Nada más llegar a Białystok, una ciudad polaca a 60 kilómetros de Bielorrusia, me pregunté: “¿Qué demonios hago yo aquí?”. El camino desde el aeropuerto no pudo ser más gris. Y hacía frío, mucho frío. La pequeñez de mi nueva habitación se me hizo muy pesada. Recostada sobre mi cama, me inundaron la soledad y el vértigo. Me disponía a pasar tres meses en una ciudad a más de 3.000 kilómetros de mi casa y en la que no conocía a nadie.
Pero seré sincera: esa sensación se me pasó a las dos horas. Las que tardé en entablar conversación con quienes serían mis compañeros durante mi primera experiencia Erasmus. En total, he disfrutado de cuatro becas en cuatro ciudades distintas. Y es una experiencia que te recomiendo mucho, si es que aún tienes la oportunidad de disfrutarla.
Ahora, después de haber recorrido tantísimos kilómetros, me hace gracia pensar en aquella maleta con la que me planté en Białystok. El frío me atemorizaba tanto que metí a presión tanta ropa de abrigo como pude. Y el espacio que no estaba ocupado por mallas y camisetas térmicas, lo estaba por medicamentos.
De aquella maleta extraigo mis dos primeros consejos para futuros Erasmus: debes saber que los países europeos se encuentran muy bien adaptados al frío -hay calefacción en casi todos lados- y que en el extranjero también hay farmacias. En lugar de tanto contenido inútil, habría llenado mi maleta con Cola-Cao y con una persiana. Allí no las usan, y amanece verdaderamente temprano.
Evidentemente, no escogí Białystok por su parecido con mi Cartagena natal. Lo hice porque una chica de mi universidad, que ya había estado en esa ciudad, me la recomendó mucho. Siempre hay que escuchar a las personas que han pasado previamente por la misma experiencia. Además, los países del Este son bastante más económicos, algo recomendable si tenemos en cuenta que la cuantía de la beca era de 250 euros mensuales. Dicen que antiguamente, en los locos años 2000, los Erasmus recibían 400 euros mensuales. Pero los recortes…
El manejo del dinero es uno de los pilares sobre los que gira la experiencia Erasmus. Es una gran escuela de malabaristas. De ahí proceden dos de mis consejos a las personas que quieran una beca. El primero es que te vayas familiarizando con el lenguaje chillón de los folletos con ofertas del supermercado, porque serán una de tus lecturas más frecuentes en el extranjero. La segunda es que, si tienes la oportunidad, busques trabajo en el verano previo a tu beca. A diferencia de mi estancia en Białystok, antes de marchar a Opole, la ciudad también polaca en la que hice mi segundo Erasmus, aproveché el verano para trabajar como camarera. Y lo agradecí mucho, porque me permitió moverme por el país con mucha más soltura.
Tanto en Opole como en Białystok pasé tres meses. No es mucho tiempo, lo sé, sobre todo si tenemos en cuenta que, de Erasmus, los meses parecen semanas. Sin embargo, era la mejor opción para cumplir con mi objetivo de conocer el mayor número posible de ciudades. Teniendo en cuenta que el límite máximo de Erasmus por cada ciclo de educación superior es de doce meses, lo de pasar tres meses en cuatro ciudades distintas me pareció la distribución más adecuada. No es mucho tiempo, efectivamente, pero puedo decir que exprimí al máximo cada minuto.
Precisamente, para no malgastar tiempo en la búsqueda de un piso, en Białystok y en Opole viví en una residencia. Lo recomiendo mucho, ya que me permitió conocer con facilidad a mucha gente en mi misma situación. Además, me nutrió de escenas que a menudo recuerdo con cariño. Por ejemplo, en la residencia había cocina, pero no había comedor, por lo que, si queríamos cenar en grupo, estábamos obligados a buscar los ángulos muertos de las cámaras de vigilancia y juntarnos ahí disimuladamente. Desarrollamos un instinto para detectar los ángulos muertos que ya quisieran los más célebres atracadores de bancos.
