Todo el poder para Putin

Putin muestra su identificación antes de emitir su voto en un referéndum.
Putin muestra su identificación antes de emitir su voto en un referéndum.-/Kremlin/dpa / Europa Press

La que ya era previsible victoria de Vladímir Putin en el referéndum constitucional —finalizado el pasado miércoles tras siete días de votaciones— supone la consagración en Rusia de un sistema personalista que otorga a la jefatura del Estado no solo unas extralimitadas atribuciones en su función, sino una influencia sobre los demás poderes del Estado sin parangón en una democracia formal. Con el resultado positivo del referéndum, que ni siquiera era necesario desde el punto de vista legal porque las reformas ya habían recibido el visto bueno —este sí obligatorio— del Parlamento y el Tribunal Constitucional, Putin se convierte en uno de los mandatarios más poderosos de la historia de Rusia, uno de los líderes mundiales que menos cuentas tiene que rendir ante su propia ciudadanía y uno de los presidentes que más puede continuar en el cargo; en concreto, hasta 2036. Lleva en el poder desde 2000.

Todo el proceso de reforma constitucional promovido por Putin se ha caracterizado por la opacidad, la ambigüedad y la falta de consenso. Comenzando por el anuncio sorpresa en enero sobre una urgente e importante modificación del texto en la que se mezclaban aspectos institucionales y sociales y donde el meollo estaba en la letra pequeña. Una iniciativa de calado de la cual quedó fuera desde el primer momento la oposición. A continuación, vino un teatral golpe de efecto en el Parlamento, donde la primera mujer cosmonauta, Valentina Tereshkova, pidió que Putin pudiera volver a presentarse. El tercer acto lo ha constituido una votación impulsada por el presidente con el argumento de que él solo actuaría con el respaldo del pueblo, obviando que tanto el Parlamento como el Constitucional —especialmente el primero— son poderes que también emanan del pueblo.

El resultado es que Putin ha enterrado las esperanzas de millones de rusos y europeos que vieron con la caída de la Unión Soviética el merecido y necesario ingreso de Rusia en las sociedades democráticas. Obviamente, Putin no es el único responsable —hay otros dentro y fuera de Rusia—, pero es el más beneficiado del proceso.


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