No hay dudas ni requiebros. Tina, el documental dirigido por Daniel Linday y T. J. Martin, está auspiciado desde el mundo Tina Turner. Entre los productores asociados, su marido, Erwin Bach. Solo al final el mismo Bach confirma lo que sospecha el espectador: “Este filme es el final de su vida pública, su conclusión”. Ahora bien, el viaje es fantástico, y aunque no haya tanta música como cabría esperar, ver rugir a Tina Turner en diferentes escenarios a lo largo de seis décadas de carrera hipnotiza a cualquiera. Seis décadas marcadas por los abusos físicos y psicológicos que le infligió su marido, Ike Turner, y que han marcado su existencia. “No hay otra manera de contarla”, comenta Tina, “he sufrido una vida de abusos”. El filme se estrena en la Berlinale, en la sección Berlinale Special.
En 1981 Tina Turner decidió relatar al mundo “las torturas, la vida de muerte”, según sus propias palabras, que había sufrido durante tres lustros por parte de Ike Turner, de quien se había divorciado tres años antes. En el mundillo musical era un secreto a voces, pero hasta ese momento ninguna estrella se había confesado cara al público de esa manera. Y lo hizo en la revista People, en aquellos años una de las más leídas. Esa confesión articula buena parte del documental. Lo curioso del filme es que subraya la gran cantidad de veces que la cantante, hastiada, ha intentado dar carpetazo a su pasado, y cómo este vuelve a la carga: esa entrevista; el libro I, Tina (1986), coescrito por Kurt Loder, y la película What’s Love Got To Do With It (1993), con una fascinante Angela Bassett como álter ego de la artista, que en la rueda de prensa de su estreno en el festival de Venecia dijo: “No la he visto. ¿Para qué volver a recordar aquellas palizas?”.
Sentada en una silla en un hotel en Zúrich en 2019, Tina Turner (Brownsville, Tennessee, 1939) recuerda la primera vez que vio a Ike: “Me había mudado con mi madre a St. Louis y fui a ver a la banda del momento”. Ella tenía 17 años. Tras varios días asistiendo a sus conciertos, él le pidió que cantara, y descubrió su chorro de voz. “Yo llevaba dos vidas”, recuerda la artista, “de lunes a viernes estudiaba y los fines de semana me convertía en cantante”. Anne Bullock, su auténtico nombre, se había criado en Nutbush, donde sus padres trabajaban recogiendo algodón, y había cantado en el coro de una iglesia baptista en los años en los que vivió con sus abuelos, cuando sus padres la abandonaron, a ella y a sus dos hermanas mayores. Tina recuerda las peleas entre sus progenitores, la tormentosa y abusiva relación que luego se repitió en sus carnes.
Oprah Winfrey rememora, entre las decenas de entrevistados, el impacto que le produjo Tina Turner: “¡Cómo se movía!”. Porque tanto ella como Bassett recalcan: “La música negra en aquel momento procedía en su mayor parte de la Motown, con su imagen de sofisticación, y de golpe Tina te echaba su sexualidad a la cara”. Ike —autor de una de las primeras grabaciones de rock, Rocket 88 (1951)— necesitaba a Tina para alcanzar los números uno de las listas de ventas. En 1960 graban A Fool In Love, y Anne se cambia el nombre por Tina inspirada por la serie Sheena: Queen Of The Jungle. Ella, recién embarazada de otro músico, se enamora de él: “Era joven e ingenua, y el mundo se abría ante mí”. Dos años más tarde, se mudan a Los Ángeles, a la casa que compartirán hasta 1976 con dos hijos anteriores de Ike, Craig (el primer hijo de Tina) y Ronnie, el que tienen en común. “Yo sufría dejándolos cuando íbamos de gira, me gustaba la vida hogareña. Él no, y tuve que aprender a lidiar con ello”.
El documental, dividido en cinco capítulos, no avanza de forma cronológica, y cuenta con todo tipo de grabaciones sonoras y audiovisuales y el testimonio de periodistas, amigos, colaboradores musicales… Incluso aparece en diversas entrevistas Ike, que murió en 2007. En la etapa en la que el matrimonio permaneció unido, hay dos momentos iluminadores que mostraron el potencial de la cantante. En 1966 grabó River Deep – Mountain High con la producción de Phil Spector, que prima la voz de Tina y desdeña a Ike. La canción fue un fracaso, Ike se metió con ella porque no era “un disco negro”, pero Tina sentía otra cosa: “Fui un pájaro fuera de la jaula, por fin conocía la libertad”. El segundo momento deviene después de su intento de suicidio, tras violaciones y palizas, que aumentan cuando Ike se engancha a las drogas: Tina se convierte al budismo. En un viaje a Dallas, después de sufrir la última paliza dice basta y abandona a Ike. A la mañana siguiente vuelve a Los Ángeles: “Fue el 4 de julio de 1976, el día de mi libertad”. El divorcio fue “un corte claro” se cuenta ante la cámara: ella no se queda con nada, renuncia a todo… salvo a su nombre, Tina Turner, y así lo hace constar ante el tribunal en 1978.
