Una ruta de colores por los pueblos de Segovia en la sierra de Ayllón

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Entre Riaza y Ayllón, en el sureste de la provincia de Segovia, en dirección a Soria, las carreteras secundarias llevan a los viajeros curiosos por un mundo rural hasta hace muy poco abandonado y anclado al pasado. Ahora estos pueblos se han recuperado gracias a los visitantes de fin de semana, en su mayoría madrileños, que han rehabilitado sus casas como segunda residencia. Son básicamente ocho pueblos o aldeas tranquilos, que pueden recorrerse en un solo día porque están muy próximos entre sí y también porque no tienen grandes monumentos que visitar: el atractivo turístico radica sobre todo en sus calles, sus casas, sus colores y su silencio. Los pueblos rojos deben su color a la arenisca ferruginosa, los negros, a la pizarra y los amarillos, a la cuarcita: la geología caprichosa llena de contrastes las faldas y las laderas de la sierra de Ayllón. Para completar la excursión, la zona se presta también al senderismo por hoces, hayedos y bosques ribereños. 

Los pueblos amarillos

Desde Riaza, el camino por la carretera segoviana SG-V-111 nos lleva a Alquité, cabeza de los llamados pueblos amarillos. El color azafranado de sus muros proviene de las cuarcitas empleadas en su construcción. Este es un pueblo asentado a unos 1.280 metros, sobre una ladera en la que se levanta una iglesia, la de San Pedro, un templo románico de una sola nave que conserva todavía una portada románica labrada que es su principal valor. Es tal vez lo único que llama la atención del conjunto rural, junto con una curiosidad que se repite por toda la provincia segoviana: todas las tejas están colocadas a canal, con la cara cóncava hacia arriba sobre una capa de arcilla impermeable. Este estilo de tejar es una de las señas de identidad de la arquitectura tradicional de la provincia, y permitía evitar las goteras al mismo tiempo que garantizaba la estabilidad del tejado. Rodeada de un extenso robledal, Alquité puede servir también para darnos largos paseos por el campo. Por ejemplo, acercarnos hacia la ermita de Hontanares o caminar hacia el pueblo más cercano, Martín Muñoz de Ayllón, por una estrecha carretera local. Martín Muñoz de Ayllón, es otro de los llamados pueblos amarillos. En su día tuvo canteras de pizarra que se utilizaron para construir los tejados del Palacio de La Granja o los suelos de la catedral de Segovia. Aquí también el único edificio sobre saliente es su iglesia, dedicada a de San Martín de Tours, el patrono del lugar.

Los pueblos rojos

Desde Alquité el camino sigue hacia Villacorta, un pueblo de menos de 30 habitantes que se ve desde lejos con un extraño e intenso color rojo, casi sangre, que contrasta con el negro de la pizarra que se utiliza en todas estas villas para los tejados. El pueblo ha sido muy bien rehabilitado tanto en sus fachadas como en las calzadas empedradas, lo que le hace parecer un lugar casi de cuento. El color se debe a las piedras ferruginosas y arcillosas, extraídas de una tierra de la que en otro tiempo se llegó a extraer hierro y pigmentos como el ocre y el almagre. También llaman la atención las puertas y portalones de muchas de sus casas, recuperadas como una seña de identidad. Aquí no hay restaurantes, ni bares, ni tiendas, pero es agradable pasear y el conjunto da mucho juego para hacerse fotos con el fondo de sus casas e inundar nuestro Instagram. Una iglesia y dos ermitas ponen la nota religiosa y tradicional.

Pero el más conocido y representativo de los llamados pueblos rojos de Segovia es Madriguera. Sus habitantes apenas alcanzan la treintena, pero todo el conjunto ha sido muy bien rehabilitado y consigue lucir un encanto muy especial. Las restauraciones han mantenido el cromatismo típico del lugar, de un intenso rojo. Para los visitantes, lo mejor es el pueblo en sí, con sus casas con balcones de madera, sus calles empedradas, su iglesia de San Pedro con una espadaña de piedra roja y el entorno. En las afueras del pueblo se puede ver también un precioso lavadero salvado de la ruina. Los viernes y los fines de semana abre el restaurante familiar La Pizarrera, que ofrece cocina de cercanía con hortalizas de su propio huerto.

