“Empezamos a rodar. Y cuando empezó a hablar, Hopkins sacó aquel tono y aquel acento de Hannibal Lecter… Yo reaccioné sorprendida, porque no le había escuchado así antes. Cuando cortaron, hasta el técnico de sonido estaba aterrado. Desde luego, le agradezco que no avisara: mi reacción fue genuina”, recuerda Jodie Foster en una entrevista con EL PAÍS. Hace 30 años, en el día de San Valentín de 1991, se estrenó en Estados Unidos El silencio de los corderos. A España llegó más tarde, en septiembre, cuando ya se había convertido en un exitazo: fue un thriller de presupuesto contenido (19 millones de dólares), que recuperó lo invertido en su primera semana en las salas estadounidenses (acabaría superando en todo el mundo los 272 millones de dólares), y que en marzo de 1992 se convirtió en el tercer, y hasta ahora, último largometraje en la historia del cine en ganar los cinco Oscar principales: película, dirección, guion —en su caso, adaptado—, actor y actriz. Y, sobre todo, creó en el audiovisual la imagen moderna del psychokiller, el asesino en serie psicópata que con Lecter devino en un tipo refinado, muy inteligente y gélido.
Ahora pocos lo recuerdan, pero El silencio de los corderos es una secuela. En 1986 Michael Mann adaptó en Hunter la primera novela de Thomas Harris de la saga de Lecter, Dragón rojo, publicada cinco años antes. Era la primera aparición de Hannibal el Caníbal, al que puso rostro Brian Cox (en esa película Hannibal se apellida Lecktor, y aún hoy nadie ha dado una explicación del cambio). Fue un fracaso y Dino De Laurentiis, el productor, decidió no comprar los derechos para el cine de El silencio de los corderos cuando se editó en 1988. Sí lo hizo Gene Hackman para poder encarnar él mismo a Lecter y dirigirla, pero su hija le advirtió de que llevaba demasiados personajes violentos seguidos. Así que su amigo Arthur Krim, de la productora Orion Pictures, que había comprado a medias con él los derechos, se quedó solo en el proyecto. La leyenda dice que Paul Verhoeven recibió una oferta para encabezar el proyecto, hoy parece imposible que El silencio de los corderos fuera dirigido por otro realizador distinto a Jonathan Demme, que al fin y al cabo empezó con Roger Corman. “Tocó todos los palos con éxito. En realidad, no se le podía etiquetar más allá de que no parecía muy americano. Estaba como aparte del resto del mundo”, recordaba Chema Prado, exdirector de la Filmoteca Española y amigo del neoyorquino, al fallecer el cineasta en 2017.
Seis herederos de Hannibal Lecter en cine y televisión
Sean Connery rechazó encarnar a Lecter, y los productores pensaron en Anthony Hopkins, gracias a su interpretación del médico en El hombre elefante (1980). Como le explicó Demme, “el doctor Treves es un buen hombre, al igual que Lecter, pero este está atrapado en una mente enferma”. Para Clarice Starling, Demme propuso a Michelle Pfeiffer, con quien acababa de trabajar en Casada con todos. La actriz, con reticencias ante el personaje, lanzó un órdago: lo haría por dos millones de dólares. Esa cantidad descuadraba el presupuesto y la siguiente en la lista, Foster, que venía de ganar el Oscar con Acusados, aceptó el reto. “Yo luché por aquel papel”, explica. “Tuvimos una entrevista, y al acabar me dijo que era mío. A Jonathan le gustó mi determinación”. Foster le sacó a Orion el compromiso de producir su primera película como directora: El pequeño Tate.
“De aquel rodaje, y luego de la promoción, me quedó la imagen de un Hopkins muy humilde. Él era un actor veterano, shakesperiano, yo era joven, en pleno crecimiento personal. Y él venga humildad. Tanta, que me planteé si no estaba actuando. ¡Qué va! Es así”, apunta Foster. La entrevista tiene lugar, vía Zoom, días después del aniversario y de que la revista Variety publicara una charla en línea entre ambos intérpretes, donde Hopkins confesó su intimidación también aquel primer día de rodaje ante Foster. “Es cierto que ahí se nota que nos queremos, que nos respetamos”, confirma la actriz. “Mi carrera, para el público, ha quedado ligada a la suya, y es un honor”. En pantalla, el asesino convicto Lecter y la joven agente del FBI Starling comparten solo cuatro secuencias; más aún, Hannibal solo aparece 24 minutos y 52 segundos. Porque en realidad, El silencio de los corderos cuenta la carrera por atrapar a otro asesino, Buffalo Bill (personaje que en su momento provocó quejas del colectivo LGTBI). Pero el corazón de la trama lo impulsa la relación entre el hombre que se comió el hígado de uno del censo, “acompañado de unas habas y de un buen Chianti”, y la agente de “bolsos buenos y zapatos baratos”.
La frialdad de un ordenador
Harris basó esa extraña amistad en la del criminólogo Robert Keppel y el famosísimo asesino en serie Ted Bundy, que ayudó a Keppel a investigar los crímenes del asesino de Green River, en Washington. Hopkins creó a Lecter como una mezcla de un amigo suyo londinense que no parpadeaba al hablar, un reptil (parpadean a voluntad) y HAL 9000, el ordenador de 2001, una odisea del espacio, frío, inteligente y consciente de todo cuanto le rodea. Foster estuvo un tiempo con una agente del FBI, de la que cogió la idea del llanto de pie al lado del coche, para descargar la tensión.
Con su violencia implícita, con un diseño de producción —obra de Kristi Zea— basado en parte en cuadros de Francis Bacon, El silencio de los corderos es, aunque algunos lo nieguen, un filme de terror. Al acabar un pase en octubre de 1990 en la convención ShowEast, hubo un silencio sepulcral en el patio de butacas. Ted Tally, el guionista, se volvió hacia Demme y le preguntó: “¿No crees que tal vez la película provoca demasiado miedo?”. Aun así, Orion decidió aplazar el estreno a febrero de 1991 para no molestar la promoción de otra de sus joyas, Bailando con lobos. Por eso, cuando en marzo de 1992 ganó los cinco Oscar (de siete candidaturas), se convirtió en la primera película que ganaba la estatuilla principal tras haber salido en vídeo, y la única de terror que lo ha obtenido.
Thomas Harris no quiso participar en el guion. Estaba escribiendo la tercera novela —del cuarteto— de Lecter, Hannibal, y no quería que le contaminara la interpretación de alguien de su personaje. Eso sí, acabada la temporada de premios, envió a cada ganador una botella de vino. Aunque Hopkins repitió como Lecter, Foster no volvió a Starling: en el cine la sustituyó Julianne Moore. Ahora se está emitiendo en EE UU la serie Clarice, que se desarrolla un año después de El silencio de los corderos. Foster confiesa: “No la he visto, aunque me alegra que Clarice inspire tantas adaptaciones. Es un personaje maravilloso. Lo creó Harris, todas las actrices lo hemos interpretado a su medida. Pero sí, la quiero, algo de Clarice queda en mí”.
Tiramina en el menú del día
¿Qué tienen en común el vino, las habas y un hígado? Pues que contienen tiramina, una monoamina que actúa en el cuerpo humano como un vasoactivo. Cuando Lecter explica su menú, está enviando otro mensaje: en aquel momento había abandonado su medicación, porque la ingesta de tiramina es peligrosísima para los pacientes que toman antidepresivos (especialmente los inhibidores de monoamino oxidasa), algo habitual en las instituciones psiquiátricas. Por cierto, en la novela, Harris no escribió Chianti, sino Amarone, por el Amarone della Valpolicella veneciano.
Source link