Turquía y la maldición de la tierra: 50 terremotos en un siglo

Turquía y la maldición de la tierra: 50 terremotos en un siglo

Quienes viven en Turquía tienen una sensibilidad especial a los temblores de la tierra. Cada vez que se mueve el suelo o tiembla una puerta o ventana, por muy ligeramente que sea, por mucho que para algunos pueda ser un movimiento casi imperceptible, los teléfonos empiezan a sonar y los grupos de WhatsApp se llenan de preguntas: “¿Lo habéis sentido? ¿Es un terremoto? ¿Estáis bien?”. Es un temor entendible dado que, quien más, quien menos, en este país ha vivido un seísmo de magnitud considerable.

Sea en el extremo oriental (Van, en 2011, con más de 600 muertos) o en el occidental (Izmir, en 2020, con más de 100 muertos), en el sur o en el norte del país. Toda una generación que creció en Estambul y en los alrededores del mar de Mármara —la zona más poblada de Turquía— guarda profundos traumas del seísmo de 1999, en el que fallecieron más de 17.000 personas. Todo el mundo recuerda fotográficamente lo que hacía en esos momentos y en los días siguientes; y suele ser una de las historias que se cuentan unos a otros cuando una amistad comienza a tomar forma, quizás como forma de exorcizar fantasmas y temores compartidos. Porque uno de los temas recurrentes en las televisiones turcas es, precisamente, ¿cuándo llegará el próximo gran terremoto?

“De los terremotos sabemos dónde se van a producir y sabemos explicar cómo serán, incluso si pueden ser fuertes o no. Pero no tenemos información clara para predecir cuándo se van a producir”, explica Eulàlia Masana, catedrática de Geodinámica Interna de la Universidad de Barcelona. Y Turquía es uno de esos lugares donde se sabe que se van a producir terremotos, porque los movimientos sísmicos se concentran en los límites de las placas tectónicas y en este país confluyen varias de ellas.

Turquía está atravesada por dos grandes fallas: la del norte de Anatolia y la del este de Anatolia, a lo largo de la cual se ha producido el terremoto de este lunes. “Es un punto donde confluyen, por el oeste, la placa de Anatolia; por el este, la placa arábiga; por el norte, la placa euroasiática, y, por el suroeste, la africana”, explica Masana. La placa arábiga, explica la experta, se mueve hacia el norte a razón de unos dos centímetros al año, mientras que la africana se mueve en la misma dirección, aunque a menor velocidad. La de Anatolia, por su parte, es expulsada hacia el oeste por el movimiento de las fallas mencionadas. Todos estos movimientos generan tensiones geológicas en las fallas que desembocan en terremotos de mayor o menor envergadura.

En los últimos 100 años se han producido en Turquía más de 50 seísmos de magnitud igual o superior a 6, lo que equivale a un terremoto “fuerte”, que puede destruir zonas pobladas en un área superior a 150 kilómetros a la redonda. En todos ellos han muerto más de 80.000 personas. El más grave fue el que ocurrió en 1939 en la provincia de Erzincan, con 32.000 muertos, y al que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, se ha referido ahora comparándolo con la tragedia del lunes.

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“No sabemos cuándo va a ocurrir el siguiente terremoto —prosigue Masana—, pero sí cómo hay que proceder: en las zonas con gran actividad sísmica: hay que hacer simulacros y construir de manera sismorresistente”. El profesor de Ingeniería Geofísica de la Universidad de Kocaeli, Serif Baris, lamentaba este lunes en la cadena CNN-Türk la falta de preparación de la población en general, lo que muchas veces desemboca en reacciones incorrectas ante los terremotos: personas que saltan por la ventana al sentir un temblor o que se echan a la carretera en sus vehículos, bloqueando las vías por las que debe llegar la ayuda. Hace unos meses, la agencia de gestión de Emergencias de Turquía (AFAD) hizo una prueba nacional enviando alertas a todos los móviles del país: en muchos casos llegaron horas después del horario previsto para el simulacro.

Varios residentes rescataban este lunes a una niña de un edificio colapsado en la ciudad siria de Jandaris.RAMI AL SAYED (AFP)

“Sabemos que va a haber terremotos, los vivimos, tenemos experiencia porque ocurren frecuentemente, y a veces son muy destructivos. Y una de las principales causas de que sean tan destructivos es la calidad de las construcciones”, afirma la presidenta de la Cámara de Ingenieros Civiles de Esmirna, Eylem Ulutas Ayatar. Tras el terremoto de 1999, que se convirtió en catastrófico por la mala calidad de muchos edificios y por la escasa capacidad de respuesta del Estado, se reformaron numerosas agencias. De hecho, los equipos de protección civil de Turquía se encuentran ahora entre los más expertos de la región.

Sin embargo, la promesa hecha entonces de que las infraestructuras y las viviendas serían renovadas e inspeccionadas no ha avanzado a la misma velocidad. “El sistema de inspección de infraestructuras prometido en 1999 solo se implantó, en modo piloto, en 19 provincias y no se extendió a toda Turquía hasta después de ocurrido el terremoto de Van, 12 años después”, explica Ayatar.

En 2011, el entonces primer ministro y hoy presidente Erdogan prometió renovar el parque inmobiliario turco incluyendo medidas antisísmicas. La mayoría de los nuevos edificios las contienen, pero los expertos advierten de que no siempre se cumple la legislación. “Ahora, lo que más necesita el país es cooperación para sacar a quienes se han quedado atrapados bajo los escombros, mantas y comida para los damnificados y ayuda para superar el trauma”, añade la ingeniera. “Pero, una vez pase, debemos preguntarnos por qué, cada vez que se produce un terremoto, tenemos que aprender por las malas que es hora de aplicar las leyes, conocimientos técnicos y experiencia que tenemos para reducir su impacto”.

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