Los pueblos negros

Becerril es uno de los pueblos negros que, junto a El Muyo, Serracín o El Negredo, ha empleado la pizarra para proteger tejados y fachadas, y también para pavimentar las calles. Son prácticamente aldeas, sin apenas habitantes, pero rodeadas por muchas rutas de senderismo.

El más importante es El Muyo, que oficialmente no llega a los 15 habitantes. Es uno de esos pueblos casi abandonados que se salvó de desaparecer cuando se fueron reconstruyendo sus casas como residencias de fin de semana por personas que buscan sobre todo tranquilidad y naturaleza. Aquí no hay asfalto y solo la espadaña de su iglesia destaca por encima de las casas de planta baja, y, curiosamente, el techado de este templo no es negro, que es lo habitual, sino de teja roja ya que fue rehabilitada hace unos 60 años. En este caso, sí se puede dormir en el pueblo ya que cuenta con dos casas rurales.

En Becerril también hay una iglesia románica y en sus alrededores existe una importante acebeda, con tejos, serbales y fresnos. En el caso de Serracín solo ha conservado la espadaña de su iglesia, y en los alrededores se pueden encontrar los restos de dos minas de plata, una de carbón y una de pizarra que fueron en otros tiempos su razón de ser. Por último, El Negredo agrupa su caserío en torno a la ermita, mientras que la iglesia principal, románica y con un bonito pórtico renacentista, está en las afueras.

Riaza y su hayedo 

Ubicada al norte de la sierra de Ayllón, Riaza avisa nada más entrar al municipio con un cartel que reza: “El pueblo más sano”. Es mucho presumir, pero lo cierto es que es un pueblo rodeado de un paisaje muy agradable, en las estribaciones de la sierra y rodeado de robledales o parajes como el Hayedo de la Pedrosa, que en otoño es una auténtica maravilla. Riaza está situada en la Cañada Soriana, uno de los ejes de trashumancia más importantes de la Península, y fue siempre un gran centro ganadero y de esquileo. De ahí la importancia de sus casonas o el empaque de su plaza porticada. En sus callejuelas empedradas con soportales de madera y piedra se levantan unas casas de poca altura con balcones de forja. La plaza Mayor, con el Ayuntamiento en primera fila, rodeada por gradas de piedra con su barandilla de forja de hierro, ejerce también de coso taurino dispuesto a llenarse de gente y fiesta, una costumbre que era habitual en varios pueblos y ciudades castellanas. También era en estos soportales donde se celebraban los lunes de mercado, y los bailes y fiestas populares. Detrás de ella se levanta la torre-campanario de la iglesia de Nuestra Señora del Manto, construida en el siglo XIX sobre las ruinas de la anterior.

La excursión más típica desde Riaza es la ermita de Hontanares, donde se celebran las romerías. Hay apenas cinco kilómetros desde el pueblo, y es un lugar muy popular. Para ver buenas vistas, mejor subir desde allí al mirador de Peñas Llanas, donde se divisan unas panorámicas espectaculares. No muy lejos, en Riofrío de Riaza, se puede iniciar una frondosa ruta por la sierra de Ayllón hasta el pueblo manchego de Majaelrayo a través de la bonita reserva natural del Hayedo de la Pedrosa, donde se respira ese aire puro que prometía Riaza a su entrada. Para los amantes del esquí, la SG-112 conduce desde Riofrío hasta la estación de La Pinilla, propiedad del Ayuntamiento de Riaza. Riaza ejerce también de parada y fonda para los veraneantes y para los visitantes de fin de semana con sus restaurantes, hoteles y casas rurales.

Ayllón y las hoces del río Riaza

A un paso de Soria o Guadalajara y a dos de Burgos, Ayllón puede ser el inicio o el final de este recorrido lleno de parajes naturales, cultura y gastronomía. Por aquí han pasado los godos, los musulmanes, contestables como Don Álvaro de Luna, reyes de diversas épocas, personajes ilustres como El Cid e incluso santos, como Francisco de Asís o Teresa de Jesús.

