Hay un país luminoso, que ha dejado atrás lo peor de la pandemia, que se recupera creando empleo como jamás se había registrado, que se dispone a recibir un chorro multimillonario de fondos europeos para cambiar su modelo productivo y que ha tomado múltiples medidas para aliviar la situación de los más desfavorecidos. Y hay otro país —en realidad, el mismo—, dirigido por un Gobierno radical que pretende “cargarse la propiedad privada y la libertad de empresa”, en el que millones de personas se agolpan en las “colas del hambre” y que se aboca a un monumental ajuste fiscal de 60.000 millones de euros. Los retratos de esos dos países que en realidad son el mismo se confrontaron este miércoles en el inicio del debate en el Congreso sobre los Presupuestos Generales del Estado. El Gobierno salvará este jueves con holgura el trámite con sus habituales aliados parlamentarios, pese al frente de rechazo que engrosan el centroderecha, la extrema derecha y el independentismo más duro.
El debate de las enmiendas que pretendían bloquear los Presupuestos —siete, de PP, Vox, Ciudadanos, Junts, CUP, Coalición Canaria y Foro Asturias— corroboró varias cosas. En el aspecto más político, el abismo que separa los diagnósticos de los partidos sobre la situación del país, la distancia sideral de la “homilía apocalíptica” de la derecha a la “Arcadia feliz” del Gobierno, como dijo la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas. Y también la inevitable querencia de los líderes a discutir del presente echando la vista al pasado. La confrontación entre la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y el líder del PP, Pablo Casado, derivó por momentos en un duelo histórico entre los Gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.
Sobre el desempeño de los portavoces, la maratoniana sesión confirmó la gran desenvoltura de Casado para hablar sin papeles —pocos diputados pueden presumir de lo mismo— y la infatigable oratoria de la ministra de Hacienda, que sumó casi cinco horas de plática. Montero, tras un discurso inicial de 78 minutos, dedicó a replicar a Casado una hora, el doble de lo empleado en su intervención por el líder del PP. La ministra hablaba y hablaba mientras la mayoría de los diputados se sumergía en sus pantallas o se animaba con charlas en voz alta, reprimidas por la presidenta, Meritxell Batet. A última hora, al filo de las 10 de la noche —el debate había comenzado a las 12, con una pausa de hora y media— Montero ya arrastraba una ligera afonía, pero seguía hablando, indesmayable. El vicepresidente primero de la Cámara, el también socialista Alfonso Gómez de Celis, que en esos momentos dirigía la sesión, no pudo entonces reprimir un ruego: “¡Señoría, por favor…!”. Con este clima, abundaron más los bostezos que la bronca, al margen de un grito de “gilipollas” dirigido a la ministra desde los escaños de Vox en las últimas filas.
Montero no solo se dedicó a explicar y defender las cuentas, sino que entró a fondo en todas las controversias políticas. Al PP le echó en cara la corrupción; a Vox, su “discurso de odio” que “hace 10 años sería impensable en una tribuna democrática” y a Ciudadanos, su sangría de bajas de militantes. La ministra destacó que las cuentas serán la palanca para la recuperación económica —“una realidad, mal que le pese al PP”—, el instrumento para aprovechar la “oportunidad histórica” de los fondos europeos e incluso un “antídoto contra el populismo” que pretende sacar provecho de la pandemia. También el modo de demostrar el compromiso de la coalición de izquierdas con “las clases medias y trabajadoras”. El aumento sin precedentes del gasto público propiciado por la inyección de los fondos europeos no implica que el Gobierno descuide la responsabilidad fiscal, destacó la ministra, ya que la previsión es rebajar el déficit a un 5% al final del próximo año. Montero subrayó la buena marcha de los ingresos del Estado que, según dijo, cerrarán 2021 con un incremento del 10%.
Del país bañado por el sol del mediodía del Gobierno se pasó a la noche más oscura de Casado. El líder del PP optó en esta ocasión por un discurso muy económico, abundante en datos y más recatado que de costumbre en el uso de términos altisonantes. Pero el bisturí de Casado no dejó por ello de ser menos implacable. Los Presupuestos son “hipócritas”, “falsos” y nacen “muertos” porque, según él, se basan en previsiones económicas irreales. España presenta, prosiguió el líder del PP, “la peor recuperación del mundo desarrollado”, los precios más altos de la energía, la amenaza más seria de inflación. Las cuentas consagran “el despilfarro del gasto público”, propinan un “hachazo a todo el que crea empleo” y abocan al país a un “ajuste fiscal de 60.000 millones en los próximos 10 años”. La receta de Casado: bajar 10.000 millones en impuestos y recortar “gastos superfluos” del Estado que, según él, podría permitir hasta un astronómico ahorro de otros 60.000 millones al año. Pero la verdadera solución, insistió el líder de la oposición, sería acabar con este Gobierno y devolver al PP al poder. Porque “una vez más”, concluyó, “tendrá que venir el PP a rescatar a España”.
Las tinieblas cobraron aún más espesor con el portavoz de Vox, Iván Espinosa de los Monteros, que arrancó su intervención hablando de ETA. Con estas cuentas que son “un festival de gastos sin sentido”, dijo Espinosa, “ETA vuelve a ganar”. ¿Cómo? Por las negociaciones del Gobierno con EH Bildu. Los acuerdos con los nacionalistas también sirvieron de palanca argumental para Arrimadas, que combinó sus críticas al Gobierno y al PP. Con este último coincidió en defender la tesis del “hachazo fiscal”.
Desde que comenzó la pandemia, no se había visto un hemiciclo tan concurrido como el de este miércoles. Sin llegar al lleno, comparecieron los principales líderes y casi la totalidad del Gobierno, aunque el banco azul se fue vaciando según avanzaba el debate. El presidente, Pedro Sánchez, solo se quedó al discurso inicial de Montero. A esa sesión tan poblada para lo que venía siendo habitual asistió incluso el presidente de Vox, Santiago Abascal, una presencia rara en la Cámara. Abascal se dosifica y fue el único líder que no intervino. Desapareció a la media hora, sin escuchar siquiera la intervención de su compañero y portavoz Espinosa de los Monteros.
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