Ejercicios militares rusos con vehículos anfibios, el 18 de octubre en Crimea.

Ucrania y la OTAN, en alerta por la concentración de tropas rusas a lo largo de su frontera

Ejercicios militares rusos con vehículos anfibios, el 18 de octubre en Crimea.
Ejercicios militares rusos con vehículos anfibios, el 18 de octubre en Crimea.Sergei Malgavko (Sergei Malgavko/TASS)

Como una correa de transmisión, una serie de puntos calientes estratégicos alimentan la tensión en Europa del Este, una región en la que Rusia trata a toda costa de mantener su influencia. La concentración de 114.000 militares rusos con armamento pesado cerca de las fronteras de Ucrania ha elevado aún más la alerta de Kiev y ha desatado la alarma de Estados Unidos y de otros países de la OTAN, que creen que el Kremlin podría perseguir un nuevo conflicto militar. Mientras, la presión se mantiene en otro flanco del tablero geopolítico del Kremlin, con la crisis humanitaria y migratoria en la frontera de Bielorrusia con Polonia y Lituania, en lo que Bruselas considera una “guerra híbrida” de Minsk, aliado de Moscú, a quien acusan de usar a los migrantes, vulnerables y desesperados por llegar a la UE, como “arma”. Y todo a las puertas del frío invierno, en medio de una crisis energética global y cuando el presidente ruso, Vladímir Putin, tiene la llave del gas, del que Rusia es el mayor suministrador de la UE.

Elementos “indivisibles”, dice la analista María Avdeeva, con los que el Kremlin trata de combinar distintas fórmulas de desestabilización y amenazas, explotando vulnerabilidades —como la cuestión migratoria, irresuelta y muy divisoria en el seno de la UE, o la energética— para perseguir sus objetivos e intereses. Como la aprobación del gasoducto Nord Stream 2, que llevará gas ruso directamente a Alemania a través del mar Báltico sin pasar por Ucrania y Polonia, y cuya certificación suspendió esta semana el regulador alemán, una paralización administrativa que, aunque aún no ha aludido que esconda motivaciones políticas, caldea los ánimos de Moscú. “Rusia también trata de ganar más poder e influencia, mostrar por las bravas que es un país poderoso con el que hay que sentarse a negociar”, señala Avdeeva, experta en seguridad y desinformación del think tank ucranio European Expert Association.

En los últimos días, la alerta en Ucrania se ha elevado a su nivel más alto desde 2014, cuando Rusia —que veía como el país que había mantenido bajo su paraguas de influencia se alejaba cada vez más hacia una postura pro-occidental tras las movilizaciones europeístas y contra la corrupción que este domingo cumplen ocho años— se anexionó la península de Crimea con un referéndum considerado ilegal por la comunidad internacional, celebrado además con fuerzas rusas sobre del terreno. La concentración militar rusa de este mes, ha advertido Estados Unidos, recuerda a aquella antesala de la anexión y del inicio de la guerra del Donbás, la última guerra de Europa, donde el conflicto con los separatistas prorrusos apoyados política y militarmente por el Kremlin se ha cobrado ya unas 14.000 vidas.

Ya en primavera, los movimientos de tropas rusas cerca de Ucrania —un país estratégico para Occidente— desataron la alarma de la OTAN y de la UE. Esta vez, sin embargo, puede ser diferente, ha advertido Estados Unidos. La concentración de tropas es mayor, incluye el armamento pesado que el Ejército ruso dejó sobre el terreno en primavera, cuando Moscú anunció una desmovilización que nunca se completó, y también material de defensa más sofisticado, advierten las agencias de inteligencia occidentales. El Kremlin asegura que no tiene que dar ninguna justificación para mover a sus tropas dentro de su territorio y acusa a la OTAN de maniobras desestabilizadoras y de provocar su reacción con una mayor cercanía con Ucrania.

El panorama, avisa el ministro de Exteriores ucranio, Dmytro Kuleba, que se ha reunido con altos funcionarios de EEUU, la UE y la OTAN para hablar de la situación, es “extremadamente preocupante”. “Lo que tenemos ahora no es solo a tropas que hacen maniobras militares. Es una movilización más extensa, con campamentos, reservas, tanques, artillería, sistemas de interferencia de radio. Una infraestructura militar completa desplegada a lo largo de nuestra frontera que crea presión militar sobre Ucrania”, detalla Kuleba en una entrevista en la sede del ministerio en Kiev. “La situación cambia constantemente y Rusia puede aumentar sus fuerzas y actuar en un abrir y cerrar de ojos”, insiste el ministro, que cree que al mismo tiempo que explota la vía militar Moscú está forzando todo tipo de teclas y “dilapidando” la vía diplomática.

El objetivo de la movilización de Moscú es aún incierto. Washington y Londres creen que el presidente ruso, Vladímir Putin, está considerando una acción militar para tomar el control de un pedazo de terreno más grande de Ucrania o que trata de conducir al país a un punto de tensión extremo con el objetivo de desestabilizarlo y derribar al Gobierno de Volodímir Zelenski, un antiguo actor cómico que llegó a la presidencia en 2019 y que una vez pudo percibirse como más débil a la hora de enfrentarse al veterano Putin, que se ha movido para afianzar sus alianzas con Occidente y mantiene una postura de halcón en materia de Defensa.

