Leo el libro en la cama, en el living, en mi estudio, en una plaza de Buenos Aires hasta que una homeless cree que estoy allí para robarme sus gatos, me grita, me arroja agua, recojo mis cosas, me voy y, cuando subo al auto, lo primero que hago es seguir leyendo porque mientras la mujer gritaba enfurecida yo no pensaba en la posibilidad de que pudiera hacerse o hacerme daño sino en la ira que me producía que me hubiera arrancado del estado de posesión lectora en el que me encontraba. Lo leo al despertar, cuando viajo en taxi, después de la cena. Lo leo en silencio y en voz alta (a personas que se retraen como si estuvieran ante una mesa de disección con los cuchillos listos), sin calma, en estado de inspiración desgastante: cada adjetivo extraordinario, cada frase compleja y perfecta, me hacen sentir poderosa y definitiva, me producen una urgencia física, casi sexual, de escribir. No sé nada de la autora, salvo detalles: está viva, es norteamericana, nació en 1973, es poeta, se llama Anne Boyer. El libro, que ganó el Pulitzer en 2020, fue publicado por Sexto Piso con traducción de Patricia González de Jesús. Se titula Desmorir. El subtítulo es Una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista. Yo no creo que sea una reflexión: es un embate. Ya en el primer capítulo supe que había sido impactada por algo de dimensiones siderales y que ese choque sería total e indecoroso. Una semana después de cumplir 41 años, Boyer recibió el diagnóstico de un cáncer de mama que requería un tratamiento tan agresivo como la enfermedad. A partir de esa experiencia, escribió esto. Pero aunque el cáncer está en el centro, y Boyer en el centro de ese centro, Desmorir no es un libro testimonial, ni una memoir, ni un ensayo. Es algo más cercano a las performances espeluznantes de Marina Abramovic —la artista serbia que ha hecho de su trabajo una exploración del dolor— que a la saga de obras sobre la enfermedad —Sontag, etcétera—, en medio de la cual Desmorir luce como una cobra venenosa entre cálidos gatitos. Aquí el cáncer es un asunto de los que están enfermos y los que no, de los que pasarán por quimioterapia y los que no. “A toda persona con cuerpo se le debería dar una guía para morir tan pronto como nace”, escribe, y esa es la clase de sustancia amarga que empapa el libro: el malestar de estar vivos. Si lo que escribe Boyer fuera un rezo, sería un rezo insultante pero con grandes aspiraciones. Canta al cuerpo vivo y al cuerpo enfermo con un sarcasmo vivificante. Me topo con un titular: “La actitud lo es todo para una superviviente de cáncer de mama”. Busco el titular: “La actitud lo es todo para un paciente de ébola” (…), o “La actitud lo es todo para un herido por arma de fuego” (…) o “La actitud lo es todo para los arrecifes de coral en peligro de extinción”. Carga contra la autoayuda, la conmiseración, el lazo rosa, el sistema de salud de Estados Unidos —que considera a su mastectomía doble una intervención ambulatoria— y, repleta hasta el borde de recursos narrativos (“Arráncate el pelo a puñados en lugares que generan ansiedad social: Sephora, el juzgado de familia, el Banco de América, en cualquier lugar donde llevas a cabo un trabajo remunerado”), produce una obra colérica, la rebelión de un animal humano en una sociedad que no tiene herramientas para lidiar con la muerte salvo el simulacro —eso no va a suceder— o la medicación: esto hará que no te mueras aunque te haga sentir como una muerta. “Te sientes como una especie de animal que es melancolía y que mira cualquier objeto y ansía ser aquello en lugar de él mismo, ansía ser (…) un tenedor chapado en plata, o un machete colgado en una pared, ansía ser cualquier cosa (…) que no sea un animal enfermo y abandonado, ansía ser cualquier cosa en el mundo excepto aquello que una vez fue amado y que ahora han dejado solo”. Boyer elude la anécdota personal, y apenas asoma algún dato de su existencia: sólo sabemos que es soltera, que tiene una hija, amigos. Y logra algo que no se parece a nada. Un libro sobre el cáncer que es un libro acerca de la devastación que produce la vida. Leo cada día un poco. Como si hubiera estado agonizante. Para resucitar.
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