“Sin trabajo, vivienda ni red familiar; sin saber qué hacer con mi vida; sin tener claro si necesito ser madre para realizarme, cómo voy a traer una vida a un mundo que ni siquiera me gusta”, resume Margarita Guerrero, de 29 años, española nacida en Ecuador, activista y vicepresidenta del Consejo de la Juventud de España. Bajo las ventanas de su sede, a 100 metros de la Puerta del Sol, Madrid se despereza surcada por turistas, jubilados y algún hampón trasnochado. Hay madres con niños camino del colegio. La conversación sobre natalidad con un grupo de jóvenes concluye con un poso de desesperanza.
Se sienten olvidados. Son votantes a los que nadie corteja. Como explica Carmen González, analista principal en el Real Instituto Elcano: “En España no se les ha tomado nunca en serio porque electoralmente no son rentables; votan menos que los pensionistas”. Su horizonte es la precariedad y la incertidumbre: empleos temporales y alquileres que apenas se cubren con dos sueldos. Han encadenado la crisis económica, la pandemia y la guerra de Ucrania. Se sienten intrascendentes, sin peso ni ingresos, en una sociedad adultocrática donde ya hay más abuelos que nietos.
Los jóvenes en España (las personas entre 14 y 29 años) son menos que nunca, poco más de siete millones, cuando eran más de diez en 1995 (las personas mayores de 65 años son, por el contrario, más de nueve millones). Su nivel de desempleo roza el 30%, aunque más de la mitad ha ido a la Universidad. Alcanzan muy tarde su autonomía: no abandonan el hogar familiar hasta los 30 años (en Suecia lo hacen a los 18 y en Francia a los 23). El motivo principal es la falta de vivienda. El suicidio es su primera causa de muerte no natural.
Además, paradójicamente, en un mundo hiperconectado, les resulta cada vez más difícil encontrar una pareja con la que comprometerse en el objetivo común de la crianza. Muchas mujeres lo hacen en solitario, con un modelo monoparental que ya representa más de un millón de hogares en España, según Carmen Flores, presidenta de la federación que las agrupa: “Somos 1.830.000 personas; más del 10% de las familias con menores de este país, y el 83% está a cargo de una mujer. Pero aún nos sentimos discriminadas, para empezar, con los permisos laborales, que son la mitad de los de una pareja biparental. Y a poco que rasques, sale a relucir la ideología más conservadora, lo de la necesidad de la figura del padre en casa”. Todo en España ha cambiado muy rápido, para empezar, el concepto de familia: los nacimientos con progenitores que no están casados ya representan el 47% del total.
“Las mujeres hoy somos más exigentes”, reflexiona durante el debate Sonia Juan, de 27 años, educadora social. “Buscamos relaciones sanas, no patriarcado ni dominio. Reclamas un estándar de corresponsabilidad en el cuidado de los hijos que no estamos encontrando; que haya en el hogar dos proveedores y dos cuidadores. En igualdad. Sobre todo cuando llega el primer hijo y se abre la brecha. Ya no te conformas. Y mientras, la sociedad no deja de presionarte. Te preguntan a cada paso: ‘¿Para cuándo el bebé?’. Pero, al mismo tiempo, cuando vas a una entrevista de trabajo quieren saber si entra en tus planes quedarte embarazada. Y cuando dices que sí, te rechazan. ¿En qué quedamos? La maternidad te penaliza. Te callas. Y aplazas y aplazas y aplazas el momento de ser madre”.
