Vacunas, mentiras y esperanza

Vacunas, mentiras y esperanza

La vacunación en América Latina no solo enfrenta dificultades logísticas, económicas y sociales. También el escepticismo de una parte importante de la gente que, expuesta a la desinformación, ve en el secretismo de las negociaciones una razón más para desconfiar.

Por Fabiola Chambi*

Con gritos de ¡libertad, libertad, libertad! un grupo autodenominado Acción Humanista Revolucionaria quemó cubrebocas en una plaza pública de Cochabamba, Bolivia, a inicios del mes pasado. Afirmaban que como hijos de Dios eran “resistentes a cualquier mal” y que buscaban con ese acto la “emancipación hacia el aire puro y su rechazo al nuevo orden mundial”. Algunos espectadores reaccionaban escandalizados; otros en cambio, murmuraban: ¿será cierto?

Actitudes como esa han proliferado desde que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia en marzo de 2020.

Aferrados a la religión, contrarios a la ciencia, promotores de beneficios comerciales o simplemente desinformados, muchos alrededor del mundo cuestionan todo lo relacionado con el fenómeno.

Algunos incluso alegan teorías conspiracionistas que sostienen que todo en realidad es un plan de una élite destinada a controlar a la población mundial y a consolidar la esclavitud de la humanidad. Por supuesto no se trata de algo nuevo: históricamente muchos grupos han puesto en duda el valor del conocimiento, lo que ahora, con las redes sociales como aliadas, ha tenido muchísima más divulgación alrededor del mundo.

Por eso a muchos no los sorprende que ahora, con la llegada de las vacunas, esas posturas extremistas hayan hecho que la esperanza y la reticencia se midan en un pulso a muerte. Y eso ha sucedido, irónicamente, justo cuando la ciencia ha sorprendido con la rapidez con la que varios países elaboraron fármacos de alta confiabilidad, en pleno proceso de inmunización y disputa por los mismos a nivel mundial.


Esa reticencia de muchos a aplicarse la vacuna no es un tema menor, y podría llevar al fracaso los esfuerzos por superar la pandemia. Tanto es así, que la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2019, la definió como “la tardanza en aceptar vacunas seguras o el rechazo a dichas vacunas pese a la disponibilidad de los servicios” y la incluyó entre las 10 principales amenazas para la salud global. Sin embargo, la OMS explica que este fenómeno es complejo porque depende del contexto, el lugar y el tipo de vacuna, mientras también inciden la desinformación, la complacencia, la comodidad y la desconfianza.

El fenómeno tiene varias vertientes, unas más preocupantes que otras. Entre las peores está la desinformación según la cual las vacunas encierran objetivos oscuros, como inocular un chip 5G controlado por Bill Gates, o teorías aún más delirantes. Se trata de tendencias muy perturbadoras, porque pertenecen a un imaginario muy difícil de contrarrestar, a lo que se suma que los gobiernos no han hecho suficientes esfuerzos por lograrlo.

Otras son dudas más normales y no se alimentan de teorías extremistas, sino de preguntas racionales:

¿Será segura la vacuna?

¿Tendrá efectos contrarios?

¿Cuál vacuna es mejor?

¿Hay intereses políticos?

En Colombia, según la encuesta mensual de Pulso Social del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), cuatro de cada 10 personas expresaron su negativa a vacunarse contra la covid-19. En Perú, un estudio realizado en enero por Ipsos para el diario El Comercio de Lima, mostró que el rechazo a las vacunas pasó del 22 por ciento al 48 por ciento en cinco meses, con argumentos de temor a posibles efectos secundarios (52 por ciento) y su desarrollo acelerado en los laboratorios (30 por ciento).

A esas dudas contribuyen factores mucho más concretos, como la extrema rapidez del proceso de desarrollo de las vacunas, el secretismo de los contratos firmados por los gobiernos con las farmacéuticas y la sospecha de que detrás de la selección de una u otra marca hay intereses económicos y hasta de afinidad política.

Por eso hay quienes están dispuestos a ser inmunizados, pero tienen dudas sobre algunas vacunas en específico debido a su procedencia. Por ejemplo, la rusa Sputnik V surgió en medio de muchas sombras desde que fue la primera anunciada a nivel mundial, incluso antes de que comenzaran los ensayos clínicos. Muchos decían que el presidente Vladimir Putin había obligado a los investigadores a sacar su vacuna antes que nadie por un tema de orgullo nacionalista. Hasta el nombre utilizado, el mismo del primer satélite artificial, evocaba la ventaja de la Unión Soviética en la carrera espacial de los años sesenta. Por todo ello, la mitad de los rusos se mostraban escépticos, según registró el medio estadounidense Daily Beast.

