EN 1985, SUSIE Bick se asomaba al futuro. Fotografiada por Bob Carlos Clarke en ese remedo londinense del parisiense Père Lachaise que es el camposanto de Kensal Green, ilustraba la portada de Phantasmagoria, el sexto álbum de The Damned (aquel vinilo blanco que incluía la rendición pospunk del Eloise de Barry Ryan). Ahí estaba, seguramente vislumbrándolo ya: la esposa del vampiro, su palidez preternatural envuelta en la pertinente capa negra. Susan Clare Hardie-Bick, 18 años, natural de Cheshire, era entonces modelo, cuando las modelos eran el nuevo rock and roll. Descubierta a los 14 por Steven Meisel, solicitada a partir de los 16 por Guy Bourdin, Helmut Newton y David Bailey; favorita de Vivienne Westwood y Azzedine Alaïa; imagen de Dior, Versace, Nina Ricci e Yves Saint Laurent. Pudo adelantar por la derecha a Kate Moss. Pero, en 1997, prefirió concluir su carrera. Hoy, casi cuatro décadas después, Susie Bick se asoma al pasado.
“¡Oh, Dios, cuánto tiempo! Hace 20 años que renuncié a este tipo de trabajos”, recuerda la exmaniquí británica reconvertida en diseñadora. Aún porcelana fina a los 54 recién cumplidos (el 16 de septiembre), acaba de engrosar las filas de la abultada familia Gucci, escrupulosamente elegida por su director creativo, Alessandro Michele, en calidad de embajadora de la fragancia Gucci Bloom Profumo di Fiori. Junto a la actriz Anjelica Huston, la modelo Jodie Turner-Smith y la cantante y compositora Florence Welch, integra una suerte de aquelarre que conjura la diversidad y la inclusión —no podía ser de otro modo estos días— a mayor gloria de la nueva fragancia de la saga Bloom, la primera línea de perfumes concebida por el actual director creativo de la firma. Todo en la campaña publicitaria, filmada en agosto del pasado año, parece haber sido calculado para complacerla: la localización, en La Scarzuola, complejo arquitectónico-paisajístico en la Umbría italiana donde confluyen la tradición medieval franciscana y el delirio neomanierista del arquitecto Tomaso Buzzi; la onírica realización, a cargo de la goticista Floria Sigismondi; y hasta la presencia de Welch, que resulta que es amiga del alma. Eso y que se trataba de Michele, claro. “Supongo que, de no ser por él, no hubiera aceptado. Confieso que adoro a Alessandro. Siempre se ha mostrado extremadamente cariñoso conmigo y mi familia. Encarnar sus ideas ha sido un honor”, concede al teléfono desde su casa de Brighton (Reino Unido), hogar de uno de los clanes de mayor culto musical y estilístico del que haya noticia.
Desde 1999, Susie Bick atiende por Susie Cave, según esa costumbre anglosajona por la que la mujer adopta el apellido del marido. En 1997 coincidió con Nick Cave de visita en el Victoria and Albert de Londres, y el amor en el aire del museo que mejor ejemplifica el romanticismo victoriano y la teatralidad del rock hizo el resto. A los dos años se casaba con el trovador de la oscuridad australiano y cumplía lo que le había sido profetizado en aquel disco de los padres fundadores del punk. Aunque el título de esposa del vampiro aún tardaría en oficializarse. Antes, tuvo tiempo de hacer cine, poco pero lucido: fue actriz secundando a Derek Jacobi y Daniel Craig en El amor es el demonio (1998), cruda biografía del pintor Lucian Freud, y redondeando el elenco femenino de la comedia Locas (1999), que la reunía con Joanna Lumley, Anna Friel y Phyllida Law. Madre de los gemelos Arthur y Earl, nacidos en 2000, su conversión como diseñadora de moda no ocurriría hasta 2014, pocos meses antes de que la tragedia alcanzara a la familia: la muerte accidental del adolescente Arthur, en 2015. “Diseñar, para mí, es esencialmente un acto de supervivencia”, declara. “Es el lugar al que voy cuando me quedo atrapada de forma literal en el mundo de la imaginación”. The Vampire’s Wife, el sonado nombre de su etiqueta, lo sacó de uno de los muchos textos que su celebérrimo esposo deja sin publicar o cantar, desperdigados por la casa.
