Ni unos Juegos Olímpicos sin su drama de indumentaria. “Chaquetas vaqueras. Ojalá estuviera de broma”, trinaba un usuario de Twitter el pasado abril. Incluso Dave Itzkoff, crítico cultural de The New York Times, entraba al trapo de la polémica, salpicando de paso con sarcasmo al último hito de Canadá, el apacible país del lacrosse: “Estos son los pandilleros que van a por ti si dices que has intentado ver la serie Schitt’s Creek pero no la pillas”. El crimen de lesa moda en Tokio 2020 lo va a cometer, en efecto, Canadá. Y sí, será en forma de cazadora tejana. En este caso, blasonada de parches y grafitis de calado juvenil. Exactamente la idea de prenda moderna y molona que podría tener un boomer, que diría un centennial. “La capital japonesa es famosa por su estilo y expresión artística de aire urbano. Y así es como hemos querido rendirle tributo”, se excusan desde Hudson’s Bay, la marca que viene uniformando a la delegación canadiense desde Pekín 2008.
El episodio recuerda, claro, al del uniforme español de Londres 2012, aquel chandalismo poligonero perpetrado por la empresa italorrusa Bosco Sports. Un traspié estilístico sobre el que llegó a pronunciarse la Asociación de Creadores de Moda de España (ACME) e hizo correr ríos de patriótica tinta, igual que ahora en la prensa canadiense. “Desafortunadamente, el uniforme de Canadá solo lanza un mensaje: somos un chiste”, editorializaba el National Post de Toronto. Y eso que tampoco es la primera ni la segunda vez que el vestuario de sus olímpicos le saca los colores a Canadá.
Para los anales quedan las riñoneras y los chillones pantalones cortos de cintura sobaquera con los que comparecieron en los Juegos de Barcelona 92, la extravagancia de lunares vista en Múnich 72 y el disparatado giro de glamur hollywoodiense ideado para Montreal 76 por John Warden, el diseñador favorito de Margaret Trudeau. Si tamañas heridas pudieron cerrarse en Río 2016 cuando acudieron a sus paisanos los diseñadores Dean y Dan Caten (Dsquared2), hoy han vuelto a abrirse.
Revelado en agosto del año pasado, el conjunto de cazadora vandalizada (sic) y vaquero blanco —combinación denim sobre denim conocida popularmente como “esmoquin canadiense”— es la elección del Comité Olímpico de Canadá para vestir la informal ceremonia de clausura. Para la inaugural está previsto un uniforme en tejido técnico con los colores de su bandera.
Posiblemente nada de esto hubiera hecho tanto ruido de no coincidir con la presentación de la uniformidad estadounidense, un dechado de estilo firmado de nuevo por Ralph Lauren. La moda no es un tema baladí en los Juegos Olímpicos. La indumentaria de cada país representado habla alto y claro no solo de su carácter, sino también de su estatus social, económico y cultural, y cualquier error es susceptible de desencadenar una tormenta. Por otro lado, hablamos del mayor acontecimiento deportivo del planeta cada cuatro años, lo que en términos mediáticos equivale a un espectáculo de audiencias millonarias: qué mejor escaparate para una industria, la de la ropa deportiva y el llamado activewear, que superará los 300.000 millones de euros en valor de mercado este 2021, según cifra la consultora Statista.
