Un hombre enterrado en la Península hace 3.000 años ilumina el origen de la peor pandemia de la historia



La genetista Aida Andrades y el arqueólogo Javier Fernández Eraso en el dolmen de El Sotillo (Álava).J. Fernández

El cadáver de un hombre al que enterraron con honores en Álava hace más de 3.300 años ha permitido identificar el caso de peste bubónica más antiguo de Europa occidental. Sus huesos se encontraron en el dolmen de El Sotillo, una tumba familiar con un corredor y una cámara mortuoria construida con grandes losas de piedra donde había restos de otras 12 personas y un rico ajuar funerario: puntas de flecha, cuchillos y hachas de metal y piedra tallados hace miles de años. El hallazgo abre multitud de incógnitas sobre dónde se originó la enfermedad que muchos siglos después causaría la peor pandemia de la historia.

El análisis genético de un diente del hombre de El Sotillo demuestra que la variante de la peste que lo mató ya había desarrollado la capacidad de infectar a pulgas. La bacteria Yersinia pestis forma una especie de bola en la boca del estómago de este insecto, que se alimenta de sangre de animales y humanos. Ese tapón bacteriano hace que la pulga vomite la sangre, que ya es infecciosa para cualquier otro organismo que la toque. En lugar de morder unas pocas veces a su huésped para saciarse, el parásito clava las mandíbulas cientos de ellas porque está enloquecido de hambre. Se convierte así en un diminuto propagador de la bacteria de la peste capaz de viajar cientos o miles de kilómetros.

“Es una adaptación brillante”, resume Aida Andrades Valtueña, genetista barcelonesa de 30 años y primera autora del estudio, publicado hoy en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU (PNAS). “La enfermedad puede transmitirse con unas pocas bacterias, pero cuantas más mordeduras haga la pulga, mayor será su capacidad de contagiar”, resalta. En los humanos la bacteria de la peste bubónica se acumula en los ganglios linfáticos, que se hinchan hasta la deformidad. En 10 días el patógeno ha conquistado todo el organismo y produce una septicemia mortal.

El estudio ha analizado el genoma de 252 individuos que vivieron hace entre 5.000 y 2.000 años, entre ellos 17 a los que los mató la peste. Los investigadores han comparado las bacterias de esta época con las de las peores pandemias de peste conocidas, incluidas la de Justiniano, en el siglo VI, y la peste negra del siglo XIV, que llegó a matar a uno de cada tres europeos. “Es el conjunto de casos más completo que se ha reunido hasta el momento”, resalta Valtueña, que trabaja en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en Alemania.

Solo se conocían otros dos muertos de peste bubónica de esta época: un hombre y una mujer de unos 35 años a los que enterraron acurrucados uno frente a otro con las manos entrelazadas en Samara hace 3.800 años.

Excavación de los dos muertos de peste bubónica en la región de Samara (Rusia) hace 3.800 años. V.V. Kondrashi

Álava y esta región de Rusia están a más de 5.000 kilómetros de distancia. En ambos casos el patógeno ya tenía las adaptaciones genéticas necesarias para causar peste bubónica, en especial el gen ymt que permite a la Yersinia colonizar a la pulga. Desde el punto de vista genético, la bacteria de peste hallada en El Sotillo es más antigua evolutivamente que la rusa, por lo que existe la posibilidad de que la peste bubónica se originase en la península Ibérica y no en Eurasia, como se pensaba.

El estudio también desvela varios casos de otra variante que aún no era capaz de contagiar a pulgas y que no tenía todos los genes de virulencia. “Esta otra peste es un misterio”, reconoce Carles Lalueza-Fox, genetista del CSIC y coautor del estudio. “No sabemos de dónde llegó, cómo se transmitía, ni cómo era de grave. Lo más sorprendente es que demostramos que esta variante convivió con la bubónica durante unos 2.000 años hasta que desapareció, por lo que tuvo que ser exitosa en términos evolutivos”, destaca.