“Los vestidos de Susie son articulaciones fantasmales de la parte misteriosa y sobrenatural de su naturaleza, según he comprobado a través de nuestro matrimonio. Como las palabras en mi escritura, el diseño y creación de estas prendas emergen de nuestra experiencia compartida; y, a cambio, estos empeños creativos, estas canciones y estos vestidos, imaginan la viveza de nuestra relación, dando vueltas y vueltas, cada uno soñando con el otro”. El fragmento pertenece a The Red Hand Files, la sentida correspondencia literaria que Nick Cave mantiene con sus fans en Internet desde 2018, y su destinataria se lo ofrece al periodista cuando quiere saber de sinergias conyugales. “Es una pieza preciosa que escribió sobre nuestra relación. ¡Debería dejar que sea él quien tenga la última palabra al respecto!”, exclama, para apostillar a continuación: “Creo que trabajar con alguien realmente conectado con el proceso de creación, que entiende la estética y los impulsos de la marca, es muy valioso. Aunque The Vampire’s Wife no es una marca. Es una forma de experimentar el mundo”. El vínculo natural que ha establecido con Alessandro Michele se explica así. “Crear tiene mucho de magia, en el sentido de que, cuando te atrapa ese impulso, el tiempo se altera y todo adquiere un lustre fantástico”, refiere. “Tanto él en Gucci como yo en The Vampire’s Wife intentamos construir realidades alternativas, un sitio donde poder soñar”.
“Una mente maravillosa”, no se cansa de repetir a propósito de su colega, como ella, “un gran soñador”. Al diseñador romano lo conoció cenando con su marido en el Chateau Marmont de Los Ángeles, donde los Cave tienen también residencia. “Estaba en la mesa de al lado, parecía un santo con su barba y su pelo largo. Encantador y carismático. Nos acercamos y nos presentamos. Desde entonces hemos cultivado una bonita y cálida amistad”, dice. A través de Gucci, Michele se ha convertido en una suerte de padrino para la familia, dando brillo mediático al joven Earl (modelo y actor, igual que su madre) y acercando a la nuevas generaciones la leyenda de Nick Cave, al que ha patrocinado la exposición autobiográfica Stranger Than Kindness (en el centro Black Diamond de Copenhague, hasta febrero de 2021) y viste en las ocasiones especiales, como su recital en solitario en el Alexandra Palace londinense, Idiot Prayer, el pasado 23 de julio. Solo le faltaba por sacar a relucir a Susie. “He tenido la fortuna de reunir a mi alrededor un universo de personas que han supuesto un gran apoyo para mi proyecto. Somos una genuina comunidad”, resume.
Para el caso, ni la creadora ni su enseña necesitan de altavoz promocional ajeno. The Vampire’s Wife es una de esas firmas que no han parado de expandirse desde su irrupción, quizá porque ha sabido encontrar su agradecido nicho de negocio, prescindiendo de desfiles vacuos en favor de la venta directa que apela a los nativos digitales y tirando de una mercadotecnia más cercana a la cultura del pop que a la de la moda. Encima, Kate Moss, Kate Middleton y Cate Blanchett han contribuido a propagar su culto, basado en una interpretación extemporánea de la feminidad cuyo máximo exponente es el vestido casa de la pradera —versión lujo—, toda una declaración de intenciones. “El ethos de The Vampire’s Wife tiene mucho que ver con mi habilidad para contraponer ideas en una misma creación. Es una cuestión capital, tanto personal como profesionalmente, dado el mundo en que vivimos. Por eso mis vestidos están llenos de contradicciones. Son a la vez audaces y femeninos, poderosos pero juguetones, tradicionales y subversivos, sensuales y modestos”, explica. A finales de 2019, Jimmy Iovine, cofundador del sello discográfico Interscope (escudería de Billie Eilish, Kendrick Lamar o la sensación surcoreana Blackpink), y su esposa, la modelo Liberty Ross, se unían como accionistas mayoritarios a la causa, empleando como presidente de la marca a Leonardo Lawson, ejecutivo afroamericano curtido en Chanel, Apple y Nike y artífice de la consultora creativa Bond. Próxima parada: los mercados estadounidense y asiático.
Estos meses de confinamiento también le han servido a la esposa del vampiro para ampliar registros. Consciente de su responsabilidad como diseñadora, de su taller salen un millar de mascarillas a la semana, confeccionadas con viejos retales en un ejercicio de upcycling, que se agotan en apenas 15 minutos. Parte de los beneficios de sus ventas van directos al programa benéfico The Stuff Page, que gestiona desde 2016. “He pensado mucho en lo que la gente necesita ahora mismo. Estamos pasando más tiempo que nunca en casa, y me he puesto a diseñar quimonos, pijamas y prendas cómodas. Ayer hablaba con un comercial de Liberty [los históricos almacenes londinenses, cuna del famoso estampado floral que lleva su nombre] y me decía que ya no se venden vestidos de fiesta”, cuenta. “No diría que me he vuelto minimalista, solo que busco la simplicidad. Y me gusta la idea de cercanía, de volver a la producción local”. Lo cierto es que Susie Bick, señora de Cave, ya venía presagiando la moderna pasión indumentaria por la bata de abuela de pueblo. “Bueno, ya sabes, nací para hacer de bruja”.
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