“La vacuna rusa parece no ser muy efectiva como la norteamericana o la de Oxford, además la negociación con el gobierno no me da mucha confianza (…) Que los políticos se hagan vacunar primero”, asegura Jorge Veizaga, un ciudadano boliviano.

Sin embargo la semana pasada se conoció que alcanzó una eficacia del 92 por ciento en una prueba independiente, aunque ya habían empezado a aplicarla sin este respaldo en 16 países, como Argentina, Bolivia, Paraguay y Venezuela.

Esa desconfianza ante las vacunas, surgidas como la esperanza y el producto más preciado del mercado global, se ve impulsada aún más por un velo de opacidad que da lugar a mayores cuestionamientos sobre la validación científica o el interés político. Y lo hace justo cuando el mundo enfrenta una segunda ola de contagios con la devastadora cifra de 2,2 millones de vidas perdidas a causa de la pandemia

La población reclama mayor transparencia e información, pero en varios casos la respuesta se reduce a las “cláusulas de confidencialidad” o los “límites de responsabilidad de los laboratorios”. Pero en el aire quedan las sospechas, expresadas por algunos medios, de que detrás del precio que un país en desarrollo paga por la vacuna están intereses ajenos a la salud, como la concesión de contratos para infraestructura, etcétera.

Por otro lado, los intereses de las gigantes farmacéuticas siguen causando escozor, en la medida en que muchos ven sus esfuerzos no como una batalla por el bien de la humanidad, sino como el negocio del siglo. Por eso crece el debate sobre el derecho de propiedad intelectual de las vacunas y la posibilidad de que se conviertan en un bien público global para evitar el monopolio de las empresas. En este camino, la biotecnológica Moderna anunció en 2020 que “durante la pandemia” no haría cumplir los derechos de patente relacionados con su vacuna para la covid-19, incluso que otorgaría licencias cuando la pandemia haya terminado. Una decisión vista con buenos ojos en la procura de un acceso equitativo a los tratamientos.

Citado por la cadena estadounidense CNBC, Elias Mossailos profesor de política sanitaria en la London School of Economics y representante de Grecia ante las organizaciones internacionales, asegura: “Si empresas como Pfizer, Moderna y AstraZeneca pueden producir todas las vacunas necesarias por sí mismas y satisfacer la demanda, entonces no hay problema. Pero si no pueden producir los miles de millones de vacunas necesarias a tiempo, entonces podría recibir un pago adicional para otorgar los derechos de propiedad intelectual y compartir la producción de las vacunas con otras empresas”.

Sin embargo Santiago Cornejo, director del mecanismo COVAX para Latinoamérica, considera que mucho más importante que la propiedad intelectual es la transferencia de tecnología para responder al desafío de producir la mayor cantidad de dosis en el menor tiempo. “Hoy por hoy, la barrera número uno en el acceso equitativo a la vacuna es la capacidad de producción”, le dijo a CONNECTAS.

América Latina, donde la inmunización avanza a diferentes ritmos, enfrenta también problemas como el traslado y conservación de las vacunas, la insuficiencia de las dosis, el plan de distribución, las medidas alternativas para frenar el repunte de contagios y una población que tiene poca confianza en las acciones de sus gobiernos.

Según el doctor Marco Tulio Medina, exdecano de la Universidad Nacional de Honduras e investigador del Estudio Solidaridad de la OMS, “muchos países no están respondiendo a la reticencia y desinformación con una campaña de información adecuada. Se debe entender que la transparencia también está en la adquisición y la manera en que se decide aplicar la vacuna más allá del poder económico o de influencia política”.

Otro tema tiene que ver con la imposibilidad de obligar a las personas a vacunarse, por las implicaciones legales y hasta morales que ello comporta. De ahí la necesidad de que los gobiernos asuman en una forma más agresiva la necesidad de convencer a sus habitantes de que cada uno asume una responsabilidad colectiva, porque si la negativa a recibirla es mayor, el país no lograría la efectividad de la inmunización.

Aún es muy temprano para saber hasta qué punto derrotarán a la pandemia todos esos factores combinados: unas vacunas efectivas y seguras de acceso universal, una población comprometida y unos gobiernos dispuestos a todo para lograrlo. Un dato global lleva al optimismo: Una encuesta de IPSOS para el Word Economic Forum devela que a nivel mundial el 74 por ciento de la población está de acuerdo en recibir la vacuna frente al 26 por ciento que se niega.

En todo caso, la lógica apunta a pensar que un carnet de vacunación covid-19 podría ser la llave maestra para acceder a todos los lugares que por tanto tiempo permanecieron cerrados. Para regresar, algún día no muy lejano, a la vida como siempre la conocimos.


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*Fabiola Chambi es miembro de la mesa editorial de CONNECTAS




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