En mis dos experiencias Erasmus restantes, ambas en la modalidad de prácticas y en Portugal, concretamente en las ciudades de Oporto y Aveiro, ya me busqué un piso para vivir la experiencia de otro modo. Mis compañeros procedían de Portugal, de China, de Rumanía, de Brasil, de Bélgica, de Italia… Y, aunque personalmente recomendaría las residencias, también fue una experiencia enriquecedora.
En Portugal me junté menos con estudiantes españoles, y mantuve mucho contacto con portugueses y turcos. Hay mucha gente que, antes de empezar su Erasmus, se pregunta si pasar mucho tiempo con españoles será perjudicial para el aprendizaje de idiomas. Yo le diría a esa gente que no se preocupe demasiado: juntarse con españoles permite intercambiar muchos consejos que harán tu estancia más llevadera. Luego, para aprender idiomas, en todas las ciudades suele haber una asociación, llamada ESN, que organiza muchas actividades de intercambio. Yo recomendaría apuntarse a tantas como sea posible con los oídos bien abiertos.
De hecho, en mi universidad, la Politécnica de Cartagena, la mayor preocupación de los futuros Erasmus suele referirse a si su nivel de idiomas será suficiente para sacar los estudios adelante. Y yo les respondo siempre: “Ni te lo pienses, ya verás cómo acabas soltándote con el idioma”. Y es que la necesidad te obliga a hacerlo.
En cuanto al grado de dificultad de los estudios, el Erasmus tiene fama de ser un paseo. Y no es completamente cierto. Tengo amigos que han estudiado en países como Inglaterra, Francia e Italia, que han tenido que apretar muchísimo. Sin embargo, en los países del Este, las cosas son más relajadas por una razón: no nos mezclaban con los polacos en clase, por lo que solo éramos tres personas en clase. Esto generaba una relación mucho más cercana con los profesores y facilitaba mucho las cosas.
Teniendo en cuenta que los estudios tampoco me ocupaban demasiado tiempo, lo lógico era llenarlo de otra manera, ¿verdad? Así que me dediqué a salir mucho. Tampoco es que yo saliera a menudo en mi ciudad natal, pero en los Erasmus se genera una comunión de estados mentales que invita a salir muy a menudo. Tanta gente joven lejos de sus casas, en una situación vital semejante, es una invitación a la noche. Así que puedo confirmarlo: el nombre de “orgasmus” está bien elegido.
Pero más allá de las esporádicas relaciones amorosas (o no tan esporádicas, si tenemos en cuenta que algunos conocidos se quedaron en Polonia después de encontrar pareja, algo que jamás habrían imaginado el día en que abandonaron sus ciudades), durante las becas estableces amistades que durarán para siempre. Eso explica, por ejemplo, que el año próximo esté invitada a una boda en Turquía.
Mi gran yincana europea con las becas Erasmus ya ha tocado a su fin, no así mi estancia en el extranjero. Acabo de conseguir un buen empleo en Lisboa y estoy convencida de que mis empleadores tuvieron en cuenta mis estudios internacionales. Además, siento que ya no soy la misma persona que se marchó a Białystok en 2015, la que se sentó en su cama atemorizada ante lo que se venía encima. Dos años más tarde, acudí a la entrevista de trabajo sintiéndome mucho más segura de mí misma, y eso se lo debo a mis Erasmus. Puede sonar a paradoja, pero, aunque el tiempo de Erasmus pasa más rápido de lo normal, la maduración de los alumnos también es más rápida.
El Erasmus es un grandísimo acelerador de experiencias. Y no es fácil digerirlas en tiempo real. Nada más aterrizar en España tras mi segundo Erasmus, tomé un tren desde Barcelona a Cartagena. No dejé de llorar durante las ocho horas de trayecto. No era tristeza, tampoco felicidad. Las lágrimas se agolpaban de la misma manera en que, durante los meses de Erasmus, se agolpan muchas sensaciones. Y creo que aquellas lágrimas contenían el mejor resumen posible de un Erasmus.
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