“Di una bofetada”. Han bastado estas palabras, escritas por el dirigente de La Francia Insumisa (LFI) Adrien Quatennens, para desencadenar un examen de conciencia en la izquierda francesa y un conato de rebelión contra su máximo líder, el veterano Jean-Luc Mélenchon, que en mayo fue candidato a la presidencia de la República y en junio se postuló como primer ministro en caso de una victoria de la izquierda.
Quatennens (Lille, 32 años), coordinador de LFI, fiel lugarteniente de Mélenchon y hasta hace unos días en las quinielas para la sucesión, publicó este fin de semana un comunicado en el que daba detalles sobre lo que unos días antes había revelado el semanario Le Canard Enchaîné: la declaración de su esposa, Céline, en una comisaría, para notificar ante las autoridades los actos hostiles de su marido. El político admitió: “En un contexto de extrema tensión y de agresividad mutua, di una bofetada. La di, aunque yo no soy así, y nunca más se repitió. Lamenté profundamente este gesto y pedí muchas excusas”.
Mélenchon, en un mensaje en la red social Twitter, criticó a la policía por filtrar la información a Le Canard Enchaîné, a los periodistas por ejercer de “voyeurs” de la vida íntima, a las redes sociales por comentarlo. Y elogió la “dignidad” y la “valentía” de Quatennens por admitir los hechos. Las palabras de Mélenchon indignaron al resto de partidos. Nada inusual. También irritaron a algunos de sus correligionarios. Y esto es excepcional en un partido donde la palabra y la figura del líder raramente se cuestionan en público.
La malveillance policière, le voyeurisme médiatique, les réseaux sociaux se sont invités dans le divorce conflictuel d’Adrien et Céline Quatennens. Adrien décide de tout prendre sur lui. Je salue sa dignité et son courage. Je lui dis ma confiance et mon affection.
— Jean-Luc Mélenchon (@JLMelenchon) September 18, 2022
El caso Quatennens no es el único exabrupto machista que estos días afecta a la izquierda, que en Francia exhibe el estandarte del feminismo. La diputada de Europa Ecología Los Verdes (EELV) Sandrine Rousseau, representante del ala izquierda del ecologismo, señaló en un programa de televisión al secretario nacional de su propio partido, Julien Bayou (París, 42 años), por “comportamientos cuya naturaleza rompe la salud mental de las mujeres”. Explicó que se lo contó una exnovia de Bayou y que unas semanas después la mujer se intentó suicidar. No concretó más. Bayou se ha apartado del cargo.
Con la caída, en pocos días, de dos dirigentes de la alianza izquierdista que forma el primer bloque opositor en la Asamblea Nacional, se reabre el debate sobre la violencia sexista en política y la tolerancia de las cúpulas de los partidos ante las acusaciones a los suyos.
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Fabienne El Khoury, portavoz de la asociación feminista Osez le féminisme! (Atreverse al feminismo), se ha declarado “escandalizada” por la reacción de Mélenchon a la confesión de Quatennens. “Esperábamos más de la izquierda”, dice por teléfono. “Nos hemos dado cuenta de que queda mucho para que se gane la lucha contra las violencias conyugal y las violencias sexistas y sexuales”, dice. El Khoury lamenta que con frecuencia la causa partidista acabe siendo prioritaria ante la lucha feminista. También apunta a “la deshumanización de las mujeres en una sociedad patriarcal”, lo que, en su opinión, incita a la empatía con el hombre antes que con la mujer.
Mélenchon, tras las reacciones hostiles a su primer tuit, intentó rectificar: “Céline y Adrien son amigos míos. Mi afecto por él no significa que Céline me sea indiferente. Ella no deseaba que se citase su nombre. Pero lo digo: una bofetada es inaceptable en todos los casos. Adrien lo asume. Está bien”.
“La derecha es ejemplar en esto”, ironiza la abogada Caroline Mecary, que fue candidata de la NUPES —la alianza que agrupa a LFI, socialistas, comunistas y ecologistas— en las legislativas de junio, y perdió. Lo que indica Mecary es que la violencia y los abusos no ocurren solo en la izquierda. El actual ministro del Interior, Gérald Darmanin, pasó buena parte del primer quinquenio presidencial de Emmanuel Macron acusado de violación, aunque la causa fue archivada. Macron, tras salir reelegido en las presidenciales, nombró como ministro de Solidaridad al político Damien Abad, acusado de violación por varias mujeres. Tras las legislativas, le relevó. Abad sigue siendo diputado.
“Los únicos partidos que han tomado consciencia de la necesidad de tratar las violencias dentro del partido han sido Europa Ecología – Los Verdes y La Francia Insumisa”, dice Mecary. “Es cierto que los sistemas no son perfectos. Todo el mundo va a ciegas. La verdad es que, si hay que luchar contra estas violencias, hay que dotar de medios a la Justicia y a la Policía”.
Los partidos que cita Mecary disponen de comisiones internas para tratar las denuncias. Pero se les ha reprochado su falta de transparencia: una manera de lavar los trapos sucios machistas a puerta cerrada, o de realizar procesos exprés y sin garantías. “Hay que vigilar mucho con la demanda de sanciones sin juicio, de apartar a alguien sin juicio”, dice Mecary en alusión a los casos de Quatennens y Bayou. “Es una manera muy totalitaria de actuar”.
LFI cuenta con feministas reconocidas, como la diputada Clémentine Autain. Junto a otras dirigentes, ha forzado un comunicado del partido reiterando “el compromiso sin falla en la lucha contra la violencia a las mujeres”. Es una manera de marcar distancias con Mélenchon, al que, en general, casi nadie desautoriza. El líder, aunque no es diputado, sueña con volver a ser candidato a la presidencia en 2027. Como se demuestra ahora, corre el riesgo de convertirse en un jarrón chino: valioso para esta izquierda pero, para muchos, cada día más incómodo.
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