“Una reducción de la jornada laboral mejoraría la salud mental”


Los seres humanos cada vez vivimos más y mejor. La medicina ha conseguido eliminar enfermedades de la faz de la Tierra, aminorar enormemente la gravedad de otras y tratar muchas que eran incurables. La mayor parte de estos avances se han logrado a partir de la segunda mitad del siglo XX. Hay un campo, sin embargo, en el que no solo no ha mejorado prácticamente nada en los últimos 50 años, sino que las cosas están bastante peor: la salud mental. Cada vez más personas sufren dolencias de esta índole y los medicamentos para tratarlos llevan décadas estancados, cuando no empeorando el problema.

Las investigaciones han mostrado que la mayoría de los antidepresivos son mejor que el placebo solo para aquella pequeña porción de los pacientes que sufre enfermedades más graves. A su vez, más personas usan todo tipo de psicotrópicos durante más tiempo del recomendable, lo que, lejos de curar sus patologías mentales, puede agravarlas, además de traer aparejados otros problemas de salud.

James Davies, profesor de Psicología y Antropología de la Universidad de Roehampton (Londres), acaba de publicar en España Sedados. Cómo el capitalismo moderno creó la crisis de salud mental (Capitan Swing), en el que hace un clarividente repaso a esta realidad, apuntando factores que considera claves: la medicalización de los problemas; la obsesión del sistema por crear personas productivas y consumidoras, en lugar de felices, y un abordaje de la salud mental que trata de aliviar síntomas en lugar de paliar el fondo de los conflictos, que a menudo están relacionados con trabajos precarios, sueldos bajos y falta de tiempo libre. Este londinense, que prefiere no desvelar su edad, responde a través de videoconferencia a las preguntas de EL PAÍS.

Pregunta. Una de las principales tesis de su libro es que el problema de salud mental en Occidente no viene dado por causas biológicas, sino materiales. ¿Es el mercado laboral el mayor desencadenante?

Respuesta. Hay una gran cantidad de problemas que pueden llevar a grandes sectores de la población a manifestar síntomas de trastornos de salud mental; la vida laboral es solo uno de ellos. Lo que hemos visto en el Occidente contemporáneo desde la década de los ochenta son niveles crecientes de insatisfacción y desconexión de los trabajadores. Tienen sus raíces en los determinantes estructurales de nuestra economía de trabajo moderna. También hemos visto políticas de empleo que han hecho que la vida laboral sea menos tolerable para cada vez más personas: la eliminación de las protecciones sociales de los trabajadores, la creciente necesidad de hogares con trabajo dual, salarios estancados, aumento en la precariedad y el cortoplacismo dentro del mercado laboral. Nos quedamos mucho menos tiempo en cualquier ocupación que hace 30 años, lo que interrumpe nuestra capacidad de construir relaciones sociales sostenibles. En lugar de tratar de identificar y reformar algunos de estos impulsores estructurales de angustia e insatisfacción, estamos empezando a replantear esa insatisfacción como una especie de problema médico, cuya solución reside en las intervenciones médicas más que en las sociales.

En el Reino Unido, a cerca del 25% de la población se le recetó algún medicamento psiquiátrico el año pasado”

P. ¿Se parece nuestra sociedad a la que retrata Aldous Huxley en Un mundo feliz?

R. Él habla de cómo manejar químicamente a la sociedad. Y creo que cuando miramos las cifras, queda bastante claro que realmente estamos en un punto en el que su profecía casi se ha cumplido. En el Reino Unido, a cerca del 25% de la población se le recetó algún medicamento psiquiátrico el año pasado. Y las cifras aumentan aproximadamente un 7% cada año. Y sucede también en España y la mayoría de las economías occidentales, donde los psicotrópicos se utilizan ampliamente. Esta creciente medicalización de nuestras vidas emocionales nos distrae de algunos de los problemas más estructurales y sistémicos que están generando altos niveles de angustia en la sociedad contemporánea.

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P. ¿Cree que una reducción de la jornada laboral o una reducción a cuatro días de trabajo a la semana redundaría en mejor salud mental?

R. Sí, mejoraría la salud mental. En el libro me refiero a un artículo de [John Maynard] Keynes que predecía hace 60 años cómo habría sido la economía en la década de 2020 si sus principios económicos hubieran llegado a buen término. Auguraba que solo trabajaríamos 15 horas a la semana, y esto era para él una situación muy deseable porque hubiera significado que podríamos pasar el resto de nuestro tiempo en lo que él se refirió como ocio cultivado: la actividad de cultivarse uno mismo, cultivar relaciones, construir nuestras comunidades, crear un mundo que fuera facilitador y bueno para el alma, por así decirlo. Y esa debería ser la principal ocupación de la vida. Así que creo que reducir tiempo de trabajo para dedicarlo a actividades útiles y significativas sería una ventaja para toda nuestra salud mental. Una de las cosas interesantes sobre el primer confinamiento de la pandemia fue que hubo mucha cobertura sobre cómo exacerbó la mala salud mental. Pero también mejoró para una gran parte de la población. Alrededor de un tercio de las personas informaron de que se sentían mejor como consecuencia del confinamiento. Y solo el 7% de los británicos informaron de que querían volver a la vida que tenían antes. Y la razón una y otra vez citada fue el trabajo.

