Una habitación con vistas para mujeres exiliadas


En una sala de techos altos bañada en luz que ofrece una vista privilegiada de la Ópera Garnier, una sesión de shiatsu llega a su fin. Con una amplia sonrisa, Sabrina abandona la sesión, visiblemente apaciguada. Su bebé ha sido cuidado por Rahma, su compañera de habitación, que se ha convertido en una gran amiga. “¿Qué tal el masaje?”, pregunta afablemente antes de marcharse a una entrevista de trabajo.

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Mientras se aleja, Sabrina expresa, conmovida, cuánto agradece esta amistad privilegiada. “Poco después de dar a luz, Rahma se tomó días libres para ayudarme”, asevera. Sabrina y Rahma viven en el Hotel L, un alojamiento temporal, inaugurado en mayo de 2021 en el interior de un antiguo establecimiento de lujo en el exclusivo barrio 9 de París cuya particularidad es que acoge a mujeres en el exilio. Aquí viven 79 de ellas y otros 59 niños.

Más que un refugio de emergencia, el Hotel L, gestionado por el Centro de Acción Social Protestante (CASP), asociación que cuenta en su mayoría con fondos públicos, pero también recibe donaciones de particulares y empresas privadas, pretende ser un lugar de respiro, como una burbuja fuera del tiempo, para permitir que sus ocupantes se despreocupen durante unos meses. Porque la mayoría de estas inquilinas, procedentes de los cuatro puntos cardinales, tienen una larga historia de huida a sus espaldas.

“La mayoría de ellas ha sufrido múltiples traumas: matrimonio forzado, ablación… Muchas tienen hijos que se han quedado en el país de origen”, explica Tiphaine Bouniol, directora del establecimiento y responsable de coordinar el centro y atender a las residentes. Diariamente, las acompaña y orienta en sus trámites administrativos (solicitud de ayudas económicas, concesión de seguros médicos complementarios, etc.), con el apoyo de un equipo de seis trabajadores sociales.

Apuesta por el confort y el bienestar

En este centro de acogida, que no se parece a ningún otro, lo más importante es la comodidad. Las habitaciones, en su mayoría individuales, son amplias, luminosas y están equipadas con mullidas camas de tamaño extra grande, uno de los vestigios que dejó el hotel de lujo.

“Queremos demostrar la importancia de situar a las personas en lugares adecuados y apropiados donde puedan disfrutar de la intimidad. Pero también es relevante proponer proyectos en torno al bienestar, algo que logramos gracias a sesiones de yoga, manicura o peluquería, por ejemplo”, añade Tiphaine.

Sadhana, de 31 años, lo corrobora: “No puedo creer que viva aquí”. Luego muestra su habitación, con una vista de postal de las típicas avenidas haussmannianas. “París es una ciudad magnífica, se merece su fama de ciudad de la luz”, sonríe suavemente. Para esta antigua esteticista, nada o casi nada en su dormitorio evoca su vida en la India. De la pared cuelgan tarjetas para aprender francés, algunas con el alfabeto, otras con los números…

La importancia de la arteterapia…

Así transcurren los días en el hotel. Aunque no se ofrece apoyo psicológico, las residentes pueden, gracias a su trabajadora social, beneficiarse de consultas gratuitas.

Además de los talleres de bienestar, el Hotel L también ofrece sesiones de arteterapia. Todos los jueves, las mujeres se reúnen para una clase de pintura. Según los monitores, no hay requisitos previos. ¿El objetivo? Pasar un “buen rato” y, por qué no, descubrir el alma de una artista.

Retrato de Aissatou en el gran salón de la primera planta, que se transforma en un espacio para actividades deportivas y culturales.Séverine Sajous

Fanny-Angèle se identifica como aficionada al arte. Su especialidad son los cantos litúrgicos, y aquí se ha iniciado en la danza. “La música me reconforta. Eso es lo que quería compartir con las demás mujeres que también han sido traumatizadas. Y además, vivimos al lado de la Ópera, así que tiene sentido bailar”, afirma entusiasmada.

En esta invernal noche de viernes, los primeros sonidos de música de baile resuenan en la planta baja de la sala. Un puñado de niños se lanza a la pista, balanceándose al ritmo de la melodía, divertidos.

Esta actividad es el corolario de otra a la que Fanny-Angèle tiene especial apego. Trabaja regularmente con otras mujeres traumatizadas. “El objetivo aquí es, de nuevo, reconfortarlas, decirles que van a estar bien, que tienen que tener paciencia y, sobre todo, saber rodearse”.

… para vivir con el trauma

Porque la vida cotidiana en el Hotel L es también compleja. A mediados de octubre de 2021, en el transcurso de un solo día, los equipos tuvieron que hacer frente a dos emergencias. En primer lugar, un exmarido violento y maltratador se presentó en la puerta, exigiendo ver a una residente. Al no querer poner en peligro a la joven –que iba a ir a juicio contra su exmarido–, los trabajadores sociales decidieron trasladarla rápidamente a otro hogar de acogida.

A continuación, hubo que responder a la crisis de descontrol de otra residente que también había sufrido múltiples abusos en el pasado. La mujer atacó físicamente a los empleados y fue ingresada brevemente en un centro psiquiátrico. Sus hijos fueron enviados temporalmente en un centro de acogida.

En el Hotel L chocan dolorosas trayectorias personales. Y Madnty Kohn, señora de la limpieza, es consciente de ello. “Cuando trabajo, me encuentro con las mujeres, siempre quiero reír y bromear con ellas. Estoy ahí como cómica, porque sus vidas, sin papeles y sin casa, no son fáciles”.

