Una jornada dentro de la conspiración antivacunas del convoy de la libertad en Bruselas

Una jornada dentro de la conspiración antivacunas del convoy de la libertad en Bruselas

La manifestación del convoy de la libertad, como tal, no ha tenido lugar este lunes en Bruselas. Distintos grupos han pululado desde primera hora de la mañana por la ciudad de un lado a otro, a pie, en busca del reencuentro con sus colegas. El núcleo más numeroso, a media tarde, quizá reuniera a un centenar de personas frente al Parlamento Europeo; a mediodía otro centenar se congregó en un parque junto a las instituciones comunitarias. Pero ha quedado lejos del teórico bloqueo de la capital de la UE al que aspiraban, emulando el movimiento nacido en Canadá para luchar contra las medidas impuestas por la pandemia. No ha habido ni siquiera vehículos: los manifestantes los han dejado en las afueras para evitar los controles, después del aviso de prohibición de las autoridades belgas.

Uno de los puntos de encuentro, en teoría, es la rotonda de Schuman, epicentro de las instituciones europeas, donde flamean las banderas azules con estrellas. Allí, hacia las 10.30, esperan cuatro amigos junto a una tanqueta de policía, de las que dispersan protestas con chorros de agua. Se conocieron en 2018, en las manifestaciones de los chalecos amarillos que sacudieron Francia contra la subida de una tasa en el diésel, según cuentan. Llevan tantas protestas a sus espaldas que han perdido la cuenta. Han venido desde Marsella hasta Bruselas, los cuatro en una caravana, con dos perros y en su opinión el convoy se parece mucho al movimiento de los chalecos: “Es un basta ya”, sostienen. “Al principio era un movimiento económico. Con la pandemia ha pasado a otro nivel: político y sanitario. Francia se ha convertido en una dictadura”.

Ellos cuatro son una pequeña muestra de un heterogéneo movimiento que aglutina a gente de todo tipo: antivacunas en general, gente del sector agrario, herederos del movimiento de los chalecos amarillos, amantes de las teorías de la conspiración… Los cuatro tienen su forma de ver el mundo, que van desgranando mientras deambulan por las grandes avenidas del barrio europeo, en busca de compañeros de fatigas. Por ejemplo: “Es el doctor Anthony Fauci quien ha fabricado la covid”, explica Daniel Guirado, 70 años, extrabajador de una fábrica de aluminio, hoy cerrada, que viste de chándal y sombrero. Asegura haber visto pruebas en intercambios de correos publicados por Wikileaks. Según su versión, no contrastada, Fauci, responsable del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos y experto en el VIH, habría creado el coronavirus y después lo habría llevado hasta Wuhan (China) con la treta de los Juegos Mundiales Militares de 2019 celebrados en esa ciudad. A partir de ahí arranca la historia que todos conocemos, y las consiguientes restricciones cuyo objetivo, o uno de ellos, según estos cuatro manifestantes, es controlar a la población.

Los cuatro prosiguen su peregrinaje, confundidos entre el edificio de la Comisión Europea, el del Consejo Europeo y el del Parlamento Europeo. La zona está blindada de policías: la última manifestación contra las restricciones de la pandemia reunió a 50.000 personas y acabó en enfrentamientos con los agentes y edificios públicos atacados. A Guirado lo acompañan su esposa Agnès Guirado, 63 años, enfermera jubilada; Alain Gouin, 62 años, responsable de mantenimiento en un hospital; y otro Alain, que prefiere no dar el apellido, 55 años, reponedor de supermercado. Solo Gouin está vacunado. Le costó, pero accedió tras semanas suspendido de empleo y sueldo: es obligatorio para seguir trabajando en el centro médico.

