Vencer al bolsonarismo va a ser mucho más difícil de lo que imaginábamos

Vencer al bolsonarismo va a ser mucho más difícil de lo que imaginábamos

En 2018 pensábamos que Bolsonaro no podía ganar las elecciones. Las ganó. Nos equivocamos. En 2022 pensábamos que el bolsonarismo se había debilitado. Volvió fuerte y resistente. Nos equivocamos de nuevo. El hecho es que no queremos entender una realidad que se empeña en imponerse: el bolsonarismo ha echado raíces en Brasil, viene para quedarse y representa a millones de brasileños, sus deseos, sus miedos, sus esperanzas. Si queremos dejar de equivocarnos tenemos que asimilar esto. Hay que empezar a juzgar e interpretar el bolsonarismo como lo que es, una radiografía de gran parcela de la sociedad brasileña, conservadora y, sí, muchas veces reaccionaria.

Tenemos que asimilar, además, otra cosa, que el bolsonarismo es mayor que Bolsonaro, va más a allá. Eso, anoche, quedó clarísimo y fue una bofetada en la cara de las izquierdas brasileñas que siguen sin entender la fuerza de su oponente porque piensan que sólo el lulismo tiene penetración y alcance sociales. El partido de Bolsonaro, el Partido Liberal, el PL, ganó la mayor base parlamentaria de todas, 99 diputados. El Partido de los Trabajadores, el PT, consiguió 79. De los 27 senadores que se votaban este domingo, el PL consiguió ocho; el PT, cuatro. Brasil se enfrenta a un Congreso conservador que va a impedir el avance de cualquier pauta de derechos humanos, lo que significa que muchas más mujeres sufrirán violencia sexual o que muchos más LGBTS van a ser asesinados porque en un país como Brasil, el conservadurismo se traduce en violencia.

¿Y qué decir de las elecciones a los gobernadores de los estados? Más de lo mismo. En los mayores estados del país, representantes o aliados del bolsonarismo se destacaron. En Río de Janeiro y Minas Gerais ganaron en la primera vuelta; en São Paulo, Tarcísio de Freitas, exministro de Bolsonaro, irá a la segunda vuelta con Fernando Haddad, exministro de Lula, pero parte como claro favorito. Es posible que, de los cuatro estados más importantes de la federación, el bolsonarismo se quede con tres y el PT sólo se quede con uno, Bahía, que será definida también en la segunda vuelta.

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El bolsonarismo está muy vivo. Está muy vivo tanto en lo que podríamos denominar un bolsonarismo adaptativo, más moderado, menos radical, como es el caso de los gobernadores, que son una versión mucho más light de Bolsonaro y que incluso han llegado a distanciarse de él cuando les interesaba. Pero también está muy vivo un bolsonarismo más histérico, más delirante, como en el caso de figuras folclóricas del bolsonarismo moralista más radical como la exministra de Bolsonaro Damares Alves, una evangélica fundamentalista que ha sido elegida senadora con gran número de votos.

La segunda vuelta va a ser una cosa de locos. Lula parte como favorito, con 48,4% de los votos frente a 43,2% de Bolsonaro. Lula va a tener que esforzarse mucho y dar lo mejor de sí, sacar a las calles a una militancia que ayer estaba chafadísima y formar un enorme arco de alianzas con la mayor cantidad de líderes posible. Y ni siquiera esto le asegura la victoria. La realidad es que el bolsonarismo ha ocupado el lugar de una derecha tradicional, mucho más moderada y civilizada que ha desaparecido, sobre todo víctima de sus propios errores, guerras internas y luchas de egos masculinos. Se confirma algo que ya sabemos hace mucho tiempo, sin una derecha moderada, competitiva y democrática, la ultraderecha campa a sus anchas. Imaginemos, incluso, que Lula gana las elecciones. No va a tener una legislatura nada fácil porque le tocará enfrentarse a grupos bolsonaristas en el Congreso que le harán la vida imposible.

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En fin, la verdad es que continuamos perplejos ante el avance de la ultraderecha mundial. No queremos entender que lo que ellos significan esté tan impregnado en la sociedad, pero lo está. Hay que bajar más a la calle, hay es que escuchar más. Si queremos enfrentar el retroceso tenemos que entender que el retroceso es mucho mayor de lo que suponíamos y, sí, mucha gente está feliz con ello. La ultraderecha significa mucho más de lo que nos gustaría.


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