El titular recuerda una canción de un dúo que se llamaba Vainica Doble y que servía de sintonía para una antigua serie de TVE. La diferencia es que se trataba de tres mujeres y en este artículo se trata de tres hombres, dos jugadores y un entrenador que, ciertamente, fueron muy buenos, pero que personalmente dejaban mucho que desear. Y los tres tienen en mi historial periodístico un denominador común: jamás pude entrevistarlos, a pesar de que lo intenté en varias ocasiones. Sus nombres, muy potentes: Kevin Garnett, Alonzo Mourning y Pat Riley. Ahí es nada.
Empecemos con Garnett. Un jugador impresionante, una verdadera fuerza de la naturaleza. Pau Gasol me comentó en su día que él era su ídolo.. hasta que lo conoció personalmente y pudo comprobar la catadura del personaje. Antipático a más no poder.
Yo siempre fui un adicto a los All Star porque aquí acostumbraba a realizar entrevistas con los mejores jugadores. El ambiente distendido y el buen humor general facilitaban mi trabajo y la lista de personajes con los que pude conversar es amplia y figura en los archivos de TV3. Pues bien, en uno de estos fines de semana de las estrelles logré tener a Garnett cara a cara y ahora no recuerdo que pregunta le hice; trivial, sin duda, para empezar con buen pie… en teoría. El jugador me miró y sin mediar palabra se volvió y me dejó plantado y pasmado. Un colega americano, testigo del asunto, me comentó compungido: “No te preocupes, es habitual. He’s a stupid man”. Sabiendo todo esto, no me extrañó para nada el lamentable papel que le hizo a Ray Allen, éste si: un caballero, cuando fichó por Miami.
Alonzo Mourning fue un caso parecido. Yo lo admiraba desde los tiempos de Charlotte en que formó una tripleta de mural con Larry Johnson y Tyrone Bogues. En Miami vivió su mayoría de edad y a pesar de que sufrió un trasplante de riñón fue capaz de volver a las pistas y ganar un anillo. Impresionante. Recuerdo que fue tras un partido que los Heat ganaron en Salt Lake City que en el vestuario le pregunté por la manera como había superado su enfermedad; una cuestión planteada con respeto y desde el punto de vista de la positividad. Para mi asombro Mourning me contestó de muy mala manera y, como en el caso de Garnett, me dejó con un tremendo mal sabor de boca. En este caso nunca más me acerqué a él. “Ja t’ho faràs”, pensé.
Y en tercer lugar el gran Pat Riley. Entrenador de los Lakers del showtime y luego director en el banquillo de los siempre carismáticos, y problemáticos, Knicks de Nueva York. En el viejo y carismático Forum de Inglewood ya lo intenté una vez, sin éxito. Años después, en el Madison -el pabellón más famoso del mundo, pero también el más desagradable para trabajar- anduve persiguiéndolo tras un entreno hasta que conseguí tenerlo cara a cara.
–No hablo –me dijo a modo de saludo–.
–Mr. Riley, he venido desde Barcelona para hablar con usted –le comenté–.
Y se metió en su despacho, cerró la puerta y nunca más se supo.
En el lado opuesto, los jugadores locuaces, vivarachos, que nunca eludían mis preguntas aún cuando fuera para regodearse. Anotad estos dos nombres: Shaquille O’Neal y, sobre todo, Charles Barkley. No es nada extraño que ahora formen, tantos años después, la pareja de analistas más divertida del firmamento NBA. El Gordo era tremendo y siempre tenías que estar preparado para recibir una andanada. Y para muestra un botón: tras los celebrados Juegos Olímpicos de Barcelona y al comienzo de la temporada 92-93, me desplacé a Phoenix para, entre otras cosas, hablar con él. En medio de un extenso corralillo de periodistas americanos ahí estaba yo para preguntarle por su impresión de los Juegos…
–¿Tú vienes de Barcelona?– me pregunto a modo de respuesta–.
Yo, previendo el chaparrón, contesté con un si amedrentado.
–Pues has de saber que habéis organizado unos Juegos muy bonitos, pero pusisteis a toda mi familia muy lejos de Barcelona (por lo visto en la Costa Brava). ¿Tú crees que esto es correcto?
Y yo, naturalmente, le contesté que no, en medio de las risas de los poco solidarios periodistas yankis. Pero a pesar de todo he de decir que siempre me encantó entrevistar al Gordo Barkley. Siempre decía cosas y siempre fue un tipo simpático. No como otros.