Es difícil exagerar el simbolismo de la visita del Papa Francisco a Irak. El viaje de este viernes, el primero de un pontífice al país que alberga una de las comunidades cristianas más antiguas, se ha presentado como un respaldo a esa minoría diezmada por el radicalismo islámico y al diálogo interreligioso. Pero más allá del contenido pastoral, supone un espaldarazo a una nación que, tras décadas de conflictos encadenados, afronta una profunda crisis económica, política y sanitaria. Muchos iraquíes ven un soplo de esperanza en el hecho de que un dignatario extranjero desafíe la inseguridad y el coronavirus para pisar su tierra.
“Es un motivo de orgullo para Irak”, asegura Hasan al Zubaidi, presidente del Centro Rafidain para el Diálogo, durante una videoconferencia. “Es cierto que hay riesgos de seguridad y sanitarios, pero los beneficios para la paz y el diálogo superan aquellos”, asegura. Este centro de estudios, situado en Nayaf, ciudad considerada el Vaticano chií, ha realizado una encuesta en la que la mayoría de los participantes opina que la visita “va a influir de forma positiva en las relaciones entre las distintas comunidades iraquíes y mejorar la imagen de Irak en la región y en el mundo”.
Irak, cuyos habitantes son abrumadoramente musulmanes, alberga una de las comunidades cristianas más antiguas y diversas del mundo (14 denominaciones reconocidas oficialmente). La mayoría de estos creyentes se concentran en la capital, Bagdad, y el norte del país, en la provincia de Nínive y la región autónoma de Kurdistán, donde algunas iglesias datan de los siglos V y VI y todavía se preserva el arameo, la lengua de Jesucristo. Pero se trata de una población muy castigada por la violencia y el miedo.
En 2003, cuando la intervención de Estados Unidos derribó a Sadam Husein, los cristianos eran 1,5 millones de los 25 millones de iraquíes. Hoy, las estimaciones varían entre 150.000 y 300.000 sobre un total de 40 millones. Primero fueron víctimas del sectarismo que desangró el país a mediados de la primera década de este siglo. Entre 2014 y 2017, el Estado Islámico (ISIS) intentó acabar con su presencia en las zonas que tuvo bajo su férula. Los desplazamientos de población ante las conversiones forzosas y las iglesias destruidas dan testimonio de aquellos días negros.
Para los cristianos iraquíes la visita de Francisco supone un reconocimiento de lo que han sufrido por sus creencias. Para el resto, también es un importante mensaje político. “La presencia del Papa en Mosul representará otro clavo en el ataúd del ISIS y de todos aquellos que han querido aniquilar el aire cosmopolita de Mosul”, ha escrito la iraquí Mina al Oraibi, directora del diario emiratí The National, en relación con la capital de Nínive donde el Pontífice tiene prevista una oración por las víctimas de la guerra.
Cita con el ayatolá Sistaní
El jefe de la Iglesia Católica ha prometido rezar no solo con cristianos de otras denominaciones, sino con musulmanes, yazidíes y mandeos, estas dos últimas religiones nacidas en tierras de Irak antes de la llegada de la cristiandad. También va a visitar las ruinas de Ur, la ciudad de la antigua Mesopotamia donde se supone que nació Abraham, el padre de los tres grandes credos monoteístas (judaísmo, cristianismo e islamismo). Pero la cita de mayor relieve va a ser la que mantenga con el líder espiritual de los chiíes de Irak (y una de las figuras más influyentes del chiísmo en el mundo), el gran ayatolá Ali Sistaní, en Nayaf. Presentada como una “visita de cortesía” en el programa oficial, su alcance desborda lo ecuménico.
Sistaní, que el pasado verano cumplió 90 años, no aparece en público y recibe contadas visitas, se ha convertido desde el derribo de Sadam en una figura tutelar de la política iraquí. Pero a diferencia del líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, con quien mantiene importantes diferencias teológicas, defiende la separación de las instituciones políticas y religiosas.
Francisco espera poder sumar a Sistaní al acuerdo sobre la Fraternidad Humana para la Paz en el Mundo que firmó en 2019 con el jeque Ahmed al Tayeb, gran imam de Al Azhar y la más alta autoridad suní, según ha manifestado el cardenal Luis Sako, patriarca de la Iglesia Caldea de Irak. Aquel documento, sellado durante su visita a Emiratos Árabes Unidos, hace un llamamiento al diálogo, el respeto mutuo y la cooperación entre las religiones. Si el ayatolá Sistaní lo refrenda, muchos le verán como el más destacado líder chií del mundo, algo que no va a agradar a los seguidores de Jamenei.
No va a ser el único de los retos del Papa. Preocupa su seguridad. A diferencia de los escasos mandatarios que en los últimos años han visitado Irak, Francisco no va a permanecer en la ultraprotegida Zona Verde de Bagdad ni en un par de bases militares y el Vaticano ha publicado el itinerario de su viaje de antemano. Aterrizará en Bagdad el viernes y luego viajará a Nayaf, Ur, Erbil y Mosul. Además, celebrará una misa en la catedral caldea de la capital, donde en 2010 murieron medio centenar de fieles en un atentado, y otra en un estadio en Erbil que sirvió de refugio a numerosos cristianos que huían del ISIS.
Un riesgo añadido de esas aglomeraciones es el coronavirus. Aunque el Pontífice y quienes le acompañan en el viaje han sido vacunados hace tiempo, Irak solo ha recibido su primer lote de vacunas, 50.000 dosis de Sinopharm regalo de China, este martes. El nuncio en Bagdad, Mitja Leskovar, dio positivo de covid un par de días antes.
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