El saltador Tom Daley, el niño mimado del equipo olímpico británico, no quería que su primer oro en unos Juegos, obtenido el pasado lunes en su cuarta participación, sufriera ni un rasguño. Pero donde otros deportistas habrían tirado de una simple caja, Daley aprovechó la mañana siguiente a su victoria para tejerse una funda a medida. Personalizada para la ocasión con la Unión Jack por un lado y la bandera de Japón por el otro, el estuche basta, por sí solo, para explicar por qué miles de sus compatriotas celebraron la gesta de Daley como si quien estuviese en lo alto del podio en Tokio fuese uno de los suyos.
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Desde su primera aparición en unas Olimpiadas con solo 14 años, Tom Daley ha trascendido los límites del deporte y se ha labrado una posición privilegiada en el imaginario colectivo de un país que venera las historias de superación. Pese a practicar una disciplina relativamente minoritaria, el saltador encarna los valores que la sociedad británica aspira a proyectar: apertura, tolerancia y ambición de progresar.
El Reino Unido lo ha visto crecer y ha seguido con atención los hitos habituales de cualquier adolescente, pero también la extraordinaria evolución de un joven que ha desafiado tabúes encallados del deporte, como la homosexualidad. Cuando en diciembre de 2013 anunció, en su propio canal de YouTube, que mantenía una relación con un hombre consiguió más por los derechos del colectivo LGTBI que muchas campañas mediáticas y las muestras que habitualmente comparte de su vida con su marido desde hace cuatro años, el productor y guionista Dustin Lance Black, con quien tiene un hijo de tres, han logrado revisar el concepto de familia en el siglo XXI.
Como buen milenial, domina las redes sociales. Fue uno de los primeros deportistas con un blog de vídeo habitual y sabe qué vender y cómo en cada publicación, mediante una combinación de entrenamientos y retazos de su vida personal, pero también con la cuenta específica que abrió en septiembre sobre su afición a tricotar, cuyo nombre constituye toda una declaración de intenciones: ‘Hecho con amor, por Tom Daley’. Dice que han sido las agujas las que le han “permitido mantener la cordura” en el frenesí de la alta competición y sus creaciones muestran desde coloridas prendas tanto para él, como para su marido e hijo, hasta vestidos que imitan creaciones de Gucci e, incluso, un unicornio de ganchillo para su sobrina de pocas semanas.
Alcanzar la serenidad que despliega a sus 27 años, sin embargo, no ha sido fácil, como suele acontecer con las grandes biografías del deporte. Pese a la imagen desenfadada de la que hace gala en sus plataformas sociales, entre las decepciones de su carrera está el bronce en los Juegos anteriores, los de Río de Janeiro, tras la tercera posición obtenida ya cuatro años antes en las Olimpiadas de casa, las de Londres. Su vida personal ha estado marcada también por graves trances como haber perdido a su padre, Robert, por un tumor cerebral con 40 años, apenas días después de que el saltador cumpliese 17.
El propio Daley ha admitido que una de las desilusiones con las que tiene que convivir es que su progenitor, su gran apoyo desde el inicio de su trayectoria, quien lo había acompañado prácticamente a todas partes casi hasta el final, no pudiese verlo nunca en un podio olímpico. De hecho, el hijo del deportista, quien lleva el apellido de Daley y el de su marido, se llama Robbie en honor a su padre.
La etapa en el colegio fue especialmente traumática para el saltador, quien padeció un severo acoso escolar que lo obligaría a cambiar de centro, debido precisamente, según su familia, a la envidia que su ascenso al estrellato provocó entre algunos de sus compañeros. Después de que su popularidad se disparase tras haberse convertido en el “bebé de Pekín”, recibió constantes amenazas como la de que le romperían las piernas y, tras sufrir en reiteradas ocasiones el lanzamiento de objetos, se vio forzado a no poder siquiera salir al recreo.
La gran revolución personal llegaría después de los Juegos de Londres, cuando en una cena en Los Ángeles, en marzo de 2013, organizada por un amigo para celebrar que le habían concedido el Premio Nickelodeon elegido por los niños, conoció a Black, ganador de un Oscar por el guion de la película Milk, sobre el activista de los derechos de los homosexuales Harvey Milk. Pese a los 20 años de diferencia de edad, ambos confiesan que el flechazo fue instantáneo y, pese a que la distancia provocaría una separación temporal en 2016, un año después oficializarían su unión con una boda en un castillo del condado de Devon, a apenas 50 kilómetros de Plymouth, la ciudad natal de un campeón olímpico que escribe sus propias normas.