Un grupo de músicos iraníes se reúne en una casona de Rasht, en el norte de Irán, y se preguntan qué es la música. Uno considera que trasciende fronteras culturales y lingüísticas, otro la tilda de fuerza pura y trascendental, mientras que a una joven le recuerda la prohibición de cantar que por demasiado tiempo recayó sobre las mujeres iraníes. Todos ellos califican la música como algo vivo y grande que les une a los demás, consideración que sustenta Un blues para Teherán, el debut como director del crítico de cine radiofónico Javier Tolentino (Salamanca, 60 años), que se estrena en España este 2 de julio.
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El filme constituye un viaje por la república de Oriente Próximo “en busca de antiguas canciones iraníes, pero en la mente y en la voz de la gente joven”. Tolentino, que se jubiló este mes, ha presentado desde 1999 El séptimo vicio en Radio 3. Señala que su bagaje radiofónico definió el énfasis musical que tiene la película. Las reflexiones de los artistas se complementan con canciones que mezclan lo tradicional y lo moderno —en ocasiones, referencias occidentales— acompañadas de imágenes y momentos cotidianos del país.
Un blues para Teherán también capta la historia de Erfan Shafei, joven de origen kurdo que vive con sus padres y busca cómo canalizar sus aspiraciones artísticas pese a las limitaciones que le ofrece la sociedad iraní y la asfixiante censura del régimen. “Iba a ser mi ayudante de dirección, pero pronto nos dimos cuenta de que haría algo más que eso”, indica Tolentino, quien define a Shafei como “quijotesco” y su alter ego.
En la figura de Shafei se refleja el mundo cultural iraní, que el realizador recuerda con mucho aprecio y respeto. El talante de este joven contrasta con el de esos otros “chivatos del régimen, la soldadesca y la policía” con quienes el director tuvo un encontronazo mientras rodaba en las calles de Teherán. “Acabamos en comisaría e incluso tuvimos que entregar parte del material”, cuenta el director novel. No obstante, en lugares como la región de Kurdistán y en la costa del mar Caspio se encontró a gente mucho más “cálida y receptiva”.
La idea de hacer su primera película en Irán no fue algo espontáneo para Tolentino. “No sales un día y dices: voy a rodar en Teherán”, comenta el ahora director, que señala que su fascinación por el país surgió a través del cine iraní que llega a los festivales europeos desde los ochenta. Su peregrinaje lo llevó a talleres en Murcia y Barcelona, después a La Habana y finalmente a Teherán. En el camino conoció a figuras como Asghar Farhadi (Nader y Simin, una separación) o Abbas Kiarostami (El sabor de las cerezas). “Tengo una relación especial con Irán”, afirma el director.
La música, un invitado peligroso
De las cintas iraníes le sedujo su sutil lírica: “La poesía persa probablemente sea con la japonesa de las más elevadas de la literatura universal y el cine iraní es perfecto heredero de sus letras”. Una narrativa y un lenguaje cinematográfico que contrastan con el estatus de la música, al parecer ninguneada, como evidencian los propios protagonistas de la película cuando se quejan de que el cine en su país carece de banda sonora. “En casi todo el cine iraní, la música es un invitado peligroso”, opina Tolentino, quien compara el arraigo de la tradición musical iraní con la del sur de España.
“Mi gran sueño es que se proyecte en Irán”, relata el que fuera presentador de radio. No obstante, algunos representantes del Gobierno le han advertido del peligro de censura que entrañan algunas secuencias, como aquella en la que un pescador asegura sentir predilección por su primogénito antes que por sus cuatro hijas. Tampoco pasará inadvertida para los censores la mujer kurda que canturrea sin velo en la cocina. “Es difícil no tomar partido en sociedades en que la falta de libertad está muy clara”, admite el director, aunque prefiere evitar los juicios de valor.
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