“Todo está conectado”

Durante el paseo recorren infinidad de asuntos: supuestos apocalipsis leídos en la dark web, aquella vez que les gasearon en una manifestación en Montpellier, lo que esconde el ataque a las Torres Gemelas, la manipulación de las pruebas PCR… hablan como si hubiera un plan previsto. “Hay un plan”, replica el Alain sin apellido. “Empezó en 1956 con la primera reunión del club Bilderberg”. En esta versión no contrastada del mundo, el objetivo de este club es “eliminar a los seres humanos de la Tierra”. Añade: “¿Has leído la Biblia? Hay un pasaje en el que dice que el bien se convertirá en el mal y el mal en el bien. Estamos en ese momento”. Y también hace notar: “Todo está conectado”.

De vez en cuando se cruzan con otros manifestantes —una chica de Lille, otra de Dunquerque; dos de Niza que han pasado por París y muestran vídeos de sus hazañas—. Siguen sin saber dónde tendrá lugar el gran encuentro, así que deciden ir a comer. Un empleado de la Comisión les recomienda la mejor friterie de la zona, famosa por haber vendido un cucurucho de patatas a la excanciller alemana, Angela Merkel. Allí se encuentran con otros miembros del convoy, se dan ánimos. Se sientan en un banco con los cucuruchos, sacan unas Leffe de la mochila y sirven la cerveza en unas tacitas desechables. Luego hacen sus necesidades en unas cabinas portátiles. Y prosiguen sin rumbo fijo.

Alain dice que protesta porque se corre el riesgo de que desaparezca una forma de vida en libertad. Quiere evitar que sus hijos “sean sumisos”. Él es divorciado, tiene una hija de 17 años. “¿Por qué prohíben hacer cosas si no te vacunas?”, protesta. “No pueden obligar a hacer algo que no quieres”.

Acaban de recibir una pista: los manifestantes se van a reunir en una plaza en el centro, a media hora. Allí se dirigen a pie. Pero uno de ellos, agotado, se acabará volviendo a la caravana; otro se irá con él para echarle una mano. Y Alain Gouin, entre tanto, continúa con la explicación del plan global (no contrastado): “El objetivo es disminuir la población mundial para que quede en un 10% de la que hay hoy; dejarla en 750 millones de personas”. Esto, asegura, ocurriría para 2030. Habría, además, un Gobierno dirigido por la ONU, y el resto serían Estados esclavos. Cuando se le pregunta dónde encuentran pruebas de todo lo que afirma, responde: “Llevamos tres años en esto. Tenemos verdaderas fuentes internas”. Su objetivo, dice, es que las mentiras queden expuestas, para que la verdad aflore “y la gente se despierte”.

Para dar fuerza a sus argumentos, subraya por ejemplo que el recientemente fallecido Nobel de medicina Luc Montagnier, célebre por sus investigaciones del VIH, afirmó que el coronavirus fue creado artificialmente. Esto sí es contrastable: “No es natural, es el trabajo de un profesional, un biólogo molecular, un relojero de secuencias. ¿Con qué fin? No lo sé”, aseguró Montagnier en televisión, según recogió en 2020 Le Monde. Tras estas declaraciones, la comunidad científica repudió al investigador francés, muy crítico con las vacunas.

En el lugar señalado, la plaza de Sainte Catherine, tampoco son muchos: unas decenas de personas. Comienzan a ser conscientes de que hay distintos grupos repartidos en diferentes puntos de la ciudad. Algo ha debido de fallar. “Divide y vencerás”, rumia Agnès Guirado. “Han conseguido que no nos juntemos”.

En la plaza, una mujer toma un megáfono y lee un manifiesto contra los medios de comunicación “mainstream”, colaboradores de “un plan diabólico”, que han contribuido, según acusa sin pruebas, a “instaurar el terror” y que “mentira tras mentira ha permitido hacer perder la cabeza al pueblo sumiso”. Hay aplausos —breves— y enseguida se corre la voz de que la protesta continúa frente el Parlamento Europeo. Los dos marselleses que quedan tuercen el gesto: de allí vienen; hay otra media hora de caminata de vuelta, y cuesta arriba. Llegarán pocos y cansados. La jornada concluirá sin que una manifestación del convoy de la libertad, propiamente dicha, tenga lugar en Bruselas.

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