En el gran espectáculo de la política estadounidense, los anuncios importantes vienen precedidos de otros anuncios. Así que, como sucedió con Donald Trump y con Joe Biden, los medios, citando fuentes de su entorno, llevan desde finales de la semana pasada esperando que este miércoles Ron DeSantis, gobernador de Florida, dé el paso con el que lleva coqueteando desde hace más de medio año y se lance a la carrera presidencial para conquistar la Casa Blanca en 2024.
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Primero tendrá que convencer a las bases del Partido Republicano de que es el candidato idóneo, y no le va a ser fácil. No las tiene todas consigo en la lucha contra un Trump resucitado; pese a su impecable currículo de tecnócrata educado en las universidades de Yale y Harvard, con un pasado militar y esa imagen de perfecto hombre de familia dispuesto a bajar al barro de todas las guerras ideológicas, desde el aborto a los derechos de las personas trans, la enseñanza del racismo en las escuelas o la prohibición de libros. A falta de un año y medio para la cita con las urnas, las encuestas dan una ventaja de dos dígitos al expresidente sobre DeSantis. Lo que sí parece claro a estas alturas es que la lucha será cosa de ellos dos, y que otros candidatos de las filas conservadoras, como la exgobernadora de Carolina del Sur Nikki Hailey, el millonario Vivek Ramaswamy o Tim Scott, el último en incorporarse a la carrera, tienen muchas menos posibilidades.
Se espera que DeSantis publique un vídeo en redes sociales, como hizo Biden hace cosa de un mes, y que luego se vea en un hotel de Miami con donantes. El gran acto de puesta de largo, al estilo del de Trump en noviembre, en Mar-a-Lago, tendrá que esperar: lo más parecido llegará, presumiblemente, a finales de mes, en Dunedin, la encantadora localidad costera ―a todos los efectos, un suburbio de Tampa― en la que creció el muchacho como el hijo de un técnico en medición de audiencias y una enfermera.
El anuncio de su candidatura traerá consigo algunos cambios importantes, como la posibilidad de recaudar dinero para sus aspiraciones presidenciales y una obligación mayor de rendir cuentas, pero puede decirse que DeSantis lleva en campaña al menos desde las últimas elecciones. Celebradas en noviembre, logró en ellas una victoria aplastante que lo confirmó en su puesto como gobernador por un margen de 1,5 millones de votos sobre su contrincante demócrata. A partir de entonces, se embarcó en una implacable gestión de Gobierno, como si tuviera prisa para tachar todos los puntos de su agenda fieramente conservadora antes de poner rumbo a Washington, y, de paso, mostrar a los votantes de todo el país sus credenciales de hombre fuerte, dispuesto a batallar contra lo que denomina el progresismo woke.
Leyes ultraconservadoras
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En medio año, ha firmado una impresionante lista de leyes que han cambiado profundamente Florida, que hace no tanto solía ser un Estado púrpura (ni plenamente demócrata ni totalmente republicano). Entre esas normas, destacan la limitación del derecho al aborto a las primeras seis semanas, lo que en la práctica equivale a un veto, o la prohibición de dispensar tratamientos de género a menores. Tampoco está permitido en Florida que los profesores se refieran a sus alumnos con otros pronombres que no sean los biológicos (ellos y ellas), que les hablen de orientación sexual e identidad de género hasta los 18 años o que las universidades gasten en programas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI, como se conocen en Estados Unidos). También ha aligerado los requisitos para portar un arma y ha hecho más fácil la condena a muerte; antes era necesaria la unanimidad de los 12 miembros del jurado, ahora basta con ocho.
De qué manera viajarán fuera del Estado esas medidas o qué lectura harán los electores de su pelea sin cuartel con Disney ―empresa a la que ha querido doblegar, sin demasiado éxito, por las críticas a sus políticas educativas― son dos de las grandes incógnitas que resolver para medir sus aspiraciones presidenciales. También será interesante comprobar cómo se desenvolverá en campaña un político que ni es un gran orador ni parece tener el carisma que se le presume al candidato tradicional. Aunque seguramente su gran obstáculo lo tendrá enfrente: Trump lleva meses denigrándolo con sus motes crueles y sus ataques indecorosos. DeSantis, de momento, no ha querido entrar en el cuerpo a cuerpo, pero antes o después tendrá que hacerlo. Y como pudieron comprobar muchos antes que él, el expresidente no es precisamente un contrincante fácil.
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