Los recuerdos humanos son algo muy vivo, y se forjan en el momento presente. No son una memoria fija que el cerebro se limita a conservar en sus archivos para cuando sea necesario acudir a ellos. Veronica O’Keane llegó a esa conclusión, que dio la vuelta a todo lo que había aprendido en años de estudio de psiquiatría, medicina o neurología, después de una intensa conversación con una de sus pacientes. Víctima de una psicosis posparto, la enferma estuvo convencida durante un tiempo de que su recién nacido había muerto. A través de la ventanilla del coche que la llevaba a una institución mental, donde estuvo ingresada unas semanas, pudo ver incluso la tumba del bebé en un cementerio. Superado el trastorno, y consciente de que nada de lo imaginado había sido real, volvió a ver un día la lápida y le invadió una sensación de terror: “Los recuerdos seguían siendo reales”. En su libro El Bazar de la Memoria: cómo construimos los recuerdos y cómo los recuerdos nos construyen (Siruela), esta profesora de Psiquiatría del Trinity College de Dublín describe con una elegancia pedagógica cómo el cuerpo es el receptor de sensaciones, las sensaciones crean la memoria, y la memoria define a las personas.
PREGUNTA. ¿Cómo fue ese proceso por el que la historia de su paciente, Edith, le llevó a replantearse sus ideas sobre los recuerdos?
RESPUESTA. Tenía una idea muy establecida, la que nos enseñan en medicina, psiquiatría o neurología, de que la memoria era algo como un almacén permanente al que acudes cuando deseas recordar algo o figurar algo. Pero me di cuenta de que la memoria es algo que se forja en el momento presente, porque el único modo en que uno puede tener la experiencia de un momento dado es a través de la memoria, mediante un proceso de conexiones que dan sentido a ese momento. Las sensaciones llegan a tu cuerpo constantemente, y tú das sentido a esas sensaciones a través de la memoria. Es decir, la memoria es algo que, básicamente, vive en el momento presente. Eso es lo que me enseñó Edith, que la memoria es algo muy vivo, es lo que somos.
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P. Es usted muy crítica con esa idea tan generalizada de que existe un dualismo cuerpo-mente.
R. La idea de que las personas son algo diferente de sus propios cuerpos, que el ser humano pensante es diferente del ser humano que siente, es un completo error. Como el concepto mismo de que los hombres y las mujeres son diferentes. La filosofía ha estado dominada durante siglos por el concepto de que los hombres son los que piensan y las mujeres las que sienten. Todo eso comienza a desintegrarse con la llegada de la Ilustración y de los derechos humanos. Es la llegada del humanismo la que empieza a derribar esa concepción sexista. El reconocimiento de que mente y cuerpo actúan juntos, aunque lo hagan de un modo diferente, es fundamental no solo para entender la biología, sino para entendernos a nosotros mismos como animales humanos.
P. Es fascinante cómo utiliza en su libro las grandes obras de la literatura para explicar el funcionamiento del cerebro.
R. Todos estos autores dedicaron sus vidas a un proceso de introspección. La intensidad con la que llegaron al fondo de su propia conciencia, por la vía literaria, y sus procesos de pensamiento y sentimiento, supera mi capacidad de imaginar siquiera cómo alcanzaron esos logros. Eran seres humanos con un alto desarrollo. Piense en Samuel Beckett, capaz de crear un mundo el que no hay anclas, en el que no hay tiempo, espacio y a veces ni siquiera hay persona. Esas son precisamente las anclas a través de las que se construye la memoria, en un nivel celular del cerebro. Beckett se deshizo de ellos. Fue capaz de eliminar esos elementos para demostrar la materia cruda de la que estamos formados, debajo de todas esas estructuras que utilizamos para dar sentido al mundo.
P. Uno puede llegar a la conclusión de que los grandes autores no eran normales, en lo que se refiere al funcionamiento de su cerebro.
R. Tome el caso de Virgina Woolf, quien sufría de un desorden psicótico. A veces, durante sus estadios de enfermedad, lo que percibía a su alrededor y cómo lo integraba en su cerebro era un proceso no normal. Aprendimos lo que supone una percepción normal, porque, en su caso, era algo que estaba roto. Tenía un talento extraordinario para describir su propia introspección. Esa ruptura acaba resultando muy iluminadora sobre lo que ocurre en circunstancias normales. Las novelas de Dostoievski, por ejemplo, revelan para mí a un autor con trastorno maniático. No sé cuál era exactamente su diagnóstico, pero tenía periodos de perceptibilidad extrema en los que se descubre un estadio de emoción pura. ¿Era Cervantes una persona normal? No creo.
P. Uno podría pensar que la memoria es algo muy individual, pero sin embargo usted defiende el peso de la memoria colectiva.
R.No puedes separar tu cerebro de las influencias culturales, familiares o sociales que te rodean. Yo fui criada en Irlanda en un ambiente rígido dominado por el dogma católico. Rompí con eso cuando era muy joven. Pero esa influencia cultural ha permanecido en mí, y estoy segura de que ha estructurado muchas de mis creencias. E incluso si pierdes esas creencias, las estructuras que han creado en tu cerebro permanecen. El conocimiento se forma a través de capas anteriores de conocimiento previo, y siempre vamos a estar revisando el pasado en nuestro proceso de memoria.
P. Es normal, hasta saludable, defiende usted, mentirnos a nosotros mismos y crear falsos recuerdos.
R. . Somos humanos, y tenemos la necesidad de sentirnos bien. Uno de los aspectos más interesantes de la depresión es que los que la sufren no suelen engañarse a sí mismos. Se observan a sí mismos de un modo muy crudo, que podríamos considerar negativo. Pero es a la vez un análisis muy honesto del mundo y de la condición humana. La psiquiatría tiene mucho que enseñarnos sobre la necesidad que tenemos de pasar página. Y es algo saludable. Lo que se ha venido a llamar “psicología positiva” pretende animar a los pacientes, darles un impulso de optimismo, hacer que se sientan cómodos. Sin embargo, creo que también es bueno sentirse incómodo. Forma parte de la naturaleza humana la necesidad de hacer frente a los propios demonios. En cierto modo, toda memoria es falsa.
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