“Si una sociedad tiene una visión pesimista de su futuro, no tiene hijos”, resume Teresa Jurado, profesora del departamento de Sociología de la UNED, “por eso, en realidad hablamos de una infecundidad involuntaria más que voluntaria. Hay gente que quiere y no puede. Y tenemos que conseguir que quien quiera, pueda. Sin meternos en su vida. En libertad. Respetando sus derechos. Sin pasos atrás. Hay que promover la fecundidad y, al mismo tiempo, la igualdad de género. Esa es la clave. Porque en el caso contrario, las mujeres asumen que, para ser libres, tienen que renunciar a su maternidad”. La directora del Instituto de las Mujeres, Toni Morillas, formula la ecuación: “Está en juego otro imaginario de madre, que ya no es una heroína abnegada las 24 horas al día. Estamos en un modelo económico y de organización de la sociedad que es insostenible con la reproducción de la vida. Es necesaria la corresponsabilidad del Estado, del hombre, y también del ámbito laboral, que es temporal, inestable y con unos horarios que hacen imposible la conciliación. Las nuevas generaciones de mujeres están menos dispuestas que nunca a abandonar el ámbito del empleo para dedicarse al cuidado de los hijos porque las penaliza en sus expectativas profesionales”. No es retórica, lo confirma un informe del Banco de España de 2020: “Los ingresos laborales de las mujeres caen un 11% en el primer año tras el nacimiento. Sin embargo, los ingresos de los hombres apenas se ven afectados por la paternidad. Este impacto diferencial es aún mayor 10 años después del nacimiento. Nuestra estimación de la penalización a la mujer por hijo a largo plazo es del 28% de caída de ingresos”.
Según los demógrafos, cerca de un tercio de las mujeres españolas nacidas en los años setenta no han tenido ni van a tener descendencia. La mayoría, en contra de sus deseos. Y las que lo han conseguido, alcanzan la procreación una media de cinco años más tarde de lo que hubieran querido, cerca de los 40. Los nacimientos entre las mujeres de 35 años o más son el 30% del total. La media de edad a la que las mujeres tienen su primer hijo en España es de 32 años, una de las más altas del mundo. Y con ese escenario difícilmente llegará el segundo, que es el reto para el reemplazo generacional. Sin embargo, las encuestas (especialmente la de fecundidad del INE, de 2018, que es la referencia y de la que proceden muchos datos de este reportaje) reiteran que su ideal es tener dos hijos. En el hombre es similar. Esa cifra mágica se reitera más allá de creencias y militancias. “La ideología no determina que tengas o no tengas hijos”, explica la directora del Instituto de la Juventud, María Teresa Pérez, “lo hacen las carencias materiales. Hay que redistribuir la riqueza con perspectiva de género”.
Quieren tener dos. Tendrán uno. Como mucho. Llegado el momento, se verán obligadas a elegir entre la maternidad y su proyecto profesional, material y personal de vida. Y aplazarán la decisión. De ellas, un 10% decidirá con determinación no tenerlos. Y, por el contrario, un porcentaje similar, rozando el límite de su fertilidad, decidirán batirse en las clínicas de reproducción asistida como última opción para sortear un reloj biológico que no coincide con el social y laboral. El 10% de los nacimientos en España ya son resultado de esas técnicas: cerca de 40.000 niños cada año, según la Sociedad Española de Fertilidad. El ginecólogo Ignacio Cristóbal, director del Instituto de Salud de la Mujer, inmerso en el Clínico San Carlos, uno de los grandes hospitales públicos de Madrid, trata en torno a 700 mujeres, con un límite por ley de 40 años (en la medicina privada pueden llegar hasta los 50), una edad a la que la posibilidad de un embarazo natural se reduce y los tratamientos in vitro obtienen peor resultado. España se ha convertido en la potencia europea de la reproducción asistida (inseminación y fertilización in vitro) y en la tercera del mundo. Se habla de un negocio global de 27.500 millones de euros, y de 600 millones en España, que cuenta con una ley muy avanzada e incluso recibe turismo reproductivo. “Una de cada seis parejas tiene problemas de fertilidad, pero muchas posponen el tratamiento hasta que es demasiado tarde, porque todavía es tabú, sobre todo entre ellos”, explica el doctor Cristóbal. “La especie humana es la que menos capacidad reproductiva tiene del planeta. Biológicamente, la edad ideal para que una mujer procree es de los 20 a los 30 años. A partir de los 35, sus ovocitos son menos y de peor calidad. Sin embargo, este tipo de tratamiento no se puede tomar a la ligera, es muy duro. Llegado el momento, muchas personas anulan su existencia y solo viven para la reproducción, por eso en nuestro equipo contamos con la ayuda de psicólogos. Cada vez hay más personas en esa situación y se tienen más tarde los hijos. Y nuestro trabajo consiste en cumplir los deseos de las personas que quieran tenerlos”.
