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Una retina artificial de nanopartículas devuelve la vista a ratas ciegas



La solución a algunas enfermedades humanas puede estar coleteando en un puñado de cuevas y ríos del este de México. El Astyanax mexicanus —más conocido como sardina ciega—, un pequeño pez de color blanquecino que es objeto de rituales milenarios en el Estado de Tabasco (sureste del país), es también desde hace años una plataforma de estudio privilegiado sobre la evolución biológica. Ahora un grupo de científicos de varias universidades británicas de prestigio ha identificado uno de los genes que le permite regenerar el corazón. Un descubrimiento que abre nuevas vías de estudio sobre las patologías cardíacas en humanos, una de las principales causas de mortalidad en el mundo.

La historia de estos peces —y la razón de su utilidad para la ciencia  —empieza hace más de un millón de años, cuando dos grupos de la misma familia toman caminos divergentes: unos continúan viviendo en ríos, mientras otros quedan atrapados en cuevas, donde con el tiempo se vuelven albinos y ciegos —en la oscuridad, la vista se vuelve innecesaria. Los primeros mantienen la capacidad de regenerar el corazón tras sufrir un infarto, mientras los segundos la pierden y, en su lugar, desarrollan una cicatriz en la parte músculo afectada, que deja de funcionar, como sucede en seres humanos y otros mamíferos.
Tener dos grupos con estas características dentro de la misma especie ha permitido a un equipo de científicos de la Universidad de Oxford y de University College London, con financiación de la Fundación Británica del Corazón, compararlos genéticamente. “Hemos encontrado un gen que es diferente y fundamental para la regeneración del corazón”, explica la Dra. Mathilda Mommersteeg, de Oxford, una de las investigadoras del equipo.
El Astyanax mexicanus no es el único vertebrado con ese talento. El pez cebra, procedente del sudeste asiático, ha dominado hasta ahora las investigaciones en este campo. Pero, tal y como reza el informe, “es difícil identificar nuevos genes regulando la regeneración del corazón (…) si se comparan especies con distintas fisiologías”. Allí radica una de las principales novedades del estudio; es la primera vez que se compara este proceso dentro de una misma especie, lo que facilita aislar los mecanismos clave.
El gen identificado, la otra novedad, solo es uno de los muchos que potencialmente participan en el proceso. El siguiente paso de la investigación, que ya lleva seis años en marcha y cuyos primeros resultados han sido publicados en Cell Reports en noviembre, es descubrir lo que Mommersteeg llama “el gen que controla a los otros genes”. “Cuando lo encontremos, podremos saber qué permite a un pez regenerar el corazón y llevar eso al paciente”. El objetivo último es encontrar una solución al endurecimiento del tejido cardíaco que se produce tras sufrir un infarto y que conduce a una variedad de enfermedades.
Pese a la evidente distancia biológica entre el ser humano y los peces, el equipo investigador y miembros de la comunidad científica se muestran esperanzados con la futura aplicabilidad de estos descubrimientos. “Los mecanismos genéticos que hay detrás de la adaptación de estos peces a condiciones extremas son muy parecidos a los que hay detrás de ciertas enfermedades humanas”, asegura el biólogo Craig Albertson, profesor de la Universidad Massachusetts-Amherst. “Es la punta del iceberg y todavía queda mucho por aprender, pero el estudio nos da un entendimiento profundo sobre estos procesos”.
Más allá de las investigaciones en el terreno cardíaco, la sardina ciega se ha convertido en un pez célebre dentro la comunidad científica especializada por sus múltiples facetas curiosas. Su ceguera y falta de pigmentación, producto de la adaptación biológica a las condiciones extremas de las cuevas, han sido estudiadas por especialistas en la evolución desde hace años, pero una reciente hornada de estudios apunta a nuevas líneas de investigación.
La diabetes y el autismo son dos de ellas. Sobre la primera, científicos de la Universidad de Harvard publicaron recientemente un estudio en la prestigiosa revista Nature, donde sostienen que este pez puede regular el nivel de azúcar en la sangre para sobrevivir a la falta de alimento en las cuevas. Otros investigadores de las universidades de Minnesota y Hawái se han focalizado en el carácter un tanto autista de estos peces. “Son asociales, hiperactivos, tienen déficit de atención (…). Interesantemente, son parecidos a los síntomas del trastorno del espectro autista humano”, reza el informe, publicado en junio por la revista especializada BMC Evolutionary Biology.
“Este pez es un supermodelo para enfermedades humanas”, resume el Dr. Albertson. De hecho, la ciudad de Querétaro (centro de México) acoge cada año una conferencia dedicada al animal. En marzo, expertos de todo el mundo se volverán a reunir allí para discutir los últimos descubrimientos sobre este pez ciego y albino, pero científicamente virtuoso.


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