web en sus versiones para móvil, así como las aplicaciones, pero, como indica Luján, las actualizaciones de estas pautas de accesibilidad tecnológica y sus transposiciones a las legislaciones nacionales llevan demasiado retraso en comparación con lo rápido que evolucionan las tecnologías. “La app Radar Covid, sin ir más lejos, tuvo muchos problemas de accesibilidad”, pone de ejemplo el profesor de la Universidad de Alicante.
En España hay casi un millón de personas que padece alguna discapacidad visual, según la última Encuesta de Discapacidad, Autonomía Personal y Situaciones de Dependencia, publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) hace más de una década. De ellas, más de 70.000 tienen discapacidad visual por debajo del 10%, como apuntan desde ONCE. Garantizar el acceso universal no es costoso si el diseño web o el desarrollo de aplicaciones móviles se realizase originalmente teniendo en cuenta estas pautas, como explica Luján. Para que esto suceda, “hace falta más concienciación”, especialmente en esta carrera por digitalizar la economía. “En el ámbito político no dejan de repetir que la digitalización no debe dejar a nadie atrás, pero, si no se trabaja en estos aspectos y se actualiza la legislación para que se aplique también a todo el ámbito privado, sí que sucederá, lamentablemente”, concluye.
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