P. Usted se centra en los condicionantes sociales de los problemas de salud mental, pero ¿no hay también causas biológicas y genéticas?

R. Para la gran mayoría de las condiciones de salud mental no se han encontrado marcadores biológicos, por lo que no tenemos ninguna prueba biológica para verificar ningún tipo de diagnóstico psiquiátrico. En ausencia de eso, es muy problemático asumir que estos problemas son de raíz biológica. Cuando observamos todas las intervenciones que ofrecemos a los pacientes, las que parecen preferir la mayoría son sociales y psicológicas.

No hemos visto un aumento en la eficacia de los medicamentos psiquiátricos”

P. Según su libro, la medicina no está ayudando mucho a la gente en sus problemas emocionales. ¿No siente frustración como profesional de la salud?

R. Sí, absolutamente. La crítica más condenatoria del sector de la salud mental se deriva de observar sus resultados clínicos. Desde la década de 1980 no solo tiene resultados clínicos prácticamente estancados, sino que según algunas medidas han empeorado. La prevalencia de los problemas de salud mental se ha cuadriplicado durante ese período de tiempo, a pesar de que los niveles generales de bienestar en la comunidad prácticamente se han estancado. Y, lo que es más preocupante, en los lugares donde los medicamentos psiquiátricos se recetan de manera más agresiva, hemos visto que la esperanza de vida de las personas diagnosticadas con problemas de salud mental se redujo entre 10 y 20 años con respecto a las demás. Tampoco hemos visto un aumento en la eficacia de los medicamentos psiquiátricos. Hemos adoptado el enfoque equivocado: el de la medicalización, que no tiene en cuenta los impulsores sociales y psicológicos que se encuentran detrás de las dificultades de la mayoría de las personas.

P. ¿Qué papel deberían tener los psiquiatras?

R. La medicación psiquiátrica tiene una función. Sabemos por la investigación que los miembros de la sociedad más gravemente angustiados pueden beneficiarse de ciertos tipos de medicamentos a corto plazo. Así que hay un papel para los médicos en ese sentido. Los psiquiatras tienen un papel en la determinación de si los problemas por los que atraviesa una persona están relacionados o no con algún otro problema médico.

Necesitamos una regulación mucho más estricta de la prescripción en la Atención Primaria”

P. Una buena parte de los psicofármacos son recetados en la Atención Primaria. ¿Debería revisarse la prescripción de estos medicamentos en la medicina de familia?

R. Necesitamos una regulación mucho más estricta de la prescripción en la Atención Primaria. Estamos viendo grandes porcentajes de estos medicamentos recetados a personas que en realidad no deberían tomarlos, que se encuentran en las categorías de depresión leve y moderada. La única área en la que vemos algún beneficio más allá del placebo es en los pacientes con depresión muy severa. Pero esta no es la mayoría de las personas que acuden a la Atención Primaria y reciben tratamiento con antidepresivos. Creo que una de las razones por las que estamos viendo grandes niveles de prescripción en Atención Primaria es por un déficit de alternativas. Los médicos por instinto quieren ayudar. El paciente entra con sufrimiento. Se sienten moralmente obligados a hacer algo. Y cuando hay una ausencia de alternativa, lo que suele suceder por defecto es recetar algo, aunque el médico tenga reservas al respecto.

P. ¿En qué porcentaje de los casos que se utilizan se estima que estos fármacos son beneficiosos?

R. Para la gran mayoría de las personas con depresión, la diferencia entre el placebo y el antidepresivo es clínicamente insignificante. Estamos hablando del 80% al 90% de los pacientes que reciben los medicamentos.

P. ¿Qué opina de la terapia? Se ha naturalizado que las personas acudan a un profesional. ¿Cree que es positivo?

R. Depende del tipo de terapia. Si vas a una que trata la fuente de tu problema, que puede estar en tu infancia o en tu estilo particular de carácter… o de alguna forma, algún tipo de patrón de pensamiento defectuoso; si sientes que tienes la perspectiva equivocada de la vida y necesitas cambiarla para sentirte mejor… Si es ese tipo de terapia, tiene el potencial de solucionar tu situación. Sin embargo, en la era neoliberal, los estilos de intervención preferidos son aquellos que ubican el problema en el cerebro, ya sea por disfunciones químicas o trastornos cognitivos.

P. No menciona en el libro un problema muy frecuente, al menos en España: el abuso de psicofármacos en las personas mayores, mucho más acentuado que en los jóvenes. ¿Cómo explica este fenómeno?

R. No lo he estudiado directamente, pero los ancianos están demasiado medicados. La persona promedio mayor de 75 años está tomando al menos seis tipos diferentes de medicamentos, que a menudo incluyen psicotrópicos. Una de las razones, especialmente en las residencias de mayores, se debe a que hace que los ancianos sean más manejables.

P. ¿Cuál es el papel de la industria farmacéutica en el problema de salud mental?

R. Yo soy muy crítico con la relación entre los profesionales de la salud mental y la industria farmacéutica. Esta relación ha causado una inmensa cantidad de daño a mucha gente. Ha permitido que la industria farmacéutica se envuelva en el manto de la medicina y propague información errónea, sobrevalore la eficacia de los medicamentos y minimice sus riesgos. Y muchas figuras destacadas de la psiquiatría han sido cómplices de eso. Creo que eso ya no es algo que nadie discuta.

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