El expresidente Donald Trump ha recitado esta noche desde Mar-a-Lago todo el memorial de agravios que acumula desde que, aún en la Casa Blanca, fue investigado por la trama rusa -la posible connivencia del Kremlin para ayudarle a ganar las elecciones de 2016- o sometido a los dos impeachments, o juicios políticos, de los que salió indemne. El republicano hizo un diagnóstico de la naturaleza de su victimismo, a la par que una apelación a sus fieles, en su feudo de Mar-a-Lago (Florida). Ponía fin así a una jornada vertiginosa en la que horas antes había sido imputado en Nueva York por tres pagos en negro para ocultar relaciones extramatrimoniales durante la campaña de 2016. Si estaba herido en su fuero interno, no lo demostró ante el atril desde el que se dirigió, en un tono inusualmente calmo y desprovisto de su vociferante energía, a sus seguidores.
Vestido igual que en su comparecencia en Nueva York, Trump denunció el proceso instruido por la fiscalía de Manhattan como una interferencia “a una escala nunca vista” en la próxima carrera electoral, la de 2024, en la que parte como el candidato republicano mejor situado en los sondeos. Un proceso llevado a cabo por “la izquierda radical”, en referencia a la Administración demócrata en el poder en Washington (y en Nueva York), que debería ser “desestimado de inmediato”. De la supuesta injerencia en el proceso culpó personalmente al fiscal de Manhattan, Alvin Bragg, “izquierdista radical apoyado por [el financiero] George Soros”, una de las bestias negras de la facción más radical de los republicanos. El mantra de la “izquierda radical” fue la idea más repetida de su discurso.
“Nunca pensé que esto pudiera ocurrir” en EE UU, ha dicho el magnate, un país que, subrayó, “se está yendo al infierno” por acusaciones como las que pesan contra él, 34 cargos de falsificación de registros mercantiles ligados a los sobornos para encubrir sus aventuras en 2016. Según la acusación, esos falsos registros encubren intentos de violar las leyes electorales estatales y federales. La imputación es la primera a un mandatario, en activo o retirado, en la historia de EE UU.
“El único delito que he cometido es haber defendido sin miedo a nuestro país frente a quienes intentan destruirlo”, ha dicho Trump, recalcando la esencia de su misión, y considerando un insulto la ofensiva legal que padece. Además de la imputación en Nueva York, arrostra varias investigaciones federales y estatales, entre ellas por retener documentos clasificados en Mar-a-Lago, por su papel al instigar el asalto al Capitolio en 2021 y por intentar dar un pucherazo en el Estado de Georgia.
Trump dedicó gran parte de su prolongado discurso a quejarse de las investigaciones penales hasta el último detalle, incluidas sus mofas sobre tuits publicados por la esposa del fiscal Bragg, en vez de transmitir un mensaje más amplio, en clave electoral, capaz de aglutinar y movilizar a la multitud. No le hizo falta: tenía un público cautivo. También pintó un panorama sombrío no sólo en clave interna, también de retos globales como la amenaza de China. “Somos un país en declive y ahora la izquierda radical quiere interferir en nuestro proceso electoral”, recalcó.
“Ellos no siguen la ley, [porque] el sistema de justicia de EE UU ya no tiene ley y se usa para ganar elecciones”, dijo arrancando una de las salvas de aplausos. Fue interrumpido también cuando se refirió al presidente Joe Biden como un lunático, y tras sus invectivas contra el fiscal Bragg, a su juicio “el único criminal”, que fue contra él incluso antes de saber algo al respecto. Reservó también sus dardos para el instructor del caso, Juan Merchan, “un juez que odia a Trump” e incluso para el fiscal especial nombrado por el Departamento de Justicia para supervisar todos los casos relativos a Trump, Jack Smith, “un consejero especial lunático”.
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Entre la audiencia que seguía en silencio sus palabras, destacaban numerosas personas tocadas con las gorras rojas de su movimiento de reconquista MAGA (siglas de Make America Great Again, Hagamos grande de nuevo a EE UU), que lanzó tras abandonar la presidencia en enero de 2021. Sobre las amenazas globales, e incluso personales, Trump remachó: “Pero no tengo la menor intención de permitirlo, porque volveremos a hacer grande a América [EE UU]”. El lema más directo, electoralmente hablando, para terminar un mitin que fue sobre todo un alegato.
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