El pasado fin de semana, los responsables políticos de Estados Unidos se lanzaron a rescatar dos bancos de tamaño medio: el Silicon Valley Bank (SVB) y el Signature Bank. Sí, fueron rescates. Me gustaría que el Gobierno de Biden no intentara afirmar otra cosa. Y sí, los inversores se quedaron sin blanca. Pero, legalmente, los depósitos solo están asegurados hasta un máximo de 250.000 dólares. Al decidir reembolsar la totalidad de sus fondos a todos los depositantes, las autoridades federales han hecho un gran favor a los titulares de grandes cuentas.
Es verdad que las pérdidas, si es que las ha habido —no está claro si alguno de los dos bancos era insolvente o simplemente carecía del efectivo necesario para hacer frente a una retirada masiva de depósitos—, no se compensarán con unas tasas convencionales más elevadas. El dinero procede de la Corporación Federal de Seguros de Depósitos, que, si es necesario, recuperará los fondos imponiendo unas tarifas más altas a los bancos. Pero esas tarifas se repercutirán a los clientes, por lo que, en realidad, los que acaban pagando son los contribuyentes.
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Ahora bien, ¿ha sido una mala decisión? He oído cuatro clases básicas de críticas. Una es ridícula. Dos son dudosas. Pero la última me preocupa un poco, aunque creo que probablemente sea errónea. Empecemos por la ridícula. A la derecha del espectro político, muchos han corrido a unirse a la afirmación de que el SVB ha quebrado porque tenía demasiada conciencia sociorracial, lo cual solo es ligeramente más absurdo que afirmar que tener esa clase de conciencia causa descarrilamientos de trenes. Por si sirve de algo, no, el SVB no se distinguía de otras entidades por su preocupación por la diversidad o el medio ambiente. Y los bancos llevan siglos quebrando, desde mucho antes de que los departamentos de recursos humanos empezaran a incluir frases hechas sobre la responsabilidad social en sus declaraciones de objetivos y principios. Así que hablar de conciencia de las desigualdades sociales y raciales no nos dice nada sobre las quiebras bancarias, pero sí mucho de la bancarrota intelectual y moral de la actual derecha estadounidense.
Pasemos a otras críticas más serias. Hay un argumento razonable, con el que estoy de acuerdo en gran medida, que sostiene que la quiebra del SVB no ha supuesto una amenaza sistémica como la que supusieron las quiebras de diversas instituciones financieras, empezando por Lehman Brothers, en 2008. Entonces, ¿por qué rescatar a los depositantes? Pues bien, una respuesta es que, guste o no, el SVB había llegado a desempeñar un papel clave en lo que se podría llamar el ecosistema financiero del sector tecnológico. En particular, si los titulares de depósitos se hubieran quedado sin acceso a su dinero, aunque fuera temporalmente, muchas empresas tecnológicas se habrían quedado sin poder hacer frente a sus nóminas y pagar sus facturas, lo cual podría haber provocado daños duraderos. La verdad es que acabar con el negocio de las criptomonedas habría sido un servicio público, pero también hay muchas cosas buenas que podrían salir perjudicadas. En este sentido, el rescate del SVB ha sido algo parecido al de General Motors y Chrysler en 2009, que también se justificó con el argumento de que preservaría una pieza crucial del ecosistema económico. Y si bien el rescate de la automoción recibió duras críticas, visto retrospectivamente parece que fue la decisión correcta, aunque acabara costando miles de millones a los contribuyentes.
Una tercera crítica es la que afirma que las autoridades federales han establecido el principio de que todos los depósitos están asegurados a todos los efectos, sin imponer, como correspondería, una normativa más estricta sobre lo que los bancos pueden hacer con esos depósitos. En consecuencia, han creado un incentivo para la asunción irresponsable de riesgos por parte de las entidades. Pero los responsables políticos no han garantizado de manera explícita todos los depósitos en todas partes, y al menos hasta el momento, estamos viendo una salida de fondos de los bancos más pequeños a los grandes bancos con regulaciones más severas. Esto puede no gustarnos; se diga lo que se diga de las instituciones financiera, no son ángeles. Pero, en conjunto, parece que el sistema está restringiendo, y no ampliando, los riesgos que asume.
Lo cual me lleva a la crítica que me tomo en serio, aunque piense que probablemente sea errónea: las afirmaciones de que las quiebras bancarias van a minar los esfuerzos por controlar la inflación. Es verdad que las quiebras han hecho que los inversores se replanteen el curso de la política de la Reserva Federal: una subida de tipos en la próxima reunión, que antes se daba por hecha, ahora parece incierta, y los mercados están valorando la posibilidad de recortar los tipos, mientras que el precio del dinero a dos años (un buen indicador de la política de la Fed) están cayendo en picado. A esto se añade que algunas personas sensatas con las que hablo alertan del dominio financiero, en el que la Fed da más prioridad a proteger Wall Street que a estabilizar la inflación.
Pero, considerando cómo está reaccionando el sistema bancario al asunto del SVB, la verdad es que hay buenas razones para que la Reserva Federal limite las subidas de tipos, al menos durante un tiempo. El banco central de Estados Unidos ha tratado de enfriar la economía. Pues bien, la mayor sensibilidad de los bancos al riesgo y el desplazamiento de los depósitos hacia entidades con una regulación más estricta probablemente enfriarán la economía aunque la Reserva no suba los tipos. Algunos boletines financieros predicen incluso una recesión. Y las previsiones de inflación del mercado, en todo caso, han disminuido.
Las consecuencias de los problemas bancarios han enturbiado aún más una situación económica ya turbia de por sí, y pasará tiempo —quizá una eternidad— antes de que sepamos si los responsables políticos tomaron la decisión correcta. Pero en este momento estoy oyendo mucha retórica apocalíptica que en ningún caso parece justificada a la luz de los hechos.
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