Ayllón es una de esas villas castellanas, armoniosas y llenas de rincones con encanto, con las alturas del Sistema Central como telón de fondo. A la villa se accede a través de un puente romano de piedra y de un arco medieval que dan la bienvenida para llegar a la plaza Mayor, irregular, flanqueada con soportales de piedra, una iglesia románica y un palacio del siglo XVII que alberga el Ayuntamiento. Paseando por el pueblo nos encontraremos con otras iglesias y otros palacios, como el de los Contreras, con fachada gótico-isabelinas, o el palacio del Obispo Vellosillo, de finales del siglo XVI, que en la actualidad es la sede del Museo de Arte Contemporáneo y la biblioteca Municipal. Aunque el más destacado de estos edificios señoriales es la Casa del Águila, con un magnífico muro de armas.

De época árabe solo quedan algunos lienzos de la muralla de tapial, a los que se les conoce como Los Paredones, y una torre vigía, La Martina, que se ha convertido en el emblema del pueblo.

Y aún nos queda por ver el antiguo monasterio de San Francisco, en las afueras del pueblo, donde pernoctó Santa Teresa y hoy funciona como hotel. Ayllón es también una buena parada para comer o descansar y desde allí organizarse las visitas o los paseos por la naturaleza.

No muy lejos, a unos 35 kilómetros al noreste, esperan las hoces del río Riaza. Este parque natural es famoso por su gran colonia de buitres leonados y también por sus rutas para el senderismo, que aseguran además paisajes de lo más fotogénicos. Entre todas, las más popular es la Senda del Río, un trazado lineal que recorre los puntos más representativos y espectaculares de la zona.

Una de las entradas a las hoces es el pueblo de Maderuelo, uno de los pueblos más bonitos de la zona, lleno de encanto medieval. Callejuelas empedradas, edificios históricos, mucha arquitectura popular y hasta una vieja muralla medieval que da acceso a través de un arco de la villa, y que encierra dos calles principales y algunos monumentos como la ermita de San Miguel, la iglesia de Santa María del Castillo y los miradores naturales desde los que se otea el gran embalse de Linares. Pero la joya de Maderuelo es la ermita de la Vera Cruz, una sencilla ermita templaria, construida sobre una anterior iglesia visigótica, que conservaba uno de los mejores conjuntos de frescos románicos castellanos, hoy en el Museo del Prado tras la expropiación en 1950 para la construcción del embalse. Actualmente vacía, sigue siendo un tesoro para los escasos habitantes de Maderuelo.

Asomados a las hoces del Duratón

Un desvío hacia Sepúlveda conduce al parque natural de las Hoces del Duratón, que lleva años siendo una de las escapadas de fin de semana preferidas por los residentes en Madrid. Hay quienes prefieren recorrerlas en piragua, contemplando desde abajo las tremendas paredes verticales en las que anidan los buitres leonados; y hay quienes se acercan desde arriba para asomarse a sus profundidades. Los que desean conocer las hoces de pleno y sin preámbulos deben acudir por el camino largo hasta Villaseca, ignorando las señales que dirigen al río, y desde allí seguir una pista forestal de cuatro kilómetros. Desde el aparcamiento, hay que recorrer a pie un kilómetro por la Senda de San Frutos, para disfrutar de un entorno donde sobrevuelan los buitres. Pero ningún mirador puede compararse con los que preceden al priorato de San Frutos—los mejores miradores están a unos cientos de metros antes de llegar a la ermita—. El río Duratón impresiona siempre: los buitres sobrevuelan este río de cauce mucho más grande de lo esperado y de curso serpenteante.

Al llegar al final del sendero, una serie de tumbas antropomorfas junto a la ermita forman una necrópolis sobre la roca, con todas las cabezas orientadas al oeste, mirando al ocaso, donde se supone que se dirigía el difunto. Al atardecer, el sol ilumina los riscos y se oculta detrás del templo, dejándonos una imagen magnífica.

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