Una salida laboral a través del reciclaje


Consiguió el trabajo de su vida en la cárcel. El sevillano de 36 años Francisco Javier Aguilera Paco encontró el empleo en el que lleva seis años cuando pagaba una pena de nueve meses. Ecoembes puso en marcha un programa para fomentar la separación de residuos e impartir formación en centros penitenciarios en 2014. Después de 300 horas de clases, 80 de prácticas y varios años de experiencia, Paco controla los hornos de fundición de plástico en la planta recicladora de Sevilla Condaplast. “Nos dieron una charla cuando estaba preso y me interesó, sentí curiosidad. Me di cuenta de que a la basura se le podía sacar provecho”, afirma. El proyecto que Ecoembes inició en cárceles y centros de inserción social se ha ampliado a otros colectivos como las victimas de violencia machista o los parados de larga duración gracias a una alianza que firmaron con Fundación La Caixa en 2017. Bajo el nombre Reciclar para cambiar vidas, han formado y facilitado trabajo a 866 personas con un futuro más complicado que su pasado.

Paco comenzó como separador de plásticos en Condaplast, la planta a siete kilómetros de su casa de Sevilla que convierte algunos residuos del cubo amarillo en bolsas de basura. “Me pegué tres o cuatro años en ese puesto. Ahora cambio los filtros de los hornos y manejo los parámetros desde una pantalla para sacar cada hora 1.000 kilos de granza, esas lentejitas que luego se convierten en bobinas de plástico”, explica. “Mi progreso ha sido bastante satisfactorio”, califica este padre de una niña de 12 años, que alterna jornadas de ocho horas por la mañana, la tarde o la noche.

Los trabajos por turnos son puñeteros. O se madruga mucho a cambio de tener la tarde libre o uno se la pasa durmiendo pero se le va el día en el trabajo o en el noctuno se disfruta de la paz de la noche a cambio de llegar a casa cuando comienzan a bajar los perros con sus dueños. Paco vacila un poco pero se decanta por el de mañana (de 6 a 14). “Te levantas a las 5 pero se pasa el día en nada. No te has dado cuenta, llegan las 12 y ya solo te quedan dos horas para salir”, cuenta.

De la misma opinión es el alicantino de 30 años Ramiro Silvestre, que maneja el torito en la zona de separación de materiales de una planta recicladora de Elda (Alicante) de unos 40 empleados. Ramiro, al igual que Paco, accedió a su trabajo gracias a la formación y las posteriores prácticas en una empresa de tratamiento de residuos. Hasta su inclusión en el programa, este padre de cuatro hijos había intercalado trabajos temporales de baja cualificación con ayudas sociales. Ha trabajado de manera eventual en el campo, ha fabricado esqueletos de sofás, de colchones. En el sector del calzado, una industria muy potente en la zona. “Lo que iba saliendo”, resume. “Ahora sí tengo un trabajo estable”, reconoce.

El reciclaje ofrece nuevas oportunidades

Paco, que reconoce con la importancia justa que se le da bien su trabajo, resume el cambio de escenario que ha vivido en los últimos años: “Me atrajo el reciclaje, me produjo curiosidad. Vi un futuro. Ahora tengo una vida legal y un sueldo bueno”. Este sevillano que suele pasar los fines de semana libres con su familia en una “parcelita” que tiene su primo cobra entre 1.100 y 1.200 euros; el salario fluctúa en función de algunos pluses como el de nocturnidad. Condeplast funciona 24/7, como dicen en los países anglosajones. “Claro que he tenido que renunciar a salir. Pero me compensaba más esto. Me cogió en una edad en la que tenía que luchar ya por algo, sacrificarme”, explica este empleado indefinido.

Es la misma situación contractual de la que goza Ramiro. Tras finalizar el contrato inicial de un año le hicieron fijo en Reciclajes Elda. Este hombre familiar vive junto a su mujer y sus cuatro hijos de 13, 11, 7 y 4 años en Villena, un pueblo alicantino de 34.000 habitantes en la frontera con Albacete y Murcia. “Ahora tenemos menos agobios”, resume este mozo de almacén que conoció el proyecto Reciclar para cambiar vidas a través de los servicios sociales. “Me apuntaba a todo. La formación siempre es buena”, afirma Ramiro, que ha pasado por varios puestos dentro de la planta. Primero trabajaba en la prensa que separa, corta y tritura residuos del contenedor azul (papel y cartón). Ahora clasifica plástico en otra zona de la nave. Percibe alrededor de 1.000 euros por una jornada de ocho horas en horario de mañana o de tarde.

Reciclar para cambiar vidas ha creado 230 empleos verdes para jóvenes en garantía social, parados con difícil salida, víctimas de violencia machista o exinternos de centros penitenciarios en lo que va de año a pesar de la covid. Cuentan con la colaboración de 36 empresas del sector del reciclaje. Una de ellas es el Grupo Defesa, que posee cinco plantas en la Comunidad de Madrid y Castilla-La Mancha. Borja Fernández es su director adjunto: “De una cincuentena de empleados que forman Defesa Madrid, tres proceden del programa de inserción laboral”, precisa. Fernández describe el papel inicial de las empresas asociadas: “Tienen el conocimiento teórico y las prácticas les dan otro punto de vista. Entienden el porqué de muchas cosas”. El trabajo que realizan consiste en cribar, separar y seleccionar residuos, en su mayoría papel y cartón.

Ramiro aspira a obtener el permiso con el que manejar una retroexcavadora, más grande y pesada que el torito o el manitou, otro vehículo con el que manipula los residuos. “Me han ido formando con el tiempo. Aquí no te atascas”, afirma. Paco piensa que aún necesita un poco más de tiempo para convertirse en encargado. “Tiene mucha responsabilidad. Pero no te digo que no”, dice este operario, que cuando han faltado compañeros en otras secciones siempre han tirado de él.


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