Un preso palestino se halla en estado crítico tras 80 días en huelga de hambre

Palestinos detenidos durante la Segunda Intifada, en 2002 en Ramala (Cisjordania).
Palestinos detenidos durante la Segunda Intifada, en 2002 en Ramala (Cisjordania).Laszlo Balogh / Reuters

Un simple paseo, la provocadora visita del exgeneral Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, desencadenó el torbellino de la Segunda Intifada (2000-2005), que dio un vuelco a la historia de Oriente Próximo. Se cumplen este martes 20 años del estallido del levantamiento popular, mientras las facciones políticas de Palestina tratan de cerrar filas para cicatrizar la ruptura que desde hace tres lustros ha bloqueado las urnas. La reciente normalización de relaciones de Israel con Emiratos Árabes Unidos y Baréin ha impulsado a Fatah, el partido nacionalista que solo gobierna en Cisjordania, y Hamás, el movimiento islamista que controla la franja de Gaza, a anunciar la semana pasada un acuerdo para convocar elecciones legislativas por primera vez desde 2006. Los palestinos se sienten olvidados en el mundo árabe y, como hace dos décadas, invocan la causa nacional para movilizarse.

La esperanza de paz que representaron los Acuerdos de Oslo ya estaba amenazada de muerte poco antes del asesinato del primer ministro Isaac Rabin en 1995, ocurrido dos años después de que sellara la paz con su antiguo enemigo Yasir Arafat. “Con Mahmud Abbas (entonces negociador palestino en la sombra) intenté acortar en lo posible el periodo transitorio de cinco años previó al acuerdo definitivo, a fin de evitar que fanáticos de ambos lados lo arruinaran. Pero fracasamos y la interinidad se eternizó”, viene a reconocer Yossi Beilin, el exministro laborista que ejerció como contraparte del actual presidente de la Autoridad Palestina, en la carta abierta que ha dirigido al rais desde el portal informativo Al Monitor, especializado en Oriente Próximo.

En ese clima de decepción, apenas dos meses después de que se frustraran las negociaciones de Camp David (EE UU), la gira por el tercer lugar más sagrado del islam protagonizada por el halcón Sharon, entonces líder de la oposición conservadora, fue la chispa que prendió la revuelta. Al contrario que en la Primera Intifada (1987-1993), la llamada Intifada de Al Aqsa estuvo marcada por la violencia indiscriminada contra la población civil. “La campaña de atentados con bomba palestinos condujo a un consenso en Israel sobre la necesidad de dar una respuesta contundente”, destaca Amos Harel, analista del diario Haaretz.

“La Infifada redibujó el mapa político de Israel”, apostilla este experto en temas militares, “y la preocupación por la seguridad ha determinado en gran parte el prolongado éxito de la derecha de (Benjamín) Netanyahu. Mientras tanto, la izquierda no ha sabido ofrecer una respuesta”. Ya como jefe del Gobierno, Sharon ordenó en 2002 la mayor ofensiva militar sobre Cisjordania desde la Guerra de los Seis Días de 1967. La Segunda Intifada se cobró 4.700 vidas, de las que cerca de un 80% eran palestinas, y se cerró con la construcción de una gigantesca “barrera de separación” –sucesión de vallas, rejas y tapias, con amplios tramos de altos muros de hormigón jalonados de torres de vigilancia– que a lo largo de sus 700 kilómetros previstos se interna en más de un 10% del territorio cisjordano.

Frente al levantamiento popular de hace dos décadas, los palestinos reaccionan ahora con desánimo ante la fractura por Emiratos y Baréin de la Iniciativa Árabe, el plan de paz saudí que les garantizaba un Estado propio en las fronteras anteriores a 1967. La denominada “puñalada por la espalda” de las dos monarquías del Golfo puede ir seguida de nuevos reveses diplomáticos desde otras naciones que reconozcan a Israel. Las contribuciones económicas de los países árabes al sostenimiento de la Autoridad Palestina se han recortado en un 85% desde el inicio de 2020, a pesar de los planes de ayuda prometidos por la Liga Árabe. En revancha, Palestina ha renunciado este mes a ocupar la presidencia rotatoria del foro panárabe, después de que los ministros de Exteriores de la región se negaran a condenar el acercamiento a Israel de los Gobiernos de Abu Dabi y Manama.

“Cualquier referencia a una nueva intifada o alzamiento es hoy ilusoria. Los palestinos no tienen capacidad alguna”, estima José Vericat, director de la representación del Centro Carter en los territorios palestinos. “El control israelí sobre Cisjordania es casi absoluto, Israel es un Estado moderno y con todos los recursos imaginables para someter a la población ocupada. Secciones enteras de su Gobierno, Ejército y sus servicios secretos están dedicadas solo a ello”.

Tras un primer contacto en Turquía, las facciones políticas palestinas se disponen a establecer ahora en Egipto un calendario electoral, para convocar los comicios previsiblemente dentro de seis meses. El llamamiento a las urnas, que deberá ser refrendado por un presidente próximo a cumplir los 85 años y que se mantiene en el puesto sin revalidar su mandato desde 2005, no suscita interés en Gaza, Cisjordania o Jerusalén Este. Abbas ya canceló las convocatorias anunciadas en 2016 y 2019 en medio de sucesivas rupturas con Hamás. Una reciente encuesta del Centro de Investigación Palestino de Política apunta a que el líder islamista Ismail Haniya derrotaría sin dificultad al veterano rais en unas presidenciales.

“Los palestinos están más divididos que nunca, les falta una estrategia común. Su liderazgo, convertido en una gerontocracia, ha fracasado y es casi inamovible. Estamos viviendo el fin de una era”, remacha Vericat, quien cubrió como reportero la Segunda Intifada. “Se equivocaron al pensar que podían presionar a Israel militarmente, al tiempo que el 11-S y la llamada guerra contra el terror anulaba la legitimidad de su lucha”.

Veinte años después del levantamiento de Al Aqsa, el principio de los dos Estados como solución política al conflicto parece desvanecerse. El inquietante escenario que emerge recuerda al de la Intifada de las Piedras previa a los Acuerdos de Oslo: un Estado único entre el Mediterráneo y el Jordán donde viven idéntico número de palestinos y judíos sin los mismos derechos.


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