El Brexit y sus excesos han resucitado todos los tópicos, incluido aquel de que la historia siempre ocurre dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. Los medios británicos comparan estos días la conmoción nacional que supuso el descubrimiento de Kim Philby y sus secuaces de Cambridge, el anillo de agentes dobles al servicio de Moscú durante la Guerra Fría, con la filtración de los incendiarios cables diplomáticos del exembajador del Reino Unido en Washington, Sir Kim Darroch, contra Donald Trump. El incidente no solo ha derivado en la dimisión del alto funcionario, apreciado por los suyos y con una fantástica red de contactos después de décadas de servicio público, sino que también ha desatado una caza de brujas, en la que se han implicado los servicios secretos británicos, para dar con el culpable o los culpables de un golpe, casi mortal, al prestigio del cuerpo de política exterior de Su Majestad.
Además, ha hecho tambalear la candidatura de Boris Johnson a suceder a Theresa May, porque sus enemigos le han acusado de poner al diplomático a los pies de los caballos con su tibieza al defenderle. Ha enfrentado a los medios de comunicación con Scotland Yard, después de que Neil Basu, el responsable de Contraterrorismo de la Policía Metropolitana, advirtiera de que la publicación de documentos secretos “podría constituir un grave delito difícilmente defendible con el argumento del interés público”. Y ha extendido la sospecha de que los euroescépticos no se detienen ante nada para que su causa avance. Las investigaciones internas se centran en la convicción de que el responsable de la filtración sería un alto funcionario partidario del Brexit —un “Philby euroescéptico”, dice The Sunday Times—, dispuesto a destruir las carreras de todos aquellos reticentes a abandonar la UE.
Al mismo tiempo que The Daily Mail publicaba contenido fresco de los correos enviados por Darroch a sus superiores, salía a la luz la relación de noviazgo que mantienen la periodista responsable de la exclusiva, Isabel Oakeshott, con el presidente del Partido del Brexit y europarlamentario, Richard Tice. “Los partidarios de las teorías de la conspiración que me acusan de aspirar al puesto de embajador en Estados Unidos se equivocan por completo. ¡Es una sugerencia ridícula! Estoy seguro de que cualquier otro empresario partidario del Brexit haría mucho mejor trabajo promocionando el Reino Unido y asegurando un rápido tratado comercial con Washington”, se ha apresurado a escribir Tice en su cuenta de la red social Twitter.
Horas después de que se publicaran las primeras filtraciones de los correos de Darroch, en los que calificaba a Trump de “inepto” y a su Administración de “disfuncional”, el ultranacionalista Nigel Farage se apresuraba a exigir que el diplomático fuera reemplazado. “Demasiadas huellas del Partido del Brexit en todo este asunto”, ha dicho un diplomático británico citado por The Times.
“Vandalismo diplomático”
En 2018, según la última publicación de The Daily Mail, el embajador Darroch escribió a sus superiores para explicar la decisión de Trump de retirarse del Acuerdo Internacional de Desnuclearización firmado con Irán. Acusó al presidente de Estados Unidos de haber actuado por “razones personales”, en un acto de despecho y resentimiento hacia su predecesor, Barack Obama, que había sido responsable directo de la forja del pacto con Teherán. El diplomático definió en el texto la maniobra de Washington como un “acto de vandalismo diplomático”. Escribió el correo inmediatamente después de la visita que Boris Johnson realizó a la capital estadounidense, en calidad entonces de ministro de Exteriores británico, en un último intento por hacer cambiar de idea a Trump. Johnson se hizo muchas fotografías, fue recibido cálidamente, pero regresó con las manos vacías.
El escándalo ha pillado a contramano a los dos principales candidatos a liderar el Partido Conservador y ocupar el puesto de primer ministro, Boris Johnson y Jeremy Hunt, aunque este último ha jugado mejor sus bazas. Fue el más rápido en responder a Trump, cuando lanzó una batería descontrolada de tuits en la que insultó a Darroch y a la propia Theresa May. Calificó los improperios de “inaceptables” y se comprometió a mantener al embajador en su puesto y a no permitir que Washington impusiera a Londres la elección de sus altos representantes en el exterior.
El exalcalde de Londres, quien alardea de su buena relación con el presidente estadounidense y promete un gran acuerdo comercial con EE UU en cuanto el Reino Unido salga de la UE, apenas balbuceó una defensa del diplomático y evitó comprometerse a asegurar su continuidad. Desde entonces, Johnson, que llegó a llamar personalmente a Darroch para darle explicaciones, se esfuerza en explicar que sus palabras fueron malinterpretadas y en apagar el incendio que su aparente deslealtad desató entre muchos diputados británicos. “Podría haberse distanciado fácilmente de Trump sin necesidad de emplear un lenguaje duro. Pero ni siquiera lo intentó”, ha escrito el exministro de Exteriores británico, Malcolm Rifkind, en The Observer, en referencia a la escasa reacción de Johnson, para cuestionar de este modo su aptitud para ocupar el puesto de primer ministro británico.
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