Cobra Kai lo tenía todo para engrosar la lista de tropiezos auspiciados por la atracción de la nostalgia. Se estrenó en 2018 en YouTube Premium y es hija indudable de la peak tv, esa era televisiva, que llega hasta la actualidad, en la que hasta PlayStation y Facebook se lanzaron (sin éxito) a producir ficción y donde cualquier gancho es buen motivo para desarrollar una historia. El título con el que YouTube intentó (sin éxito) llegar con sus series al gran público era una continuación, 34 años después, de Karate Kid con dos de sus actores protagonistas. Como era de esperar, a excepción de algunos críticos, que aplaudieron la creación, prácticamente nadie prestó atención a la serie… hasta que llegó Netflix. Sus dos primeras temporadas, ya vistas en YouTube (o mejor dicho, apenas vistas), se convirtieron en un fenómeno casi instantáneo en Netflix. La tercera entrega, que había sido producida para YouTube antes de que Google decidiera abandonar su efímera apuesta por la ficción, se estrenó en Netflix el primer día de 2021 y ya se ha encargado una cuarta entrega en la que se podrá comprobar si el previsible aumento de presupuesto empieza a notarse en pantalla.
Cobra Kai es una producción modesta, pero muy inteligente. Ha sabido sacar partido a los ingredientes que heredó de la historia original y adaptarlos al público actual para moverse con equilibrio entre la generación X que vio la película en su momento y la generación Z de los nuevos espectadores y el reparto joven de la serie. Mientras que la historia original partía del enfrentamiento entre Danny LaRusso (Ralph Macchio), entrenado por el pintoresco señor Miyagi (Pat Morita, “dar cera, pulir cera”), y el matón de instituto Johnny Lawrence (William Zabka), con la épica victoria del primero en un torneo de kárate con la famosa patada de la grulla, el foco de la serie y las simpatías del espectador cambian.
Johnny ahora es un cincuentón que lleva toda su vida en horas bajas y que todavía arrastra las consecuencias de aquella derrota y de las enseñanzas de un senséi (John Kreese, personaje que también regresa en la serie) que formaba a sus alumnos en la ausencia de compasión. Johnny intentará encontrar la redención enseñando kárate a su joven vecino Miguel y a otro puñado de perdedores. Mientras, su hijo y otros pocos chicos seguirán las enseñanzas de Danny LaRusso —exitoso hombre de negocios y con una apacible vida familiar— en el Miyagi-Do Karate con una filosofía de lucha bien diferente.
Funciona muy bien la combinación de dramedia adolescente, mirada nostálgica (prácticamente no hay capítulo en el que no se intercalen imágenes de la trilogía original), artes marciales y comedia, aprovechando muy bien la vis cómica de William Zabka y ese punto acabado, ingenuo, políticamente incorrecto y entrañable que da a Johnny. Por supuesto, no todo es perfecto, y la serie fluye mejor cuanto más se centra en el kárate, en la comedia y en el tira y afloja entre LaRusso y Lawrence, y peor cuanto más dramática y profunda se pone la cosa. La tercera temporada, que va in crescendo, está a punto de hacerse bola cuando se olvida de una de sus mejores virtudes, no tomarse demasiado en serio a sí misma. Afortunadamente, logra no perder su alma y no olvidarse del cariño que los responsables de la serie, Josh Heald, Jon Hurwitz y Hayden Schlossberg, tienen a los personajes. Los capítulos con una extensión que ronda la media hora también ayudan a aligerar cuando están en riesgo de pasarse de intensidad.
Pero ante todo, de Cobra Kai engancha el encanto de la sencillez y la honestidad. Sabe lo que es, conoce sus limitaciones y también sus virtudes, y saca el mayor partido posible de ellas sin necesidad de grandes fuegos artificiales. Porque hubo un tiempo en el que todo era más sencillo. Da cera y pule cera. El resto viene solo.
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