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Venezuela, ¿primer episodio de la nueva Guerra Fría?



¿Es Venezuela la nueva Cuba? En lo que se refiere a las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Rusia, hay muchas semejanzas. A medida que el país caribeño se aproxima a un posible choque civil de imprevisibles consecuencias, crece la tensión entre las dos potencias. Cruce de acusaciones, amenazas, injerencias en la política nacional, conspiraciones con la cúpula militar… Moscú y Washington reeditan en un territorio familiar la rivalidad entre ambas que marcó la Guerra Fría. Mientras el Gobierno de Vladímir Putin apoya al actual presidente Nicolás Maduro, al que ha enviado ayuda militar y económica para sujetar una economía de cuya descomposición es el principal responsable, la Administración Trump defiende los intentos del presidente encargado Juan Guaidó para desalojar del poder a Maduro y ahoga al régimen con el boicot del petróleo venezolano, sin descartar la posibilidad de tomar medidas adicionales. Mientras, la población languidece en la peor crisis humanitaria de la reciente historia del subcontinente americano.
Quizás sea John Bolton, el asesor estadounidense para la Seguridad Nacional, quien más claramente haya expresado su preocupación por la presencia rusa en Latinoamérica y manifestado que todas las opciones para derrocar a Maduro, incluida la militar, están sobre la mesa. En The New Yorker, Dexter Filkins escribe un extenso perfil sobre el que es sin duda el mayor halcón de la Administración Trump. El propio presidente tuvo sus reservas antes de contratarlo y a modo de explicación bromeó: “John quiere bombardear a todo el mundo”. El veterano Bolton, cuenta Filkins, es un tipo de origen humilde, hecho a sí mismo y despreciado por las élites liberales que compartían clase con él en la Universidad de Yale, donde estuvo becado. Una experiencia que le reafirmó en su combate por la causa conservadora e hizo de él un exaltado patriota.
Con una larga trayectoria en las administraciones republicanas, desde Nixon a Bush hijo, Bolton reivindica que la Doctrina Monroe está más viva que nunca: “América para los americanos”. Entonces, en 1823, esta estableció que cualquier intervención de los europeos en América sería vista como un acto de agresión que requería la intervención de Estados Unidos. La intervención rusa en Venezuela requiere por tanto de una respuesta. Y no necesariamente de una consensuada internacional.
Bolton, fácilmente identificable por su frondoso bigote, coincide con su jefe en desdeñar la arquitectura de tratados y alianzas surgida tras la II Guerra Mundial. Cifra en 20.000 los cubanos que hay en Venezuela a las órdenes de Moscú y en unos 100 los soldados rusos y mercenarios dispuestos a asegurar que Maduro se perpetúa en el poder. “Para sacar a los rusos hay que cambiar el régimen”, asegura con firmeza. Este neoconservador ha conseguido liderar en Washington la causa contra la presencia de Putin en Venezuela, pese a los lazos que unen a su jefe con el mandatario, aún bajo investigación. Bolton acusa a Maduro de formar junto con Cuba y Nicaragua, “la troika de la tiranía en el hemisferio occidental”.
Pero en Latinoamérica, con una violenta historia relacionada en parte con las acciones militares de EE UU en la región, esta declaración despierta tremendos recelos. Y probablemente haga un flaco favor a Guaidó, reconocido por la Unión Europea, Canadá y la mayoría de países latinoamericanos (salvo México, Bolivia y Cuba), en su afán por legitimar la causa de la oposición al régimen, defendida con protestas masivas en las calles de las principales ciudades venezolanas pese a la represión militar afín a Maduro. Y mientras Washington y Moscú mantienen su pulso, el resto del mundo asiste angustiado a la posibilidad de que estalle el enfrentamiento civil. Como en los viejos tiempos.
Viejos tiempos que los nuevos millenials socialistas de los que tanto se ha escrito últimamente solo conocen por la literatura, el cine o las series de televisión. A ellos, concretamente a los simpatizantes con movimiento Hands Off Venezuela se dirige la cómica y columnista del New York Times, Joanna Hausmann, partidaria de encontrar una salida negociada al conflicto. Su mensaje: los derechos humanos han de estar por encima de la ideología. Los datos sobre el drama venezolano son en ese sentido incontestables: Según el Banco Mundial, el PIB de Venezuela caerá un 25% este año tras acumular un retroceso del 60% desde 2013, el índice de pobreza es del 90% y la tasa de inflación alcanza ya el 10.000.000% (o lo que es lo mismo; cada día los precios aumentan un 280%). Unicef calcula que 3,2 millones de niños dentro del país necesitan ayuda humanitaria por malnutrición y enfermedades. Al igual que el millón de niños que han abandonado el país junto a tres millones de adultos en un éxodo de población comparable al del conflicto sirio. Joe McCarthty y Erica Sánchez recogen estos y más datos en la revista y publicación activista Global Citizen.
