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“Todos los crímenes imaginables” de Trump durante el asalto al Capitolio

“Todos los crímenes imaginables” de Trump durante el asalto al Capitolio

El 6 de enero de 2021 por la mañana, el leal Pat Cipollone le dijo a Cassidy Hutchinson: “Por favor, asegúrate de que no vayamos al Capitolio, Cassidy. Mantente en contacto conmigo. Si no logramos evitarlo, seremos acusados de todos los crímenes imaginables”. Hutchinson recordó la advertencia la semana pasada en una declaración jurada ante la comisión del Congreso de Estados Unidos, que desde hace un mes vuelve una y otra vez sobre el día más largo de la democracia estadounidense, aquella jornada negra en la que una turba de seguidores de Donald Trump protagonizó una insurrección y asaltó el Capitolio. Al término del testimonio de la joven ayudante del que era jefe de gabinete de la Casa Blanca, Mark Meadows, el presidente del comité, el demócrata de Misisipi Bennie Thompson, confió en que su valentía prendiera en otros colaboradores cercanos al magnate. “Si descubren un coraje que tenían escondido en alguna parte de su fuero interno, quiero decirles que nuestras puertas permanecen abiertas”, lanzó. Este viernes, Cipollone, reacio a hablar hasta ahora, cantó durante siete horas (a puerta cerrada) en una declaración grabada.

Las confesiones fueron “francas” y “en la línea de lo contado por otros testigos”, según reveló ese día la congresista Zoe Lofgren (California) a CNN. Así que la declaración estará a buen seguro entre los platos fuertes de las dos sesiones que la comisión ha anunciado para la próxima semana. La primera, el martes por la mañana, se centrará en los vínculos entre las teorías falsas de robo electoral de Trump y grupos de extrema derecha como Proud Boys (Muchachos orgullosos) y Oath Keepers (Guardianes del juramento). Sus miembros se citaron en Washington aquel día e, instigados por Trump durante un mitin, llevaron las riendas de un asalto que la comisión quiere probar que fue planeado. Perseguían impedir la certificación del triunfo de Joe Biden, un trámite democrático nunca antes interrumpido.

En un sorprendente giro de guion, el líder de los Oath Keepers, Stewart Rhodes, anunció el viernes a través de su abogado su deseo de testificar en el Congreso, siempre y cuando le dejen hacerlo en directo. Rhodes está en prisión, en espera de un juicio por conspiración sediciosa en el que podrían caerle hasta 20 años. Ese mismo día se supo que uno de sus compinches acudió a Washington con explosivos y que portaba una lista de objetivos con nombres de funcionarios electorales de Georgia, a los que Trump había señalado.

En semanas anteriores, los nueve miembros del comité (siete demócratas y dos republicanos) avanzaron que la sesión del jueves se centraría en los 187 minutos que tardó Trump en decir a los manifestantes que se fueran a casa. Hutchinson reveló en la sexta audiencia que el mandatario republicano sabía que muchos estaban armados, que aún así los animó a ir hacia el Capitolio para convencer a su vicepresidente, Mike Pence, de que no concediera la victoria, y que él mismo, que simpatizó con los gritos de “Colgad a Mike Pence”, quiso acompañarlos. (Y de ahí la preocupación de Cipollone por verse salpicado por “todos los crímenes imaginables”).

No está claro aún si estas dos audiencias serán las últimas (las conclusiones se han anunciado para agosto o septiembre), pero sí está previsto que cierren un ciclo de la misma manera que lo abrieron: en horario de máxima audiencia. La comisión ha preparado durante meses un espectáculo que mezcla testigos en directo (escogidos cuidadosamente entre simpatizantes republicanos, para dar una idea de imparcialidad) con videos de declaraciones espigadas entre horas y horas de grabación. El peso de cada sesión lo lleva un interrogador diferente y siempre cuenta con las presentaciones de las estrellas del show: el presidente y la vicepresidenta, la republicana Liz Cheney (Wyoming), cuya apuesta se ha leído como su particular todo o nada frente al trumpismo.

Varios miembros del equipo que organiza las sesiones han atribuido estas semanas en conversaciones con este diario a Cheney decisiones como que la duración de cada toma sea más corta de lo que dictan los estándares parlamentarios o que sean monográficas. Tras la inaugural, algo así como el episodio piloto de la serie, ha habido sesiones centradas en la caótica noche electoral de noviembre de 2020 en la Casa Blanca, en el acoso a Pence, en las presiones y amenazas a funcionarios de lugares como Arizona o Georgia para que subvirtieran los resultados, o en los intentos de manipulación del Departamento de Justicia por parte de la Casa Blanca. La última, la de Hutchinson, se la sacaron de la manga sin previo aviso.

