Cuando en la segunda mitad del siglo pasado los científicos comenzaron a profundizar en la naturaleza del cáncer, descubrieron que era algo inherente a la naturaleza humana. Una acumulación de fallos en los procesos normales que nos permiten vivir podían generar una proliferación de células descontrolada que nos acabase matando. El estudio de fósiles antiguos ha mostrado que estas enfermedades han hecho sufrir a todo tipo de seres vivos desde hace millones de años.
Esta semana, un equipo del Museo Real de Ontario (MRO) y la Universidad McMaster, en Canadá, publican el primer diagnóstico de un tumor maligno en un dinosaurio. El trabajo, recogido en la revista médica The Lancet Oncology, describe cómo los paleontólogos y patólogos identificaron un osteosarcoma, un tipo de cáncer agresivo que afecta a los huesos, en los restos de un Centrosaurus apertus, un dinosaurio con cuernos parecido al mítico triceratops, que murió hace unos 76 millones de años.
Los restos se habían encontrado en un yacimiento en la región canadiense de Alberta en 1989. Entonces se pensó que el extremo anómalo del peroné había sido causado por una fractura. En 2017, en una visita al Museo Real Tyrrell, varios miembros del grupo del MRO y la Universidad McMaster observaron características peculiares en el hueso de aquel dinosaurio cornudo y pidieron permiso para analizarlo con la tecnología médica más avanzada.
Utilizando técnicas de diagnóstico por imagen tridimensional y análisis microscópico del hueso a nivel celular concluyeron que el animal sufría un tumor muy avanzado que, probablemente, habría invadido otras partes de su cuerpo. “El cáncer habría tenido efectos discapacitantes en aquel individuo y lo haría muy vulnerable a depredadores de aquel tiempo como los tiranosaurios”, ha explicado en un comunicado de su institución David Evans, investigador del MRO y coautor del estudio. Sin embargo, por el lugar en el que se encontraron los huesos, parece que el Centrosaurus enfermo no pereció por su enfermedad y lo hizo junto a gran parte de su manada cuando fueron sorprendidos por una inundación. Ese rebaño, en el que convivía junto a otros herbívoros como él, le protegió y le permitió sobrevivir durante más tiempo del que se esperaría para un dinosaurio con una dolencia tan grave.
Aunque el caso de cáncer presentado ahora sea el más antiguo en un dinosaurio, se ha identificado algún tumor aún más antiguo. En 2019, en Jama Oncology, se publicó el hallazgo de otro cáncer de hueso en una tortuga que murió hace unos 240 millones de años. En humanos también se han detectado osteosarcomas. En unos restos descubiertos en la cueva de Swartkans, en Sudáfrica, se diagnosticó esta enfermedad en un hueso del dedo de un individuo que vivió hace 1,7 millones de años y en el esqueleto de un Australopithecus sediba de hace dos millones de años hallado en Malapa, también en Sudáfrica, se detectó un tumor en una vértebra del tórax.
Este tipo de estudios muestran que, pese a que algunos hábitos asociados a la vida moderna, como fumar, tomar alcohol o comer en exceso, incrementan el riesgo de padecer cáncer, la enfermedad ha sido parte de la vida de los humanos y de muchos otros animales desde hace millones de años. Estudios como el que se ha publicado esta semana en The Lancet Oncology son útiles para comprender la evolución de enfermedades tan prevalentes como los tumores.
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