Pero la retórica belicista de Bolton va más allá de Venezuela. Experto en acumular, y si es necesario fabricar, pruebas para justificar ataques como la invasión de Irak en 2003, Bolton es uno de los más firmes partidarios de declarar la guerra a Irán dentro de la Administración Trump. Es de hecho una de sus obsesiones desde hace años. El que sería el sueño del principal aliado estadounidense en la zona, Arabia Saudí, pues debilitaría a su máximo rival en la región, es una locura de propuesta para muchos, incluidos los partidarios republicanos. Así lo considera Jacob Heilbrunn en la edición estadounidense de la revista conservadora The Spectator, quien advierte de las devastadoras consecuencias de semejante conflicto. Pese a que en su campaña electoral Trump prometió no embarcarse en más guerras en Oriente Medio y ha retirado a las tropas de Siria, tanto Arabia Saudí como Israel son partidarios de forzar con una acción militar un cambio de régimen en Irán. Y la idea gana terreno en la Casa Blanca.
Pero para Joseph Stiglitz el belicoso y aislacionista discurso de Trump dejará un legado oscuro. “Identificar qué es lo peor del Gobierno de Trump no es fácil”, dice el premio Nobel en un reciente artículo publicado por Project Syndicate. Y enumera: su espantosa política de inmigración, su misoginia, vulgaridad y crueldad… Que haga la vista gorda a supremacistas blancos, se retire del acuerdo de París y del acuerdo nuclear con Irán, del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, su desprecio al medioambiente, la salud o los acuerdos internacionales… La lista es demoledora. Pero, para el profesor, lo más preocupante es el daño que ha hecho a las instituciones por culpa de su “egoísmo y egolatría desenfrenados”. Cita la obra de Smith La Riqueza de las naciones de finales del siglo XVIII. De la que surgió la convicción de que solo con instituciones de gobernanza basadas en el Estado de derecho y un sistema de controles y contrapesos, sostenidos por valores fundacionales como la libertad individual y la justicia universal, se producen decisiones acertadas y justas. “Pero el ataque que Trump y su Gobierno han emprendido contra cada uno de los pilares de la sociedad estadounidense, y su especialmente agresiva demonización de las instituciones del país dedicadas a la búsqueda de la verdad, pone en riesgo la continuidad de la prosperidad de Estados Unidos y su capacidad misma de funcionar como una democracia”. Y concluye: “Está surgiendo ante nuestros ojos una distopía que antes solo imaginaron los escritores de ciencia ficción. Da escalofríos pensar quién es el ganador en este mundo, y en quién o en qué puede convertirse en el mero intento de sobrevivir”.
También crítico con la laxitud de algunos responsables políticos a la hora de condenar manifestaciones xenófobas como el supremacismo blanco que Trump consiente se muestra Chris Patten. El que fuera el último gobernador de Hong Kong y es actual rector de la Universidad de Oxford pide a los políticos de Europa y Estados Unidos que eviten fomentar el populismo de corte nacionalista. Y les advierte de que, aunque este discurso les pueda beneficiar puntualmente en las elecciones, corren el riesgo de que se convierta en una forma violenta de las políticas identitarias. Para Patten, el ataque por parte de extremistas islamistas contra varias iglesias y hoteles en Sri Lanka, que acabó con la vida de 250 personas, o el perpetrado por un supremacista blanco australiano contra dos mezquitas en la localidad neozelandesa de Christchurch, son terribles ejemplos de la forma violenta que pueden adquirir las políticas ultranacionalistas.
Y se pregunta: ¿cuál es el resultado de los ataques verbales de Trump a los mexicanos? ¿Y de los de Salvini a los inmigrantes? ¿Cómo responder a los ataques de la extrema derecha a los musulmanes en Europa o de la extrema izquierda a los judíos en el Reino Unido? Y luego advierte del peligro de la deriva ultranacionalista de los conservadores británicos, representados por Nigel Farage, que supone, afirma, una amenaza para el propio marco constitucional del país.


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