El Kremlin, advierte funcionario de inteligencia occidental, está agitando o aprovechando distintas crisis desestabilizadoras como piezas de dominó, con lo que podía ver este como el momento más idóneo para sacudir el tablero y emprender algún tipo de agresión. Sobre todo con muchos ojos puestos en la crisis humanitaria y migratoria. El veterano analista ucranio Volodímir Fesenko duda de que Rusia esté considerando nuevas operaciones militares contra Ucrania a gran escala. No obtendría beneficio a corto plazo de ello, dice el experto, que sin embargo no descarta operaciones militares locales.

También es posible, dice Fesenko, que Rusia intente provocar en Ucrania una crisis política aguda con un cambio de poder a través de la crisis energética en la que está sumido el país del Este —que además de problemas de suministro de electricidad y carbón corre el riesgo de perder un importante canal de ingresos en forma de derechos de tránsito con la aprobación del Nord Stream 2—. “Si, como resultado de esa crisis, la Administración se debilita y la situación política se agrava podría repetirse un escenario como el de 2014: los servicios especiales rusos podrían provocar disturbios en las regiones pro-rusas y el Kremlin podría aludir eso como una razón para introducir tropas en ciertas regiones de habla rusa en el sureste de Ucrania”, abunda Fesenko.”Ese es el principal riesgo, no tanto una gran guerra como un nuevo escenario híbrido”, señala.

La defensa de los rusos ha sido uno de los argumento de intervención preferidos del libro de jugadas del Kremlin, que ha repartido en los últimos años más de 600.000 pasaportes rusos en las regiones separatistas del este de Ucrania de Donetsk y Lugansk. Esta semana, el presidente Putin firmó un decreto que dicta que se debe brindar “apoyo humanitario” a los residentes de ciertos distritos de esas dos regiones, para “evitar un mayor empeoramiento de las condiciones de vida en medio del continuo bloqueo económico y deterioro de la situación del coronavirus”. Putin ordenó también al Gobierno que facilite el acceso de los productos de Donetsk y Lugansk a los mercados rusos y la participación en las adquisiciones y licitaciones estatales.

Y sobre todo ello planea la sombra de un artículo de 5.000 palabras que Putin escribió en julio sobre la “unidad histórica” de Rusia y Ucrania, versando los siglos de vínculos imperiales y culturales y en el que criticó las fronteras de Kiev y dijo que nunca permitiría que se convirtiera en “anti-Rusia”. El jueves, en un discurso ante miembros del cuerpo diplomático ruso en Moscú, Putin, que tiene un apetito cada vez mayor por devolver a Rusia la posición de fuerza de la época imperial, recalcó que Moscú está usando su ejército para forzar a Occidente a respetar los intereses de Moscú en la región. Ante las llamadas de alerta de la OTAN y la UE, el líder ruso aseguró que los países occidentales están finalmente reconociendo la importancia para Rusia de defender sus “líneas rojas”: la cercanía de fuerzas de la Alianza Atlántica.

Los analistas cercanos al Kremlin y la televisión estatal rusa no se cansan de desgranar la amenaza de la OTAN, de describir a Ucrania como un campo de juegos de la Alianza, y hablan de “provocaciones inminentes”. El politólogo ruso Aslan Rubaev, no duda en prever que en unas semanas estallará el conflicto. El analista también habla de “provocaciones” de Occidente y asegura que Moscú está siendo “arrastrada” a otra guerra en el espacio post-soviético. “La OTAN no chocará abiertamente con Rusia, empujará a Rusia contra Ucrania como está haciendo ahora”, dice Rubaev.

A medida que aumentan los temores ante la movilización rusa, Ucrania, que ya coopera intercambiando información con sus aliados y que ha recibido un paquete de ayuda de Estados Unidos para hacer frente a la guerra del Este, habla de la importancia de una respuesta coordinada. “Rusia debería sentir que Occidente no permitirá que organice otro derramamiento de sangre”, incide el ministro Kuleba. “No contamos con que tropas extranjeras vengan y nos defienda. Lucharemos por nosotros mismos, pero los mensajes políticos la OTAN son muy importantes”, señala el titular de Exteriores ucranio, que alude a un “paquete de disuasión” en forma de sanciones que la UE podría tomar si el Kremlin actúa de forma agresiva.

La crisis energética, sin embargo, que ha hecho que Europa sea aún más dependiente del gas ruso —sobre todo algunos países para los que supone más del 70% de su fuente—, ha elevado a Moscú a una posición de fuerza y el temor a problemas con el acceso al suministro energético a las puertas del invierno podría aligerar la respuesta de algunos miembros de la UE y limitar el apoyo a más sanciones. El paisaje, con cada vez más frentes abiertos, amenaza con calentar el frío invierno.

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