Mariama, de las Islas Comoras, emprendió un largo viaje para intentar encontrar tratamiento para su hijo enfermo de cinco años, Laithe, que ahora está siendo atendido en Francia.Séverine Sajous

Algunas de las residentes llegaron a Francia con su hijo enfermo. Este es el caso de Mariama. Esta madre de las islas Comoras emprendió un largo viaje para tratar de encontrar tratamiento para su pequeño, de cinco años. Primero, Tanzania, donde el niño había sido operado tres veces a causa de pólipos. “Cuando los médicos me dijeron que no había salida, nos fuimos a Mayotte. Allí, durante la travesía en un abarrotado kwassa kwassa (barco de pesca), pensé que moriría.” Hace una pausa, con temblores en su voz, antes de reanudar. “No respiraba. Lloré mucho, y luego mejoró”. Tras un nuevo tránsito por Reunión, Mariama llegó a Francia con su hijo, donde fue atendido. “Hoy está mucho mejor, pero tiene que tomar medicación de por vida”.

La violencia de los hombres

Las historias de las residentes están marcadas por la violencia de los hombres. Víctimas de matrimonios forzados, agresiones sexuales, mutilaciones… Su estancia en el L coincide con un tiempo de reparación de sus cuerpos y de sus mentes. Algunas se han sometido a cirugía reconstructiva. Como Inaya (nombre ficticio a petición de la entrevistada), de 24 años.

Originaria de Guinea-Conakri, le arrancaron la infancia cuando su padre, un opositor político, fue asesinado. Supuso esta una tragedia íntima que dio lugar a una sucesión de vagabundeos y nuevos dolores. Al entrar en la adolescencia, su madre la sacó del hogar familiar, alegando que era demasiado peligrosa. Inaya fue entonces confiada a su tía.

“Apenas tenía 16 años cuando mi tía decidió casarme con un amigo de su marido, un hombre de más de 40 años. En cuanto me mudé con él y su familia, empezó a pegarme y a torturarme. Nunca se detuvo. Con el dinero y la ayuda de su primera esposa, me escapé. Acabé en Marruecos y luego en España. Allí me dijeron que buscara refugio en Francia, porque este país se ocupaba de las mujeres víctimas de violencia”, explica.

Acompañada por la Maison des Femmes de Saint-Denis, una organización de ayuda a víctimas de violencia machista, ahora se centra en su reconstrucción. “En Francia estoy bien. Puedo cuidar de mí misma”.

Acompañar a las mujeres en el centro es una carga emocional, admite Gabrielle, de 20 años y educadora en prácticas. Ante tanto dolor, “es importante saber tomar distancia. Con más experiencia profesional, ganaré algo de altura. Pero, obviamente, no tenemos un corazón de piedra. Creamos un vínculo con las mujeres del albergue y eso no siempre es fácil de gestionar”, confiesa la joven, para quien la experiencia en el Hotel L, aunque reciente, confirma su vocación.

Aisha espera la llegada de Abdoul, el padre de su hijo Ange, de dos meses de edad. La joven salió de Costa de Marfil antes de ser esclavizada durante ocho meses en Libia. Enferma, fue literalmente arrojada a una zódiac por sus atacantes. Acabó en Italia, donde conoció a Abdoul. Ahora aspira a llevar una vida familiar serena en Francia.Séverine Sajous

En la mente de todas está la incertidumbre por el futuro y con ella, una fecha límite: mayo de 2022. Después de esta fecha, el Hotel L cerrará sus puertas. Regularización de la situación administrativa, empleo permanente y vivienda… Para muchas de las residentes, el futuro es incierto. Mientras que el 13% de las mujeres han sido regularizadas, el 21% de ellas sigue esperando la tramitación de su solicitud. Y casi la mitad (41%) no ha encontrado ninguna solución para su caso. Son datos del Centro de Acción Social Protestante (CASP), la asociación gestora del establecimiento.

Como para Sabrina. Tiene la nacionalidad francesa, así como un trabajo fijo, y está esperando una vivienda social para poder establecerse con su bebé. Su solicitud quedará en suspenso hasta que se le conceda el Dalo (derecho oponible a la vivienda), que es el último recurso administrativo para obtener un piso cuando una persona no puede acceder a una propiedad privada por sus propios medios.

En la cocina común de la planta baja, Samira, de 16 años, se apoya en la superficie de trabajo. En lengua bambara conversa con otra residente sobre la preparación de la cena. Acaba de volver de la escuela: un instituto especializado en el distrito de Ménilmontant para adolescentes que no han recibido algún tipo de educación en su país de origen. Reconoce que la compañía de sus compañeros malienses y marfileños hace que el desarraigo sea menos brutal.

La adolescente dejó Abiyán hace menos de tres meses para reunirse con su madre en este hotel. Aunque está deseando llegar a la edad adulta para poder disfrutar de París y de su vida nocturna, su horizonte profesional está claro: convertirse en auxiliar de enfermería. Esto hará que su progenitora se sienta orgullosa.

Faith, de 30 años, pasa por delante de la cocina para sentarse en el comedor y teclear en su teléfono móvil, vestida con un elegante vestido plateado y unos cómodos mocasines. También expresa su impaciencia por tener mejores días. Exultante, comparte: “Estoy esperando mis papeles. Cuando lleguen, espero poder volver a trabajar como enfermera, pues me encanta cuidar de la gente”. Tiene la fe de su nombre de pila: pronto llegará un mañana más brillante.

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