España no es un país para niños. Cada vez menos. “Y en 10 años, con nuestra generación, se va a notar mucho más”, dice Emma, de 20 años, estudiante del grado de Videojuegos en la Universidad Francisco de Vitoria, “porque las tías partimos con desventaja. En mi sector, que es supercompetitivo, y con lo que me lo estoy currando, te quedas embarazada y es un parón respecto al hombre. Ellos pueden tener las dos cosas, pero nosotras tenemos que elegir. Y si frenas, te comen. ¿Y cómo te reenganchas al mercado luego?”.
España es un país sin niños. No se dan las condiciones. Las generaciones actuales son las más infecundas de la historia. Con menos nacimientos que durante la Guerra Civil. Y, al tiempo, con una de las mayores esperanzas de vida del planeta, solo por detrás de Japón y Suiza. La pirámide se ha invertido. Nuestra sociedad envejece. No es un fenómeno nuevo. Llevamos tres décadas con uno de los índices de fecundidad más bajos de la UE: menos de 1,3 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de reemplazo generacional de 2,1 hijos, que mantendría constante el nivel de población. Lowest-low fertility, lo han bautizado los demógrafos anglosajones.
“Un síndrome de muy baja fecundidad que en España tiene de excepcional que se haya extendido durante tanto tiempo sin que nadie haya hecho nada”, explica Teresa Martín, investigadora del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC. “Es un problema estructural y necesita de soluciones estructurales. España sigue a la cola de la OCDE en cuanto al porcentaje del PIB que dedica a los incentivos y ayudas a la familia: un 1,48%, la mitad de lo que aportan Francia [cuyo número medio de hijos por mujer es de 1,86] o Suecia, que es 1,70″. Una idea que comparte otra referente de la investigación demográfica, Teresa Castro, que desde Berlín sentencia: “Esto ya es estructural, España es el país donde más mujeres al final de su edad reproductiva no tienen hijos. Es un fenómeno que tiene mucho que ver con la incertidumbre. Pero ningún Gobierno se mete en un cambio de estructuras que puede durar décadas, no tener éxito y no aportarle réditos electorales”.
La baja natalidad es un fenómeno que España comparte con otras naciones del entorno mediterráneo, como Italia, Portugal, Grecia, Chipre o Malta. Es una historia triste. La de una frustración. Hubo un tiempo en que se definía a la Bolsa como el termómetro de la economía de un país; la persistente bajísima fecundidad es un termómetro que alerta de que algo no funciona bien en una sociedad: la ausencia de oportunidades y la desigualdad de género. Un binomio que afecta al bienestar y al cumplimiento de las expectativas. “Si la brecha entre lo deseado y lo real es tan grande, esa situación nos habla de las carencias de una sociedad”, explica la demógrafa Mariona Lozano, del Centro de Estudios Demográficos (CED), “una sociedad que no tiene hijos, no se quiere lo suficiente, y eso es responsabilidad de la sociedad, no de las mujeres”.
Algo que la creativa publicitaria Laura Baena, fundadora del Club de Malasmadres (un movimiento que lucha por la conciliación familiar y laboral de las mujeres), tiene muy claro: “Uno de los principales déficits de bienestar en España se halla en la dificultad de ir más allá del primer hijo”. Baena está a punto de coger sin aliento un tren de Madrid a Málaga, intentando compaginar su trabajo con el cuidado de sus dos hijos. “Cuando pares, te das de bruces con la realidad. Pasan las 16 semanas de permiso y te encuentras sola, sin apoyo de la sociedad, solo de las redes familiares; básicamente, los abuelos. ¿Y si no los tienes? Necesitamos redes formales de cuidados”.