Ahí comienza el recorrido de Tina Turner en solitario. Junto a su nuevo representante, Roger Davies, se reinventa: quiere ser la primera estrella negra del rock. Davies vio en Tina “una enorme determinación”. La artista disfruta al convertirse en su “propia jefa”. Se corta el pelo, cambia de vestuario, da la entrevista con People… Se va de gira a Europa huyendo del encasillamiento de las radios musicales estadounidenses, que no entienden su cambio artístico. Graba un éxito pop británico, What’s Love Got To Do With It, y lo reformula a su estilo. Llegan álbumes como Private Dancer (1984) —“No es mi retorno, es mi primer disco”― y Break Every Rule (1986). Llena estadios, protagoniza Mad Max: más allá de la cúpula del trueno (1985), y en enero de 1988 actúa ante 180.000 personas en Río de Janeiro (lo que da pie a un disco en directo). En 1986 un joven ejecutivo discográfico alemán, Erwin Bach, le recoge como chófer en el aeropuerto londinense de Heathrow. “Tenía 30 años y era guapísimo”, dice la cantante. Al final de varios días de trabajo, ella le dice: “Cuando vengas a Los Ángeles, quiero hacer el amor contigo”. Se ríe al recordarlo: “Yo no tenía novio, y soy una mujer libre, ¿por qué no podía pedir algo así?”. Aún siguen juntos, viviendo en Suiza desde 1994, aunque en pantalla no se cuenta que él le donó un riñón a ella en 2017, en uno de los momentos delicados de la artista.
Tina Turner ha vendido más de 100 millones de discos, ha ganado 12 premios Grammy, su carrera ha dado pie a varios libros y hasta a un musical. Tina, dedicado a su hijo Craig, que se suicidó en 2018, está a la altura de la leyenda.
Dos días de la Berlinale a otra velocidad
La gran sorpresa de las dos primeras jornadas de la Berlinale en línea no ha llegado desde las películas, sino del botón que en la esquina inferior derecha de las pantallas acompaña cualquier sesión (no todas las películas están a disposición de los acreditados): con él se puede multiplicar hasta por ocho la velocidad del visionado. Esa herramienta ya está en plataformas como Netflix, pero llama la atención en una web accesible solo para programadores, industria y algunos periodistas, y subraya el signo de los tiempos instantáneos que vivimos.
Durante estas dos jornadas se ha podido acceder a, por ejemplo ‘Ted K’, fime de ficción sobre Theodore Kaczynski, más conocido como ‘Unabomber’, que desde su cabaña en Arkansas envió desde 1978 hasta 1995 16 bombas por carta, que mataron a tres personas. La película se basa en los 25.000 folios escritos que tenía escondidos en su sótano, y al intentar darle su propia voz acaba siendo cansina y reiterativa, sin gancho.
‘Introduction’, del coreano Hong Sangsoo, ídolo de festivales y uno de los autores más prolíficos de este siglo XXI, tiene un mínimo de calidad que la hace disfrutable, pero claramente no es uno de sus mejores trabajos. Más interesante es ‘Albatros’, del francés Xavier Beauvois, que ilustra la vida de un gendarme de provincias, con tensión en constante crecimiento en el choque entre su vida privada y su trabajo.
‘Memory Box’ juega con solvencia en pantalla con ‘collages’, fotos, vídeos musicales y grabaciones caseras (todo ficción) con los recuerdos de adolescencia de los libaneses de los ochenta, ahora emigrantes en Canadá, y ‘Natural Light’ cuenta una de las varias atrocidades realizadas por el ejército húngaro, aliado de los nazis, en la Rusia de la II Guerra Mundial: tan dura como sin fuerza. Tampoco va a ningún lado la relación entre una antropóloga y un robot humanoide creado para su completa satisfacción en ‘Ich bin dein mensch’, de la alemana Maria Schrader.
Al final, la mejor opción estaba en ‘Language Lessons’, de Natalie Morales, la amistad a través de Zoom entre un alumno de español (Mark Duplass, tan buen actor como director), que vive en Oakland, con su profesora en Costa Rica (a la que encarna la misma Morales): en ella brillan los sentimientos bien contados con sencillez narrativa.
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