Todos los focos vuelven a apuntar a Donald Trump. El expresidente de Estados Unidos ha vivido una semana frenética desde que el pasado sábado hiciera su aparición estelar en un congreso conservador en Dallas con un discurso apocalíptico. Por entonces, no sabía que un juez había firmado ya una orden de registro de Mar-a-Lago, su mansión en Palm Beach (Florida), por la posible comisión de al menos tres delitos. La actuación del FBI, políticamente explosiva, ha hecho que casi todo en la política estadounidense vuelva a girar en torno a un Trump del que ya nadie duda de que quiere volver a optar a la presidencia en 2024.
El Trump populista y demagogo que ganó las elecciones de 2016 ha dado paso a un Trump extremista e incendiario, que no respeta la ley ni las instituciones. Es el mismo que se negó a aceptar su derrota electoral frente a Joe Biden y propició el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Se presenta como mártir de una persecución política. Vuelve a utilizar como estrategia los bulos y las teorías de la conspiración, que corren como la pólvora, alimentadas sin descanso por la cadena conservadora Fox. En su viaje, ha arrastrado a la gran mayoría del Partido Republicano, en el que mantiene un hiperliderazgo que empieza a resultar problemático.
Su discurso extremo se ha acentuado, si cabe, tras la actuación del FBI. La insinuación de que el Departamento de Justicia ha fabricado pruebas falsas, la referencia al tercer mundo y las denuncias de persecución política han incendiado de retórica guerracivilista en su réplica de Twitter, Truth Social. Uno de sus usuarios más activos, Ricky Shiffer, cruzó el miércoles la línea que separa la violencia política verbal de la física y se lanzó a atacar armado la oficina del FBI en Cincinatti (Ohio). Acabó muerto, abatido por la policía. Mientras, el juez que firmó la orden de registro, Bruce Reinhart, está sufriendo amenazas e insultos antisemitas. Partidarios de Trump han difundido la que aseguran que es su dirección y su teléfono en las redes sociales. La sinagoga a la que suele acudir ha tenido que cancelar algún servicio y reforzar su seguridad.
Desde el registro, Biden ha evitado cualquier comentario y hasta se ha ido de vacaciones a Kiawa Island (Carolina del Norte). Con ello, trata de evitar que se perciba como un caso político y, al tiempo, evita polarizar aún más la sociedad. El presidente se reunió la semana pasada con historiadores que advirtieron de que la democracia se tambalea y compararon la situación actual con la de los años previos a la Guerra de Secesión y con los movimientos profascistas de los años treinta del pasado siglo. Uno de ellos era Sean Wilentz, profesor de Historia de Princeton, que este sábado señalaba en televisión que el país está “en una situación peligrosa”. “Todo el mundo debería respirar hondo ahora mismo y tratar de calmarse”.
Según Wilentz, el presidente Biden “entiende la situación en la que estamos. Tampoco tiene respuestas fáciles. Pero creo que va a hacer lo mejor que pueda para dirigir el país. Y eso es lo mejor que puede hacer. Todos debemos hacer nuestro trabajo y creo que él va a tratar de hacer el suyo lo mejor que pueda”.
La portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, rehusó pronunciarse esta semana sobre la posibilidad de que Biden vuelva a enfrentarse a Trump en las elecciones de dentro de dos años: “Todo lo que puedo decir es que el presidente tiene la intención de presentarse en 2024″, zanjó el martes en una rueda de prensa en la Casa Blanca.
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SuscríbeteDonald Trump, durante su intervención el 6 de agosto en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) celebrada en Dallas (Texas).Picasa (Bloomberg)
Trump también parece tener esa intención. Su discurso de la semana pasada en Dallas sonó a ello, pero evitó cuidadosamente un anuncio al respecto. Lo más que hubo fueron insinuaciones: “Me presenté dos veces. Gané dos veces y lo hice mucho mejor la segunda vez que la primera (…). Y ahora puede que tengamos que volver a hacerlo”, dijo, instalado en el bulo electoral y levantando a la gente de sus asientos.
A raíz del registro, Trump ha puesto su fábrica de bulos y afirmaciones sin contrastar al máximo de revoluciones. Ha afirmado, sin la más mínima prueba que lo respalde, que fue una decisión de Biden. Ha alentado teorías conspiratorias sobre que el FBI le había “plantado pruebas” falsas. La mentira en la que más ha insistido, con el propósito de difundir una idea de doble rasero, son los “33 millones de páginas de documentos, muchos de ellos clasificados, que el presidente [Barack] Obama se llevó a Chicago” sin que nadie se los reclame.
Los Archivos Nacionales han tenido que salir a desmentirlo: “La Administración Nacional de Archivos y Registros (NARA) asumió la custodia legal y física exclusiva de los registros presidenciales del presidente Barack Obama cuando dejó su cargo en 2017″, señala. Explica que la NARA trasladó aproximadamente 30 millones de páginas de registros no clasificados a una instalación propia en el área de Chicago y que mantiene los registros presidenciales clasificados de Obama en el área de Washington. “Tal y como exige la ley, el expresidente Obama no tiene ningún control sobre dónde y cómo almacena la NARA los archivos presidenciales de su Administración”, explica en un comunicado.