—Deme fórmulas…
—El hijo debe ser responsabilidad de la sociedad; tiene que haber un sistema de protección nacional, de corresponsabilidad dentro y fuera de la casa, porque un hijo es un bien común. Y si ese nuevo ser humano es un bien, que nos ayude el sistema. La maternidad castiga y empobrece a la mujer. El 57% sufre una pérdida salarial tras ser madre. Y por eso la joven de 30 que aún no lo ha sido, se lo piensa. Y lo retrasa. Las niñas ya no quieren ser madres. Al menos de esta forma”.
La frustración. Esa es la crisis existencial que se deriva de la baja natalidad. El reverso es la crisis económica que puede desencadenar un mundo sin jóvenes. En ese escenario, los agoreros hablan de una sociedad menos emprendedora, innovadora y dinámica; con una caída del consumo y la inversión; con más impuestos; con menos ideas y empuje; con un desequilibrio entre activos y pasivos, y un serio problema de sostenibilidad para pagar las pensiones, la sanidad y los cuidados. Y financiar la deuda pública. ¿Está el sistema en peligro?
Cuando uno se acerca a la Administración para comprender los riesgos de la baja natalidad, tiene que llamar a incontables puertas. Ningún ministerio parece tener una visión completa. Nuestro primer interlocutor es Diego Rubio, director de Prospectiva del presidente Sánchez, y responsable de España 2050, el enciclopédico estudio de estrategia de la Presidencia del Gobierno. Su trabajo es transversal, a largo plazo, y consiste en relacionar una cantidad ingente de información. Rubio, en cuyo estudio España 2050 se trata ampliamente de los riesgos y oportunidades resultado del envejecimiento de la población española, no se extiende tanto sobre la baja fecundidad. Lo explica durante una conversación en el edificio de Semillas del complejo de La Moncloa: “Hay un hecho evidente, muchas mujeres no consiguen su deseo de ser madres porque no pueden conciliar, y es una brecha importante entre sus deseos y la realidad. Y para nosotros, la raíz de ese problema es la precariedad laboral. Y tenemos claro que no vamos a conseguir la tasa de reemplazo y seremos un 20% menos de habitantes en España”.
—¿Y cómo apuntalamos el sistema?
—Como con el cambio climático. Lo primero, mitigar, lo conseguiremos con la política migratoria y favoreciendo la natalidad. Y lo segundo, la adaptación, aumentando la productividad y los ingresos públicos del Estado. Pero en cualquier caso no va a haber un colapso de la protección social en nuestro país.
Una respuesta similar a la de La Moncloa la aporta Israel Arroyo, secretario de Estado de la Seguridad Social, que coincide con la visión del director general de ese departamento, Borja Suárez, en una reunión con ambos: “El envejecimiento es hoy un elemento económico fundamental de España y no tiene por qué ser una fatalidad. La anomalía es que seamos de los países con más baja natalidad del mundo desde hace 30 años. Y eso está relacionado con la precariedad de nuestro mercado de trabajo y de la vivienda”.
—¿Es un riesgo para la sostenibilidad del sistema?
—Es malo en cuanto que no es una señal de progreso. Es el síntoma que nos avisa, por ejemplo, de los problemas de nuestro mercado de trabajo.
—¿Cómo se soluciona?
—En principio, con políticas que mejoren ese escenario (como la ley de reforma del mercado laboral). Y, al tiempo, hay que combinarlo con apoyos a las familias y permisos por paternidad y maternidad más largos. Y habrá que repensar la política migratoria.
—¿Peligra el sistema?
—No, el sistema es sostenible. Hay ciclos demográficos y este es uno de ellos. Esto no sucede de la noche a la mañana. Ha coincidido una amplia generación de baby boomers (nacidos entre finales de los cincuenta y comienzos de los setenta) acercándose a la jubilación con una caída estrepitosa de la natalidad que dura 30 años. Y va a convivir esa generación numerosa de jubilados con cohortes más estrechas de jóvenes. Por eso estos tienen que trabajar más y mejor, y de una forma más estable. Y son políticas que hay que hacer ya, porque los años 2045-2050 serán los de mayor gasto.
