El Mundial de Qatar, futbolísticamente hablando, ha servido, entre otras cosas, para dejar patente que a este deporte se puede jugar de muchas maneras y todas, o casi todas, resultan válidas. España ha sido el gran ejemplo de que a base de tocar, tocar, tocar y tocar no basta. Unai Simón ha regresado a Lezama siendo prácticamente el único portero de todo el campeonato al que sus defensas le han puesto en mil y un apuros con cesiones constantes para que él inicie jugada con el balón en los pies.
Argentina y Francia, las dos finalistas, apuestan por un fútbol más práctico. Ambas tienen, claro está, jugadores desequilibrantes en sus filas. Con decir Messi y Mbappé está todo dicho.
Scaloni y Deschamps, pese a todo, basan su apuesta a ras de césped en conceptos más prácticos, menos arriesgados. Ambos disponen de defensas y centros de campos sólidos y de artillería pesada en ataque. Algún día habrá que valorar también en su justa medida sistemas de contención como los puestos en práctica en esta Copa del Mundo por selecciones en teoría más modestas como Marruecos o Japón.
Diferencia de bien a bonito
La diferencia entre jugar bien o bonito al fútbol ya le explicó recientemente, de forma clara y sencilla además, el actual entrenador del Burgos. Julián Calero sabía lo que hacía y decía en el momento de exponer públicamente su visión de la jugada. El tiki-taka de Guardiola, cierto es, resulta espectacular, pero hay que ver con qué futbolistas cuenta el técnico catalán, cuánto invierte en fichajes temporada tras temporada y cuántas veces ha ganado la Champions, por ejemplo.
En Argentina criticaron duramente la elección de Scaloni para seleccionador y ahí está la Albiceleste. Tras ganar la Copa América ahora aspira al Mundial. El ex jugador de Dépor y Mallorca, por cierto, tiene como ayudantes a Aimar, Samuel y Ayala, entre otros. En Lezama, curiosamente, se prescinde poco a poco de los antiguos leones. Curioso.