Tomás Rojo, el yaqui que con su palabra derrotó a la muerte

Eduardo Vázquez

Junto a Cuauhtémoc Cárdenas, pude visitar la casa de Tomás Rojo y ver a su familia, ser testigo de la zozobra de su viuda, de la fortaleza de su padre, que recuerda el mezquite con quien Rojo comparte el Don de la palabra; he podido percibir la herida, la indignación contenida, como un volcán que nace, de sus hijos y hermanos.

Desde la sencillez del patio de tierra abierto al sol y al cielo, dispuesto para recibir a la familia y conversar con los amigos, observé la austeridad y la limpieza de su hogar. Creo que la casa de Rojo es el espejo de un luchador social sin otra riqueza que su familia y su comunidad, sin otra arma que la razón y la dignidad.

 

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Ayer, conversando con la familia de Tomás, con sus hermanos, con sus hijos, con su esposa, pudimos constatar que él era el mismo frente a su familia que frente a nosotros: la alegría y su espíritu juguetón envolvían su gran sentido de responsabilidad. Su apego a la cultura de un pueblo que se ha mantenido históricamente de pie frente a las pretensiones del despojo, desarrollaron en Tomás una gran sensibilidad e inteligencia y una notoria pasión por el bienestar de todos.

Al nacer venimos marcados con la herida de la muerte. Somos mortales, pero al mismo tiempo invitados a la inmortalidad. Vivimos en los confines de una temporalidad que está inscrita en la eternidad. Y Tomás nos dio testimonio de que sabía muy bien esto.

Uno de sus hermanos nos comentaba que, en una ocasión, él le hacía ver a Tomás –en forma de cuestionamiento- el aparente fin trágico que habían sufrido algunos líderes de la historia como Obregón, Villa, Tetabiakte, entre otros. La respuesta fue tan escueta como firme: “Pero trascendieron”.

Por eso es que Tomás alcanzó un liderazgo de gran influencia al interior de la Tribu Yaqui. Su palabra que emanaba de ese sentido de trascendencia, le dio la fuerza para tocar a la nación entera y alcanzar al mundo. Su gran empatía con el sufrimiento humano y por los desposeídos lo dotaron de un carisma excepcional. No nació dirigente, no nació líder, no fue nombrado. Nadie le asignó la responsabilidad. Tenía el carácter moral empotrado es su ser. Descubrió su misión y la cumplió hasta el final.

Su influencia fue creciente. Fue nuestro Buen Samaritano. El temor no le impidió detenerse para reparar las heridas de aquel prójimo abatido por la injusticia, representado en su tribu y en cada uno de nosotros.

Cuando se crece en influencia se arriesga la vida. Y tienes que preguntarte: ¿por qué he de arriesgar mi vida?, ¿por qué no he de hacerlo?, ¿qué será lo que no traicione aún a costa de perder mi vida?

Creo que nuestro querido Tomás Rojo enfrentó estas preguntas. Pero vemos que superó el temor que surge de aquella incertidumbre de qué ocurrirá después de nuestra muerte. No lo asustaron con el temido viaje a lo desconocido.


Sus familiares nos dijeron que, en la Pascua de este año, él pidió dar de beber agua a sus ancestros y rociar flores sobre sus tumbas. Amaba a la gente que vino antes que nosotros y a los que vendrán después de nosotros. Eso lo hizo muy humano y apreciar al ser humano. No respondió a las ofensas racistas con racismo, sino con una profunda confianza en la condición esencial de las personas.

Por eso fue uno de los artífices del Pacto del Río Yaqui, firmado por el pueblo yoreme, ciudadanos y productores rurales del sur de Sonora, el 5 de mayo del 2010, en donde nos reconocemos en el decreto de Lázaro Cárdenas y con ello en la defensa del uso y destino de las aguas del Río Yaqui para beneficio de la existencia de la etnia y de todas las actividades productivas de la región. En ese mismo pacto, acordamos luchar por la gestión de más agua para Sonora y para el país, y así evadir la trampa de dividirnos y pelearnos por el reparto de la que no alcanza. En el cumplimiento a ese pacto, Tomás siempre mantuvo, como prioridad en su agenda de resistencia, evitar la consumación de la ilegalidad de la operación del Acueducto Independencia, con el que se pretende dar muerte al decreto de Cárdenas, al desviar las aguas del Río Yaqui para otro destino y otros usos.

Esa era la estatura moral de Tomás Rojo Valencia, esa era su visión y esa fue su misión. Las estructuras malignas que él desafió están muy por encima del inframundo que conforma el crimen organizado, el cual ahora aparece como el supuesto responsable de su cobarde homicidio.

Tomás es ahora un poderoso activo moral de nuestra historia. El barbarismo no pudo contra el poder y la fuerza de su palabra; y con su palabra ha derrotado a la muerte.

Con nuestra movilización, logramos conmover a esa poderosa voluntad que está por encima de las miserias humanas y rescatamos tu cuerpo, lo pudimos tener entre nosotros, pudimos limpiarlo de las huellas del ultraje y del abuso, para sembrarlo en el pueblo y en la tierra que te vio nacer.

Ahora tu alma vuela por encima de las montañas del Bacatete, y observa, más allá del infortunio, el dolor y el sufrimiento que se extiende por el territorio yaqui y por el país entero, un futuro promisorio para el pueblo yoreme y para toda la nación.

Ciudad Obregón, 10 de julio de 2021


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