Un terreno irregular. Unos soldados húngaros y eslovacos que vigilan un campo de prisioneros en un lugar perdido en la frontera entre la actual Rumanía y Ucrania se disponen a jugar un partido de fútbol. Estamos en 1945 y el régimen del Tercer Reich ha caído. Las tropas soviéticas llegan al campo de prisioneros para llevarse a todos los soldados alemanes a los ‘gulag’. A todos menos a uno que tuvo la inmensa suerte de ser reconocido.
‘One Club Man’
Fritz Walter era un espigado delantero que empezó y acabó su carrera futbolística en el Kaiserlautern. Lo que se denomina ‘One Club Man’. Ingresó en 1928 en las categorías inferiores del club de su ciudad a los 8 años y dejó la práctica del fútbol en 1959 por una lesión. Pero lo que le hace especial es que consiguió devolver el orgullo alemán a una nación devastada por la guerra y con el sentimiento de culpa por haber permitido el ascenso del nazismo.
La contienda mundial se llevó a muchos jóvenes deportistas y a punto estuvo también de llevarse a Fritz Walter. Sus goles en el Kaiserlautern no pasaron desapercibidos al seleccionador nacional. Sepp Herberger lo llamó a formar parte del equipo en 1940 debutando en la victoria contra Rumanía con un resultado de escándalo: 9-3. Walter marcó un ‘hat-trick’ y el premio fue un fusil y un uniforme de la Wehrmacht que le llevó a los frentes de Francia, Cerdeña, Córcega, Elba, Bohemia y Rumanía.
El partido de su vida
Walter fue destinado a los paracaidistas y en una misión en la frontera entre Hungría y Eslovaquia, fue capturado y enviado a un campo de prisioneros de Maramures bajo tutela norteamericana y vigilado por soldados húngaros. Allí contrajo la malaria que provoca fiebres altas y por lo que el sol y el calor no son buenos compañeros del enfermo. En Alemania, cuando el tiempo es lluvioso y ventoso es común comentar que “hace un tiempo de Fritz Walter”.
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Un balón mal dirigido a una portería improvisada en el campo de prisioneros acaba rodando hasta los pies de un desaliñado prisionero alemán que lo devuelve de volea. El centinela magiar que recibe el esférico le espeta: “Yo a ti te conozco. En el Hungría-Alemania que jugasteis en Budapest en 1942, ganasteis 5 a 3. Y tú marcaste dos goles”. Se juntó a los vigilantes y disputó lo que él ha considerado “el partido de su vida”. Al día siguiente su nombre desapareció de la lista de los prisioneros que iban a ser enviados a Siberia donde muy pocos lograban sobrevivir las cinco primeras semanas. La excusa fue decir que el prisionero no era alemán sino austríaco. Ese fue el primer milagro. El segundo llegaría en la final del Mundial de Suiza de 1954.
Contra la mejor Hungría
A Alemania no se le permitió jugar el Mundial de Fútbol de 1950 de Brasil que ganó Uruguay en el famoso ‘Maracanazo’. El tiempo en Berna era lluvioso, ventoso y extrañamente frío ese 4 de julio de 1954. Se disputaba la final del Mundial entre la mejor Hungría con los Puskas, Kocsis, Hidegkuti, Grosics y Czibor que habían deslumbrado al mundo con su fútbol sin perder un partido los últimos cuatro años. El gran capitán Fritz Walter, con 34 años, lideraba una Alemania que tenía muy pocas posibilidades de vencer.
El marcador indicaba a los 10 minutos de haber iniciado el encuentro un 0-2 favorable a los húngaros con goles de Puskas y Czibor. Se mascaba la tragedia. Fue entonces, cuando Morlock empieza la remontada germana anotando el primero de su casillero y, Rahn en el 18 y en el 24, colocaron el 3-2 que ya no se movería. Fue denominado por la prensa europea como el Milagro de Berna.
Alemania levantó la copa Jules Rimet y quien más agradeció ese tiempo tempestuoso fue Fritz que volvió a casa como un héroe. Junto a su hermano Ottmar que también jugó ese encuentro. Fueron los primeros hermanos en ganar una final de un Mundial.
Partidos para ayudar a Puskas
En 1956, Rusia invade Hungría para formar un país satélite y levantar el bloque comunista en toda Europa del Este. Los jugadores húngaros que se encontraban jugando en la parte occidental de Europa se niegan a volver a su país y Walter y otros jugadores organizan unos partidos amistosos en Portugal, España, Italia y Brasil para recaudar fondos para esos exiliados. Entre ellos, Puskas que jugó con el Espanyol de Barcelona algunos partidos no oficiales hasta fichar por el Real Madrid en 1958.
El siguiente Mundial, el de Suecia de 1958, Fritz todavía juega de titular a los 38 años pero caen contra Francia por 6-3 en la disputa por el tercer y cuarto puesto. Se desvinculó del mundo del fútbol y, a partir de 1960 dedicó parte de su tiempo a una labor social muy encomiable: la rehabilitación de prisioneros. Se le reconoce haber liderado una selección que devolvió el orgullo del fútbol alemán y se le hicieron numerosos homenajes cuando murió en Kaiserlautern el 17 de junio de 2002 a los 81 años.
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