Los científicos peruanos, con o sin respaldo económico del Estado, buscan soluciones a la covid-19 en su país, el segundo más golpeado de la región y, al mismo tiempo, con una de las más bajas inversiones en investigación científica de Sudamérica: 0,1% del PIB. Entre las soluciones más destacadas y baratas que han propuesto figuran una prueba rápida, cascos para suministrar oxígeno a pacientes con coronavirus y una niña robot para la educación en comunidades rurales bilingües donde no hay electricidad ni Internet. Las clases presenciales fueron suspendidas en marzo y la educación es a distancia desde abril.El científico e investigador de enfermedades neurodegenerativas Edward Málaga-Trillo lidera un equipo que, en junio, creó una prueba molecular que detecta el coronavirus en la saliva en 40 minutos. El test, parecido a una prueba de embarazo, tendrá un costo de 14 a 20 dólares. Un desarrollo semejante no tiene precedentes en Perú y el Instituto Nacional de Salud trabaja en su validación.El primer domingo de agosto, decenas de investigadores peruanos lograron ser tendencia en Twitter con el hashtag “Sin ciencia no hay futuro”. Pedían al Gobierno que respaldase el valor de las evidencias científicas en la toma de decisiones en este contexto crítico. No hubo respuestas. Sin embargo, el viernes último, la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Concytec), Fabiola León Velarde, valoró la respuesta de los científicos peruanos frente a la pandemia. “Han demostrado que con un poco más de recursos y apoyo podemos tener el germen de una independencia tecnológica ante un brote epidémico”, dijo.”Las pruebas moleculares (procesadas por máquinas complejas) funcionan bien si no tienes una urgencia. En abril veíamos que no aumentaba el número de pruebas realizadas y se necesitaba un test que no requiriera de personal especializado ni instrumentos caros”, explica Málaga-Trillo, director del laboratorio de neurobiología de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, de Lima. Para esta iniciativa, Málaga Trillo se alió con otros tres laboratorios de investigadores de la Universidad de Ciencias Aplicadas y con un investigador que realiza un posdoctorado en la Universidad de Stanford. Presentó la propuesta a dos concursos de proyectos científicos promovidos por entidades públicas en el contexto de la pandemia, pero no resultó seleccionado. Una de ellas justificó que la postulación parecía “muy ambiciosa”. Entonces, el investigador acudió al sector privado.“Nunca antes vi apoyo de la empresa privada a la investigación (en Perú). Ahora, la solidaridad ha sido evidente desde el primer momento”, comentó el científico. El proyecto de detección rápida del SARS CoV2 reunió 300.000 dólares de cuatro empresas privadas y usó equipos de laboratorio prestados por dos universidades. Málaga desarrolló un trabajo en tres fases: extracción de genes virales, copiado o amplificación de esos genes y detección. “Las políticas de ciencia y tecnología en Perú están incorrectamente dirigidas a aumentar la productividad del país, pero la ciencia básica es altamente rentable, como en este caso. Yo estudio embriones de peces para ver los mecanismos que degeneran el cerebro, tengo en mi cabeza las ‘recetas de cocina’ para generar este test”, explica.Málaga Trillo lamenta que el Gobierno peruano haya destinado unos 3.000 millones de dólares para paliar la crisis sanitaria y económica, sin incluir fondos para la ciencia. Sin embargo, destaca la diversidad de proyectos de unos 250 investigadores que han respondido a la pandemia entre abril y mayo. Según Concytec, en dos concursos recibió 1.100 propuestas para enfrentar los desafíos del nuevo coronavirus en Perú. Los fondos distribuidos entre los 50 ganadores ascienden a unos 2,8 millones de dólares.Contra la escasezJosé Luis Mantani, con un doctorado en ingeniería naval y profesor de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), también presentó a Concytec su proyecto: un casco de oxigenación no invasiva. Buscaba adaptar un sistema que usó Italia exitosamente durante la pandemia, pero su propuesta también fue rechazada. Para continuar, se endeudó. “Trabajo en una universidad pública y fue una sorpresa no tener el apoyo del Estado. Antes investigaba compuestos plásticos aplicados a la ingeniería naval, eran trabajos de investigación pura y hemos migrado a