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La intención tras ese diseño es compartir, mascados y procesados con pulso televisivo, los resultados de meses de investigación. El ecosistema mediático y político de Washington las está siguiendo con pasión. La pregunta es si está tomando nota el pueblo estadounidense. Y la respuesta, pese a las explosivas revelaciones, es que no tanto como cabría esperar: según un análisis de la Brookings Institution, “aproximadamente 6 de cada 10 estadounidenses dicen que están siguiendo las noticias sobre el comité del 6 de enero, pero solo un tercio está pendiente de sus conclusiones, y un porcentaje aún menor está viendo las audiencias por televisión”.

La comisión se conformaría, con todo, con que solo uno de sus espectadores tomara buena cuenta de sus trabajos: el fiscal general Merrick Garland, en cuya mano está imputar a Trump. No será fácil. Una decisión de ese tipo podría tener consecuencias legales y políticas de enorme calado, empezando por la discusión de si Garland estaría incurriendo en un conflicto de intereses al ir a por un contrincante de su jefe, el presidente Biden: de momento, su principal adversario para las elecciones de 2024 es Trump. Un movimiento en esa dirección podría además hacer saltar por los aires los precarios equilibrios de una sociedad partida en dos y enfrentada en toda clase de guerras culturales y mediáticas. Podría además sentar la peligrosa costumbre de que una Administración la emprenda contra su predecesora. Y luego está el hecho de que las pruebas hasta ahora presentadas (pese a formar una escandalosa montaña de sensacionales revelaciones) tal vez no sean suficientes para considerarlo culpable en un juicio.

Richard Nixon, el día de su dimisión, el 9 de agosto de 1974.- (AFP)

Desde que comenzaron hace un mes, la sombra de la comparación con las audiencias del Watergate, celebradas durante otro verano, hace 49 años, ha sido constante. Aunque sea para certificar que esta vez las cosas son distintas: de aquella investigación, que mantuvo pegado a sus televisores a un electorado que le acababa de conceder a Richard Nixon una de las victorias más apabullantes de la historia de la democracia estadounidense, se derivó su dimisión como presidente. La sociedad actual, mucho más polarizada, está menos predispuesta a fiarse de una comisión, que, según una encuesta de ABC/Ypsos, el 60% considera partidista. En otras palabras, Nixon renunció cuando perdió el apoyo de los suyos, y no parece que los seguidores de Trump, que ya superó un impeachment por estos hechos, un proceso de impugnación en el que Cipollone, por cierto, participó en su defensa, piensen dejar de serlo, por más dramáticas revelaciones que surjan. Eso por no hablar de que el estadounidense medio, atenazado por la inflación y los precios de la gasolina desbocados, siente otras urgencias.

Threats of violence over politics has increased heavily in the last few years. But the darkness has reached new lows. My new interns made this compilation of recent calls they’ve received while serving in my DC office.

WARNING: this video contains foul & graphic language. pic.twitter.com/yQJvvAHBVV

— Adam Kinzinger (@RepKinzinger) July 5, 2022

Por seguir con el paralelismo con el Watergate, la comisión sigue sin encontrar su “pistola humeante”, y tampoco han dado aún con su John Dean, cuyo testimonio lo cambió todo entonces. Tal vez Cipollone, el hombre que siempre estuvo allí durante las semanas que transcurrieron entre las elecciones y el ataque al Capitolio, sea el John Dean que andan buscando.

Hasta que se conozca el contenido de sus revelaciones, lo único seguro es que le tocará enfrentarse a las consecuencias de su decisión de testificar. Como Nixon trató de presionar a los testigos de su conducta criminal, los colaboradores y seguidores de Trump están amenazando a los republicanos que colaboran con la comisión del 6 de enero. Hutchinson desveló un mensaje recibido poco antes de comparecer cuyo lenguaje era más propio de la mafia que del entorno de un expresidente. Y esta semana, el otro representante republicano del comité, Adam Kinzinger (Illinois), compartió en su cuenta de Twitter la clase de recados que recibe a diario en el contestador de su oficina del Capitolio: una retahíla de amenazas explícitas (y bastante imaginativas) dirigidas a él y a su familia, proferidas por energúmenos que le recuerdan una y otra vez que saben “dónde viven”.

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