Los gobernadores estatales republicanos y los líderes del partido en el Congreso han cerrado filas con Trump y han suscrito discursos que hablan de un país tercermundista, politización del FBI, uso de la justicia como arma política y persecución de los opositores, siempre sin aportar ninguna prueba y sin conocer el detalle de las actuaciones. La congresista Marjorie Taylor Greene (conocida como MTG), una de las más conspicuas trumpistas, ha empezado a vestir camisetas con un eslogan que pide retirar los fondos públicos al FBI (”Defund the FBI”). En parte del partido, ese entusiasmo se ha apagado un poco tras empezar a conocerse que Trump tenía numerosos documentos de “alto secreto” en Mar-a-Lago y ha habido, al menos, algunas llamadas a la prudencia.
Partidarios de Trump protestan por el registro de la mansión del expresidente en Palm Beach (Florida), el 9 de agosto. CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH (EFE)
Las personas cercanas a Trump han dado a entender que las actuaciones judiciales contra él no solo no debilitan su disposición a volver a optar a la presidencia, sino que la refuerzan, bien para blindarse o bien para vengarse. Su exasesor en la Casa Blanca Steve Bannon le ha pedido que responda al registro anunciando ya que se presentará en 2024. No parece probable que los problemas judiciales le impidan legalmente presentarse.
A menos de tres meses de las elecciones legislativas de mitad de mandato, en las que se renueva un tercio del Senado y toda la Cámara de Representantes, los republicanos prefieren que Trump no adelante su anuncio. Han estado viendo una clara victoria al alcance de la mano. Ronna McDaniel, presidenta del Comité Nacional Republicano, que, por otro lado, es una acérrima trumpista, señalaba esta semana en Fox: “Yo le diría a cualquier candidato que no se salte lo que va a ser una de las elecciones de mitad de mandato más importantes y con mayores consecuencias de la historia de nuestro país. Tenemos que (…) asegurarnos de que ganamos en noviembre”.
Dada la baja popularidad de Biden, los republicanos querían que las elecciones intermedias fueran un referéndum sobre el presidente, pero pueden acabar siendo un referéndum sobre Trump. Eso puede movilizar al voto demócrata descontento y alejar de las urnas a republicanos moderados.
Trump tiene otras razones para retrasar su anuncio. La legislación estadounidense sobre financiación electoral impone restricciones en la captación y uso de fondos a los candidatos. Trump, en cambio, a través del fondo de su iniciativa Save America, puede recibir dinero casi sin límites y usarlo si quiere para fines personales, como pagar a sus abogados. A cierre de junio, según los datos oficiales, el fondo tenía 103 millones de dólares (unos 100 millones de euros), casi el triple que el dinero que tiene disponible el Comité Nacional Republicano.
Trump, que esta semana ha declarado también por un caso de fraude fiscal en sus empresas, ha aprovechado de hecho sus problemas judiciales para lanzarse agresivamente a captar más fondos, con mensajes al móvil, correos electrónicos y publicidad constante. Cuando uno quiere apuntarse a recibir las comunicaciones de Save America, antes tiene que contestar a la pregunta: “¿Amas a Trump?”. Sí o no, el mundo dividido en dos mitades.
La influencia de Trump en su partido es enorme. Los dos grandes partidos políticos estadounidenses no tienen un liderazgo institucionalizado. Los presidentes del Comité Nacional Demócrata y del Republicano son una especie de secretarios de organización, con la misión principal de recaudar fondos y distribuirlos para las campañas y organizar cada cuatro año, la convención nacional, que en función de las primarias previas, elige al candidato a la presidencia. En ese momento, se convierte en líder de facto del partido. Si gana las elecciones presidenciales, lo sigue siendo, por el poder que da la presidencia. Si pierde, lo habitual es que dé un paso atrás, lo mismo que los presidentes que dejan el cargo. No en el caso de Trump.
El expresidente ejerce un hiperliderazgo que muy pocos se atreven a contestar. Las campañas de las primarias republicanas se definían en torno a él. Por convicción, conveniencia o temor, casi nadie dentro de su partido se atreve a negar abiertamente el bulo electoral. La mayoría de los que se han enfrentado a Trump han perdido el favor de los votantes republicanos. El caso más paradigmático es el de la congresista Liz Cheney, hija del vicepresidente Dick Cheney y conservadora de pura cepa, protagonista de la comisión del Congreso que investiga el asalto al Capitolio del 6 de enero. Su valentía va camino de costarle su escaño por Wyoming.
En algunas circunscripciones, los demócratas han apoyado de forma apenas encubierta las opciones más trumpistas en las primarias republicanas. Creen que cuando llegue el 8 de noviembre tienen más posibilidades de batir a candidatos más extremistas, pero están jugando con fuego.
En cuanto a las presidenciales, si Trump decide presentarse, los otros potenciales candidatos, como el gobernador de Florida, Ron De Santis, o el senador por Texas Ted Cruz lo van a tener muy difícil. Por la potencia financiera y el liderazo arrollador que ejerce en su partido, solo revelaciones judiciales más graves podrían poner en riesgo su primacía. En la votación online que organizó la semana pasada el congreso conservador de Dallas, el expresidente arrasó con el 69% de los votos. A pesar de todo, Trump sigue siendo el favorito del partido.
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