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Una frustración sin límites


Ni el contexto era el adecuado ni el momento quedará guardado con excesivo cariño en el baúl de los recuerdos. Martín
Zubimendi fue la viva imagen de la frustración en su debut como titular con la Real. A sus 20 años, el pivote donostiarra acabó contagiado por la crisis de juego y la falta de frescura, convicción e ideas que ataca a la plantilla txuri urdin desde que se reanudó la Liga hace apenas 10 días. Lo intentó, pero su esfuerzo acabó cayendo en saco roto.



De nada le valió al centrocampista sacar a escena el ímpetu con el que todo canterano de Zubieta irrumpe en el primer equipo, tirando la puerta abajo sin vacilaciones. Era su primera prueba de fuego y por desgracia el sabor más amargo le acompañará hasta que la Real consiga enderezar el rumbo. Si es que lo hace.

Cabe recordar que la puesta de largo de Zubimendi tuvo lugar la temporada pasada, cuando disfrutó de los minutos finales en la victoria contra el Getafe en Anoeta. Su segunda aparición se produjo hace unos días frente el Real Madrid, pero la derrota ya era una losa demasiado pesada en el momento en el que saltó al terreno de juego. El duelo contra el Celta se presentaba, por lo tanto, como su oportunidad de oro. Una ocasión idónea para demostrar a diestro y siniestro, sobre todo a los que no conocen su incansable trabajo en la medular del Sanse, de qué pasta está hecho.

Un honor silenciado

Es cierto que a nadie le gusta aparecer en la alineación por vez primera en un Anoeta vacío, sin familia, amigos ni aficionados que te empujen desde la grada. Un honor resquebrajado por el silencio más absoluto. Quizá eso influyó, aunque sea mínimamente, en su rendimiento. Más allá de ese nimio detalle, Zubimendi no acertó a recoger con éxito el guante lanzado por Imanol, que apostó por sus cualidades ante las numerosas ausencias que tiene la Real en el centro del campo. La idea de darle respiro a un Zubeldia muy exigido también sobrevoló la cabeza del entrenador.

Con Merino y Odegaard como compañeros de viaje, trató de aguantar el peso de un Celta que no empezó demasiado fino pero después se adueñó del centro del campo, lo que contribuyó a cortocircuitar cualquier atisbo de romper líneas desde su posición. Denis
Suárez, Rafinha y Bradaric, entre otros, ahogaron a una Real demasiado plana y horizontal, sin garra ni chispa para ir con convicción a posiciones de vanguardia.

La frustración fue palpable y la rabia, incontrolable. Solo hubo que verle la cara cuando cometió una falta sobre Rafinha por la que acabó siendo amonestado. A veces todo sale a pedir de boca y en otras solo deseas taparte la cara con la camiseta y esperar a que te trague la tierra. Otra vez será.


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