Todo empezó a mediados de los años setenta del siglo XX. Diego Ramiro, director del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, relata que, en 1975, “la tasa de fecundidad en España estaba todavía en tres hijos (algo inusual en el norte de Europa, que ya había hecho su transición a la baja natalidad). Y en solo 15 años cayó a 1,17 hijos”. Entre esas dos fechas pasaron muchas cosas: murió Franco, se legalizaron los anticonceptivos y las mujeres accedieron a la educación y al mercado de trabajo. Y las parejas comenzaron a tener hijos más tarde.
“Ya hubo muchos menos hijos en aquellos años noventa, por lo que las mujeres en edad fértil en la actualidad son menos”, explica en su despacho de la Universidad Autónoma de Barcelona, en Bellaterra, Albert Esteve, director del Centro de Estudios Demográficos (CED), que asegura: “Cada año va a haber un 30% menos de nacimientos”.
—¿Por qué se produjo ese fenómeno en los noventa en España?
—Por el cambio de modelo económico y el fin de la familia tradicional. Que se compensó en la primera década del año 2000 con la llegada de cinco millones de inmigrantes.
—¿Y el fenómeno actual?
—Primero, por una transformación cultural, porque hay un cambio de prioridades, de educación y de estilo de vida. Lo segundo, por las dificultades económicas: quieren tener hijos pero no pueden. Y lo tercero, porque la reproducción cae sobre los hombros de las mujeres, y las desincentiva. Sin embargo, en los países más ricos, por ejemplo, los nórdicos, hay más hijos, luego los hombres están más concienciados en la igualdad de género. En España, la gente no tiene hijos hasta los 30, y eso es cultural; los que lo aplazan hasta los 38 es por motivos económicos, profesionales y de pareja. Y a partir de esa edad entra en juego la infertilidad.
—¿Qué habría que hacer?
—La mujer se juega todo en cinco años de fertilidad, de los 30 a los 35. Y a partir de esa edad, juega con fuego. Hay que proteger los años clave de la mujer, lo que sucede es que en ese espacio de tiempo tiene todo lo material en contra. Y cuando pasa la tormenta, ha cumplido los 40.
Para la directora del Instituto de las Mujeres, Toni Morillas, “esa crisis de reproducción está relacionada con la crisis de los cuidados. Los de los mayores, los niños y las personas con dependencia han caído siempre sobre las mujeres. Y eso ha sido evidente durante la crisis económica y la covid: hemos provisto gratis de esos servicios. Y a nosotras, ¿quién nos cuida? No podemos conciliar. ¿Cómo vamos a competir con el hombre en el mercado de trabajo agotadas y con triples jornadas? Eso lo debe resolver el Estado y con la corresponsabilidad del hombre. Es necesario un debate sobre la organización de nuestra vida porque, cuando todo falla, lo resuelven las mujeres. Y las nuevas generaciones están cada vez menos dispuestas a ser expulsadas del mercado laboral para dedicarse a esos cuidados”.
La incorporación de la mujer en España al mercado laboral está por encima de la media europea. Su participación en la población activa está en torno al 46%. Y la tasa de actividad de las mujeres de 25 a 54 años es del 82%. Su nivel de estudios universitarios está 13 puntos por encima de los hombres. Y, sin embargo, según el estudio de IESE-Ordesa Maternidad y trayectoria profesional, dirigido por Nuria Chinchilla, titular de la cátedra de Mujer y Liderazgo del IESE: “El hecho de ser padres tiene impactos opuestos en función del sexo del trabajador: se suele premiar a los padres y penalizar a las madres. La maternidad compite con el desarrollo profesional y con la propia subsistencia. Dos proyectos vitales que aparentemente compiten por tiempo, energía y atención, y que a menudo generan dilemas, frustraciones y angustias”. De acuerdo con el citado estudio, las mujeres no solo cargan con las tareas más activas, físicas y rutinarias del hogar, sino que no consiguen una paridad con el hombre en cuanto a participación, disponibilidad y responsabilidad con los hijos. Y, además, según ese estudio del IESE, “un 57% de las mujeres ha renunciado a algunos trabajos incompatibles con la maternidad, un 53% afirma que ser madre le ha impedido una mayor proyección profesional y un 46% reporta haber tenido que trabajar mucho más duro para demostrar su valía”. Para su autora, la profesora Nuria Chinchilla: “Las estructuras laborales en España están pensadas por hombres y para hombres solos y que no hagan otra cosa que trabajar. Y la mujer que quiera triunfar ha de entrar en ese modelo mecanicista. Y no es de recibo tener que elegir entre maternidad o trabajo”.
