En un hospital a muchos kilómetros de Madrid, hace unas semanas, trabajaba contra reloj un equipo de Cardiología del Gregorio Marañón. El corazón de un bebé de poco más de tres kilos había dejado de latir y, en ese momento, sus padres dijeron sí a que su pérdida fuese la oportunidad de vivir de otra bebé. Donaron el corazón de su hijo a Naiara, una prematura que había cumplido un mes y que 24 horas antes había tenido que ser intubada en la UCI. Ya no le quedaban muchas opciones. Aquella operación sentó un hito en la ciencia: el primer trasplante de corazón en el mundo a bebés realizado en asistolia —con un corazón que ya se ha parado— y con grupo sanguíneo incompatible entre donante y receptor.
En aquel momento, dice Juan Manuel Gil, el jefe del servicio de Cirugía Cardiaca Infantil de ese hospital, no estaban pensando en lo que suponía para la medicina: “Es lo último que piensas. Tienes a una bebé en una situación precaria, llaman, y lo único que ves es un ángel de la guarda que te está dando una oportunidad y te pones a trabajar pensando: ‘Hay que salir de esta’. Salieron. Naiara, que ha cumplido ahora dos meses, abandonó la unidad de cuidados intensivos y se recupera ya en planta. “Y está bien, el pronóstico es bueno”, dice el cirujano, que hace una pausa y añade: “Esto, hace tres años, hubiese sido imposible”.
El Gregorio Marañón activó en 2018 el programa para hacer trasplantes cardiacos en pequeños con grupos de sangre incompatibles. Hasta ahora, cuenta Gil, “ha habido poquísimos casos de donación en asistolia en niños y jamás con el añadido de que los grupos sanguíneos fueran incompatibles”. No hace más de una década que se practican trasplantes en asistolia de órganos abdominales (como riñones o hígados), y el primero de corazón en España, en adultos, se hizo en el Puerta de Hierro el pasado año. Ahora Naiara es la primera niña sometida a una cirugía con estas características.
“Los trasplantes siempre adolecen de ser pocos para el número de receptores que hay”, explica el cirujano: “Y en España somos afortunados por la generosidad de la gente y de las familias y el trabajo de la Organización Nacional de Trasplantes”. España lleva casi tres décadas siendo líder mundial en este ámbito. En 2019 validó ese título por 28ª vez tanto en trasplantes (se produjeron 5.449 aquel año), como en donaciones, con una tasa de 48,9 donantes por cada millón de habitantes. Aún con esas buenas cifras, son quienes necesitan un corazón los que más tiempo pasan en lista de espera.
“Y los que más probabilidades tienen de fallecer [por falta de uno] son los niños pequeños, los menores de un año y más aún los menores de un mes”, ahonda Gil, que cifra en alrededor de la mitad el número de trasplantes en niños que practica el Marañón respecto a todo el territorio nacional. En los últimos cinco años ha hecho 41 —siete en 2020, a pesar de la pandemia—, y el 35% de esas cirugías son en menores de un año. “Afortunadamente fallecen pocos niños, pero los niños que tenemos en lista de espera tienen pocas probabilidades de recibir un corazón”, por eso, “incrementar el número de donantes en los grupos de edad más vulnerables es tan importante”.
Hace no mucho, Gil asegura que nadie se planteaba trasplantar un corazón que llevara unos minutos sin latir: “En una extracción convencional, lo que llamamos muerte cerebral, cuando el cirujano llega se encuentra al donante con el corazón latiendo, comprueba que está en buenas condiciones, lo para, lo extrae, lo empaqueta en hielo y lo trae al hospital”. En asistolia, “cuando el cirujano llega, el corazón ya lleva unos minutos parado, primero hay que reanimar ese corazón con una máquina similar a la que usamos en las operaciones convencionales [ECMO, un sistema de circulación extracorpórea], y una vez que ese corazón late y se comprueba que es válido, el protocolo es el mismo”. Parar de nuevo, extraer, empaquetar en hielo y viajar con él hasta el hospital donde está el receptor.
12 horas para un hito
En el caso de Naiara, el equipo voló, literalmente, para salvar ese corazón del tamaño de una ciruela. No estar en el mismo hospital hizo que la distancia y el tiempo que necesitaran para cubrirla fuera otro obstáculo. Lo hicieron en 12 horas. José Ángel Zamorano, perfusionista del Marañón, explica que su trabajo es “ser el corazón y los pulmones del niño durante la cirugía, durante el proceso de injerto”. Lo hace en el comunicado enviado por el centro: “Dadas las características de este trasplante, los perfusionistas tuvimos que desplazarnos con los cirujanos cardiacos infantiles al hospital del donante porque teníamos que recuperar el latido para poder trasladarlo e implantarlo. Lo extraordinario fue que tuvimos que recuperar el corazón dos veces y no solo una, como es habitual. Además, tuvimos que modificar toda la bomba de circulación extracorpórea para adaptarla a un niño tan pequeño”.
Gil, al teléfono, recuerda las “lupas con aumento y la extrema precisión” que necesitaron, que necesitan siempre en estas intervenciones: “Pero cuando trasplantamos el corazón empezó a latir fuerte. Salió bien”. Y no era la primera vez que una decisión médica, y el trabajo de los profesionales de ese centro, habían hecho que para Naiara saliera bien. Antes de nacer, a la bebé ya le habían detectado problemas cardiacos y, desde el centro en el que seguían a su madre, en otra comunidad autónoma, la derivaron al Área del Corazón Infantil del Marañón, centro de referencia nacional para cardiopatías congénitas desde el feto.
A pesar del seguimiento, la situación empeoró. Decidieron adelantar el parto y los profesionales de los servicios de Neonatología y Cardiología Infantil pudieron estabilizarla. En el comunicado del hospital, Manuela Camino, jefa de Unidad de Trasplante Cardiaco Infantil, recuerda que “la pequeña pudo evolucionar y conseguimos que el resto de órganos maduraran los suficiente para plantearnos la posibilidad de que Naiara entrara en lista de trasplante. Les explicamos a los padres que había muy pocas posibilidades porque hay escasos donantes a esa edad, tan sumamente pequeñitos. Sin embargo, gracias a inmensa generosidad de otros padres llegó la oportunidad”.
Lo hizo justo cuando las posibilidades se agotaban: “Fue un momento muy importante, porque nos enfrentamos al trasplante de corazón que realizábamos al bebé más pequeño hasta el momento y porque, 24 horas antes, había empeorado mucho. Si no hubiera llegado ese corazón habría habido pocas posibilidades de supervivencia”. Pero Naiara ya ha cumplido dos meses, pesa tres kilos y 200 gramos, y subiendo.
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