la bioingeniería para aportar al país. Pensamos: si no tenemos camas de cuidados intensivos ¿qué hacemos?”, cuestiona Mantari.El ingeniero encontró la respuesta mientras preparaba un estado del arte. ”Se percibe un repunte de la investigación científica pura que vira hacia los problemas de la pandemia”, dice, y cita el ventilador artificial Fénix, elaborado por un equipo de colegas de su misma universidad y que fue aprobado por la autoridad sanitaria en junio. “Paradójicamente, los principales proyectos que han nacido no han tenido apoyo de Concytec, los investigadores del Fénix han trabajado con su propio peculio”, indica Mantari, quien también menciona la fabricación de tela con nanopartículas para proteger al personal médico. Otra solución producida por la UNI.Los cascos de oxigenación no invasiva ya están en uso en hospitales públicos de ocho regiones del país. “Queremos ser la otra cara de la moneda de los privados. Así como hubo clínicas que cobraron precios exorbitantes, vamos a hacer totalmente lo contrario entregando estos cascos a precios justos”, agrega.La luz de KipiA unas 15 horas de Lima por carretera, en la andina región Huancavelica, el profesor Walter Velásquez ha creado una niña robot para estudiantes rurales sin acceso a internet ni electricidad. ”Kipi es como una niña rural que lleva esperanza, comparte conocimiento, tiene información, es superecológica porque funciona con energía solar, pone música y baila, da alegría”, dice Velásquez a EL PAÍS sobre su invento, hecho de chatarra electrónica y un par de ruedas de una carretilla vieja.El profesor del colegio Santiago Antúnez alimentó a la robot con los audios de Aprendo en Casa, el plan estatal de educación a distancia, y otros materiales en quechua y español. Creó además una aplicación para móvil que opera como un tablero de control para que Kipi responda preguntas y se mueva. Kipi pesa casi seis kilos, dependiendo de la cantidad de paneles fotovoltaicos que le coloquen, y debe su nombre a quipi, en quechua, la carga que uno lleva a la espalda envuelta en una manta. El profesor la transporta en una mula a comunidades que quedan hasta a nueve horas de la escuela, algunas en extrema pobreza. Allí enseña a los niños y adultos a usar la robot y cargar las baterías, y luego de algunos días pasa a recogerla.”Quisiera tener una industria y producir cien Kipis, porque es una herramienta pedagógica. En un diagnóstico en la zona, encontramos que los alumnos no comprenden lo que leen, entonces se necesita enseñar más con el sentido auditivo, no tanto con libros”, explica Velásquez, que en 2018 recibió las Palmas Magisteriales, el máximo reconocimiento que el Estado peruano concede a un docente. Tras la suspensión de las clases en marzo por la pandemia, el maestro perdió contacto con la mitad de sus alumnos. “Estaba preocupado, porque al comentar con los padres sobre los problemas de comprensión lectora algunos no sabían qué hacer. Necesitaba una herramienta para entretenerlos y usar la creatividad. Kipi tiene iluminación, da vueltas, lee textos, es un juguete tecnológico”, añade Velásquez.Con los fondos que el maestro logró en concursos de innovación docente, creó en la escuela un laboratorio de bioquímica. Y desde que tiene un sueldo fijo como profesor, ahorra una parte para pagar los viajes de sus alumnos a ferias internacionales de ciencia. ”La idea es que un alumno rural pueda ser creativo frente a las dificultades de hacer investigación. Tal vez no tenemos suficientes microscopios ni tecnología, pero pueden analizar el agua de sus comunidades, aprender a pensar, a fallar, a ver diferente. Convertí mi aula en un laboratorio, aquí formamos niños curiosos”, precisa.Más de 26.800 muertos y casi 550.000 contagiados
Perú ha registrado 26.834 fallecidos, hasta este miércoles aunque la ministra de Salud estima que la cifra real bordea los 50.000, teniendo en cuenta el exceso de muertes que registra el Sistema Nacional de Defunciones. Los contagios suman a los 558.420. El alto incremento de infectados en julio y agosto está relacionado con el fin de la cuarentena el 30 de junio. Ante la falta de camas UCI y de oxígeno, el Gobierno mantiene cuarentenas focalizadas y retornó al confinamiento total los domingos. Aún no hay actividades de rastreo de contactos de personas infectadas.
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