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Un dios con pie de cabra



“Una de las principales deidades y quizás la más enigmática de las religiones de África occidental es Èsù. Es la fuerza del caos. La energía del cambio y la mutación. “Se encarga de la comunicación entre los humanos y el resto de los dioses (orishas). Es también el señor de las encrucijadas. Pone obstáculos en nuestros caminos para hacer que uno cuestione sus certezas y tome control de su propia vida. Cruzó el océano junto con los esclavos para llegar al ‘Nuevo Mundo’. Allí el trabajo forzado, la falta de libertad, el desarraigo y, por supuesto, la labor de los misioneros lo transformaron en una pieza más de la visión demonizada que hasta el día de hoy proyectan las religiones de raíz africana”, cuenta Cristina de Middel (Alicante, 1975).
Con frecuencia, Èsù utiliza muchos trucos para confundir, levantar suspicacias y desafiar a la humanidad con el fin de agitar su consciencia. Como lo haría la presencia de un humano con pata de cabra. La misma que aparece retratada en la imagen que la artista, acostumbrada a jugar con la realidad y a poner en tela de juicio el exceso de verdad de la fotografía como documento autentificador, destaca dentro de su archivo. “Fue complicada de realizar, pero el resultado me gusta mucho. Sobre todo teniendo en cuenta la manera en que se hizo”, explica de Middel al otro lado del teléfono desde Brasil, donde pasa gran parte del año. “Siempre que consigo crear una ilusión con la imagen utilizando muy pocos medios supone un triunfo para mí. Evita tener que hacer cualquier retoque en Photoshop”.
La fotografía pertenece a la serie Midnight in the Crossroads (Medianoche en la encrucijada), un proyecto que llevó a cabo con Bruno Morais, su pareja. Durante tres años indagaron en la mitología y en la tradición africanas. Para ello hicieron uso de la fotografía documental, así como de las reconstrucciones de mitos y leyendas, siguiendo las transformaciones de Ésú a lo largo de un periplo que confluye con el viaje de los esclavos. Así, el omnipresente espíritu vudú comienza siendo un tótem en Benín, pasará a ser un niño travieso en Cuba, de ahí a un joven seductor en Brasil, para finalmente acabar como un anciano en Haití.
La imagen pertenece al capítulo dedicado a Brasil, fue realizada en Rio de Janeiro en 2018 y es una prueba más de la destreza de la autora para jugar entre lo documental y la ficción. “La hicimos en la puerta de una casa abandonada”, recuerda la fotógrafa. “Compramos unas botellas que son bastante conocidas en las zonas rurales del norte del país, y no sé cómo incorporan la pata de un buey. Son muy conocidas como souvenir del norte del país. Bruno situó uno de sus pies hacia atrás al tiempo que colocábamos la botella dentro de una de las perneras del pantalón. “La imagen es inquietante, suscita curiosidad. No solo por el tema de la imagen en sí, sino sobre cómo se ha podido crear”, apunta la fotógrafa, la quinta mujer en recibir el Premio Nacional de Fotografía (2017) y que desde hace un año figura como miembro asociado de la prestigiosa agencia Magnum (es la única española junto con Cristina García Rodero).
La imagen inmediatamente nos remite a las criaturas fantásticas o mitológicas de las religiones paganas. “Tiene un punto medio diabólico”, añade. “Las religiones africanas están mucho más enraizadas en lo natural y observan las fuerzas de la naturaleza como deidades, lo que les hace ser mucho más respetuosas en comparación con las religiones semitas, donde los hombres creen estar en niveles superiores al resto de las criaturas. Han sido tanto catalogadas como demoniacas por los misioneros como sincretizadas”. De esta suerte, en su afán por desmontar clichés ha intentado despojar a las creencias africanas de la simplificación, apuntando a la belleza implícita en su complejidad. Para ello echa siempre mano de la ironía. Un uso que Middel define como “una exploración de lo improbable” y al que lleva recurriendo desde que su primer fotolibro, Afronautas (2012), y que la colocará en el mapa internacional de la fotografía —una reconstrucción en clave de humor del bizarro y fracasado proyecto espacial impulsado por Zambia, mediante el cual pretendía superar a los rusos y a los americanos, lanzando a la Luna a diez astronautas junto con diez gatos—. El humor es su forma de esquivar el drama no sin dejar de subrayarlo. “Es precisamente el juego visual entre lo que da miedo y lo que da risa lo que me parece que funciona muy bien en esta imagen. Consigue tener todas las capas que íbamos buscando en la serie”, concluye.
Cuenta una leyenda yoruba que en cierta ocasión le preguntaron a Èsù por qué no hablaba de manera directa. “No lo hago porque me gusta que piensen”, contestó. Es “la capacidad del ser humano de creer en aquellas leyendas que explican el mundo que les rodea” lo que interesa a la autora.
 
 


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