Esta es una historia perfecta para demostrar que, en ocasiones, un titular puede ser verdadero pero no exacto; y un cuadro puede ser original, sin que nunca se llegue a saber si lo es al 100%. Cuando el historiador del arte Christopher Wright trabajaba en una biblioteca londinense, allá por 1976, ganaba 20 libras semanales (unos 23 euros actuales). Y conseguía algo de dinero extra con sus primeros ensayos académicos. El retrato de la infanta de España Isabel Clara Eugenia, que le compró a un marchante de arte ocasional del centro de la ciudad, de esos que lo mismo vendían una silla, un armario, un candelabro o una vieja pintura, le costó 65 libras. Más de tres cuartas partes de su salario. Unos 80 euros, al cambio actual. Casi medio siglo después, con una carrera profesional ya consolidada, Wright descubrió casi por casualidad que aquella obra, el rostro de una mujer adusta con los hábitos de monja, tenía la mano del genio flamenco de la pintura, Anton van Dyck (Amberes, 1599-Londres, 1641).
“Un buen amigo mío, que es el conservador de Arte Europeo del Museo Ashmolean, en Oxford, Colin Harrison, vino a visitarme y se quedó observando el retrato: ‘Es una obra tan bien hecha. Estoy seguro de que se trata de un Van Dyck”, explica Wright, de 76 años, por teléfono a EL PAÍS desde su actual retiro en Grecia. ¿Y cuál fue el detalle que les llevó a esa intuición? Las manos de la infanta. “Las manos son siempre lo más difícil de pintar. Y Van Dyck era muy bueno a la hora de hacerlo. Esa fue la clave que nos llevó a deducir que su intervención en la pieza había sido mucha”, explica.
Wright llevó la obra al Instituto de Arte Courtauld, en Londres, donde la pandemia y otros trabajos retuvieron allí el retrato casi tres años, hasta que la institución emitió su informe definitivo: “No podemos afirmar definitivamente que se trate de un Van Dyck, pero por la técnica y por los trazos, todo indica que se trata de una obra con su intervención directa”, cuenta el historiador que le dijeron.
Van Dyck produjo más de mil obras durante toda su carrera profesional. Trabajó para la corte de Jaime I, en Inglaterra, y para la infanta de España Isabel Clara Eugenia y su esposo, el archiduque Alberto VII de Holanda. A la muerte de este, Isabel permaneció como regente en Holanda. Sus múltiples tareas de Gobierno, relata Wright como una historia posible, no le permitieron tiempo para posar con sus nuevos hábitos austeros de viuda. Su esposo falleció en 1621, y ella se mantuvo en el poder hasta su muerte, en 1633. Todos los esplendorosos vestidos y relucientes joyas con los que había permitido que la retrataran en los años de juventud dieron paso a una imagen seria, rigurosa y sombría. Y eran necesarios muchos retratos para las dependencias oficiales.
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A partir de una pintura original de Rubens, Van Dyck realizó su obra de cuerpo entero, que permanece expuesta en la Galería Sabauda, en Turín. En el estudio del artista se realizaron multitud de copias, y en algunas de ellas no fueron sus ayudantes, sino el mismo maestro, quien se encargó de los retoques finales. “Nunca podré decir que se trata de un Van Dyck auténtico, pero esa era la broma en mi casa al comprar la copia en 1976. Lo que no podía imaginar era que la mano del artista estaba tan detrás de esta obra concreta”, cuenta Wright.
No tiene ninguna intención de vender un cuadro por el que podría, con toda probabilidad, obtener una cifra millonaria. Ha decidido donarlo permanentemente, para su exposición pública, al Museo Cannon Hall, en Barnsley, donde ya existe una notable colección de pinturas del siglo XVII holandés y flamenco.
Wright ha trabajado durante cinco décadas en el mundo del arte, y ha publicado decenas de trabajos relevantes. Durante todo este tiempo ha descubierto la mano de artistas de renombre detrás de obras presuntamente anónimas en colecciones públicas o privadas. Por ejemplo, de su trabajo derivó el descubrimiento de un retrato original de Stubbs en la Galería de Arte Ferens, en la localidad de Hull.
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