Hace unos 5.000 años, una civilización de pastores nómadas de las estepas de Eurasia conocidos como los yamnaya se expandió hacia Europa occidental dejando su marca genética allí donde llegaban y borrando la de los varones locales. Las consecuencias de aquel episodio perduran, pues la mayoría de europeos lleva en su genoma buena parte yamnaya. Justo en esa época la población de Europa decayó fuertemente. No está claro si fue una invasión a sangre y fuego o una repoblación de asentamientos que fueron quemados por razones desconocidas y donde ya no había nadie. Una de las mayores incógnitas que plantea este estudio es si aquellos inmigrantes trajeron consigo la peste.

“Es una pregunta muy difícil de responder”, reconoce Lalueza. “El hombre del dolmen de El Sotillo ya tiene la marca genética de los yamnaya. Pero es posible que la peste llegase antes que estos inmigrantes por las vías de comercio y comunicación. Es algo que también sucedió con las enfermedades que llegaron a América con los conquistadores españoles. En ocasiones estos se encontraban pueblos enteros que habían muerto de sarampión u otras enfermedades de origen europeo”, detalla. La epidemia había llegado antes que ellos a través del movimiento de población local.

Fragmento de la mandíbula del hombre enterrado en el dolmen de El Sotillo, en Álava.J. Fernández Eraso

Los resultados del trabajo permiten ver cómo en esos 2.000 años de convivencia de las dos pestes el patógeno cambió genéticamente. “Vemos que va perdiendo algunos genes y es posible que se deba a que ya había desarrollado la capacidad de infectar a pulgas y con esto ya le bastaba para propagarse con facilidad, mientras que antes necesitaba mantener la capacidad de infectar a otras especies”, explica Andrades.

Es muy probable que esta otra peste ya extinta infectase primero a animales y después a humanos, como sucede con muchas otras pandemias, incluida la actual de coronavirus, cuyo origen está probablemente en los murciélagos. “Las cabras y las ovejas sufren peste, pero muchas veces no mueren por ella e incluso a veces no desarrollan síntomas. También es posible que fuesen los caballos los que transportasen el patógeno o incluso que los primeros contagios fueran por comer animales infectados. Uno de los últimos casos de peste bubónica que se han registrado, en 2020, se debió al consumo humano de vísceras de una marmota infectada”, destaca.

Hace tres años, el equipo del biólogo argentino Nicolás Rascován encontró el cadáver de una muchacha a la que había matado la peste en lo que hoy es Suecia. Sucedió hace unos 5.000 años y la bacteria Yersinia que la mató era anterior a las dos variantes analizadas en este estudio. “Lo más relevante de este nuevo trabajo es que nos muestra que el linaje de peste que no se transmitía por pulgas estaba extendido por toda Eurasia”, opina Rascován, que trabaja en el Instituto Pasteur, en París. “En aquella época el único otro patógeno que se ha identificado es el de la hepatitis B, que no era mortal. En cambio, creo que aquella peste hoy desaparecida debió de ser muy infecciosa y mortal; probablemente ocasionó la primera gran pandemia de la historia. Hay que pensar que la bacteria de la peste se asienta sobre todo en los intestinos y la sangre. Las muestras antiguas aquí analizadas son de los dientes, lo que implica niveles de bacteria en sangre realmente poco compatibles con una enfermedad leve”, resalta.

El investigador opina que hay un claro vínculo entre la llegada de los yamnaya y la peste. “Los casos de peste son mayores cuanto mayor es la aportación genética de los yamnaya”, resalta. Otra cuestión sin respuesta es cuál es el origen de las formas de peste más primitivas. Por ahora los casos más viejos están en Europa, pero es posible que para entonces la bacteria también estuviese presente en China y otros países asiáticos. Los responsables creen que es cuestión de que aparezcan nuevos datos genéticos de esta región.

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