Como tampoco en otros Estados del sur de Europa. En esta región del mundo, que ofrece algunos de los menores índices de fecundidad, se dio siempre por sentado que eran los propios hogares los que tenían que proveer de bienestar social a la familia, en lugar del Estado, como sucedía en los países más al norte (y más ricos) del continente. La familia era un asunto de la familia. Y las mujeres, apartadas del escenario laboral, debían cargar con ese sobrepeso. En consecuencia, el apoyo público a la maternidad fue nulo. Como reflejan los datos de la OCDE. El problema se desató definitivamente cuando la mujer se incorporó al mercado laboral sin dejar de cuidar a sus hijos, padres, abuelos y suegros. Esa ha sido la espoleta de la bomba de la baja natalidad en el sur del continente europeo: la coexistencia de una estructura social donde la mujer ha actuado históricamente como Estado del bienestar bis, con el hecho de que hoy elige su rumbo laboral y personal fuera del hogar. Hacen falta voluntad y leyes. “El problema”, ironiza Albert Esteve, director del Centro de Estudios Demográficos, “es que los hombres buscan mujeres que ya no existen, y las mujeres buscan hombres que todavía no existen”. Lo remacha Verónica, de 22 años, estudiante de Comunicación: “Nosotras ya no somos úteros andantes; que ellos dejen de ser robots laborales”.
La solución a la muy baja fecundidad ya está inventada, y sus factores están identificados desde hace tiempo. Pero su aplicación no es sencilla, y el remedio no acaba de llegar. Las políticas en favor de la natalidad avanzan con éxito relativo. Hay medidas macroeconómicas destinadas al empleo, la vivienda, la emancipación de los jóvenes, los permisos de paternidad y maternidad, y la educación gratuita y de calidad hasta los tres años; y también microeconómicas, centradas en la conciliación y la corresponsabilidad en el hogar. El Gobierno de España ha dado pasos importantes equiparando y haciendo intransferibles los permisos de paternidad y maternidad de 16 semanas, y con la ley de familia y el Plan Corresponsables, aún no totalmente implantados. Y, por ejemplo, el Gobierno de la Comunidad de Madrid, poniendo sobre la mesa 80 medidas y 4.150 millones en ayudas directas a cinco años para fomentar la natalidad. Su impulsor, el consejero Enrique López, afirma: “No tiene ningún componente político, el apoyo es a todo tipo de familias”. No todos piensan lo mismo respecto al plan de Ayuso, por ejemplo, Toni Morillas, del Instituto de las Mujeres: “Esto no se arregla con un cheque (como se vio con el de Zapatero en 2009) y que las mujeres nos volvamos a casa a criar a los niños. Esto es un debate de cómo se organiza un país y un hogar. Y eso es más transversal y a largo plazo que un cheque regalo de tres años”.
Reunión con un grupo de alumnas y alumnos de la Universidad Francisco de Vitoria, de Madrid. Ellos la van abandonando a hurtadillas. Ellas hablan claro. Repiten varias veces la palabra “renuncia”. Es lo que les supone traer un hijo al mundo. El debate se va calentando. Para Joseph, de 22 años, “cuando eres niño tienes un ideal de familia, lo ves todo muy bonito, pero cuando empiezas a ver cómo está el trabajo y el mundo, te das cuenta de que ese ideal es un sueño y que choca con tener hijos”. Lo sentencian Olga, de 23 años, estudiante de Medicina, y Verónica, de 22, de Relaciones Internacionales: “Tener hoy un hijo es lanzarse al vacío sin saber qué hay debajo”. “No quiero ver un hijo como un problema; para eso, prefiero no tenerlo”
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