Un día de reinas


Respiré aliviado al ver que Charlene de Mónaco volvía al Principado, al redil. Una cruel infección de muelas terminó por retenerla meses en su continente de origen, África. Con su regreso a Mónaco usando mascarilla, visiblemente más delgada y con un perro nativo tan esbelto como amenazante, recibí varios mensajes de WhatsApp con la misma pregunta intrigante: “¿Estamos 100% superseguros de que es ella? ¿Es posible que hicieran cambiazo?”. Madre mía, en Mónaco todo es posible. En ese grupo de WhatsApp, donde también todo es posible, insisten con la conspiración. Afirman, por ejemplo, que los hijos de Alberto y Charlene, a través de su lenguaje corporal, parecen tratarla con distancia. Yo entiendo que no les agrada del todo la nueva mascota, Khan, un imponente rhodesian ridgeback que viene a heredar el trono de Monte, el chihuahua de la princesa fallecido en un lamentable accidente de tráfico durante su ausencia. Nunca imaginamos que la vida de gente tan privilegiada fuera tan canina.

Charlene siempre ha manifestado afición por escapar de Montecarlo. La víspera de su boda, recordemos, se abortó un repentino viaje de la futura princesa al aeropuerto de Niza. Es un precio altísimo el que pagas por vivir en este tipo de paraísos artificiales, similar al de un exilio dorado en Abu Dabi. Afortunadamente, otros miembros de la realeza tienen labores más vistosas y arriesgadas como son los viajes de cooperación. También en ellos puede pasar de todo. Precisamente, uno con fines solidarios acercó a la reina Letizia a causas cooperativas en países fuera de la UE. A mí es que la palabra cooperativa me recuerda a un abasto que teníamos en mi colegio progre donde todos poníamos dinero para comprar cuadernos y rotuladores a precios irrisorios. No me lo puedo quitar de la cabeza. Un día uno de los responsables se largó con nuestra colecta para niños necesitados y con un alijo de pinceles y plastilina. ¡La cooperación siempre trae problemas impredecibles! Como en efecto ha sucedido en el viaje de la Reina y ese chaleco rojo que no se quitó en los tres días que duró la expedición.

Los problemas de vestuario también afloran en este tipo de viajes. No cooperan entre sí las labores solidarias y las tiaras. Además de la que está cayendo por el pasado colonialista que nos une y su revisión permanente. Un verdadero dilema para las reinas actuales deseosas de cooperar. Yo defiendo el chaleco rojo, siempre más que a los chalecos amarillos, vestido por la Reina incluso durante el almuerzo que le ofreció el presidente de la República de Paraguay. Quizás porque entiendo el sentido práctico de nuestra Reina y su fe en las cooperativas. Puede ser, y estaría justificado, que vea a su familia política como una. Destila sentido profesional y para andar horas en carretera, cooperando, no hay nada mejor que un chaleco y botas Panama Jack. Y también me parece acertado que se haya reunido con representantes de una asociación LGTBI, siempre con su chaleco rojo, en un país sujeto a la poca colaboración de la iglesia católica con la comunidad gay.

Todos tenemos problemas de vestuario. La reina Sonja de Noruega acaba de recibir en su salón a Máxima de Holanda con un traje berenjena y botas altas, tendencia máxima este otoño. El look no puede ser más funcional, elegante y nórdico, aporta modernidad trekkie a la reina Sonja, al tiempo que se la resta a Máxima y a sus tafetanes. Estas monarquías frías son tremendas a la hora de lanzarse indirectas entre ellas. Con sus inesperadas botas, Sonja colaboró en subrayar el aparatoso encasillamiento formal de Máxima.

¡Qué difícil es vestirte bien! Tantas normas, tantos prejuicios, tan poca cooperación. La verdadera elegancia surge el día que te vistes para ti y no para los demás. Lo que hizo Sonja vestida de Star Trek.

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