Los intereses olímpicos del negocio de la moda no son pocos. Empezando porque la mayoría de las equipaciones son concebidas como colecciones comercializables. Ralph Lauren lo hace, al igual que Hudson’s Bay, que opera como cadena en todo Canadá y cuyo conjunto (realizado en colaboración con Levi’s) ya puede adquirirse en su web. Se trata del único margen de beneficios al que da pie una labor sorprendentemente altruista: las marcas y creadores no suelen recibir contraprestación económica alguna. A cambio, se cuelgan las medallas del honor y el orgullo de vestir a los atletas de sus países. O incluso de otros. Sucedió con Lituania en Barcelona 92, que para volver a desfilar con bandera propia desde la II Guerra Mundial solicitó la ayuda del diseñador japonés Issey Miyake. Ocurrió de nuevo en Río 2016, resultado de una vuelta de tuerca política que dejó a Cuba en manos del francés Christian Louboutin en cuanto Obama anunció el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la isla. Y está pasando ahora con Liberia, que irá a Tokio uniformada por el aclamado neoyorquino de ascendencia liberiana Telfar Clemens a petición expresa del corredor Emmanuel Matadi, tras escuchar a su novia glosar las excelencias del bolso con el que el creador afroamericano ha hecho fama y fortuna mundial. Aparte de convertirse en patrocinador de la delegación, que lucirá con su característica impronta unisex, Telfar también se estrena comercialmente en la arena deportiva: de ahí saldrá la línea Telfar Sport el próximo mes de septiembre.
Lo cierto es que la relación entre moda y Juegos Olímpicos viene de lejos. Los de Londres 1948 vieron brotar la semilla de la firma italiana Missoni. Esquiadores del equipo italiano, Ottavio Misonni y su compañero Giorgio Oberweger habían ideado un nuevo tipo de atuendo deportivo que comercializaban en Trieste bajo el nombre de Venjulia: era una suerte de protochándal de lana, más abrigado y especialmente cómodo gracias a las cremalleras en los bajos de los pantalones. En la competición invernal de aquel año, todos los italianos vistieron un venjulia. Durante su estancia en Londres, Missoni conoció además a Rosita Jelmini, la que sería su mujer y cofundadora de la firma que llevaría el punto a un ascendente y lujoso nivel. El resto es historia del prêt-à-porter. También lo son las contribuciones de Hardy Amies, uno de los tres modistas oficiales de la reina Isabel II entre 1955 y 1990 y, desde su trono en la calle londinense de Savile Row, sastre de la delegación británica en México 68; y el estadounidense Halston, que en la cima de su carrera, y empeñado en vestir a todo el mundo, sentó las bases de las olimpiadas de la moda en Montreal 76. Levi’s dio el siguiente paso en los desfiles inaugurales de Moscú 80 y Los Ángeles 84, también con el equipo de Estados Unidos. Aun así, tuvieron que pasar tres décadas hasta el acuerdo contractual definitivo, el que unió a Ralph Lauren con el Comité Olímpico Estadounidense a partir de Pekín 2008 en otra jugada política. “Tener la oportunidad de trabajar con el equipo olímpico nos pone en una posición de ventaja para recordarle a la gente qué significa Ralph Lauren”, admitía entonces David Lauren, hijo del creador del sport genuinamente americano y su director de comunicación y marketing global. “Siempre se ha tratado de patriotismo”, remataba.
Pero ni siquiera las equipaciones con firma de relumbrón las tienen todas consigo. Al mismo Ralph Lauren le han llovido las críticas estos días por la exaltación del elitismo y el clasismo, con el logo de Polo eclipsando los aros olímpicos. Tampoco gustó el estilo de Stella McCartney cuando se hizo cargo de los atletas británicos en calidad de directora creativa de Adidas: a las prendas estampadas con la bandera de la Union Jack les faltaba rojo, se quejaron sus paisanos. Aquel Londres 2012, por cierto, fue declarado oficialmente el año de la moda olímpica. Amén de la hija del ex beatle, también estaba en competición Hermès vistiendo a los franceses (en 2016 lo harían de Lacoste), mientras Giorgio Armani debutaba con los italianos, una colaboración que se mantiene hasta la fecha.
Por lo que toca a España, algo de pecho se ha sacado. En Barcelona 92, Kelme fue la primera gran firma deportiva española en surtir a su delegación. Para Atlanta 96 y Atenas 2004, el encargo fue para la marca John Smith, que a pesar de su nombre es manchega. La madrileña Fumarel puso el sello aristocrático a Sídney 2000. Con la empresa china Li Ning en 2008 y la referida Bosco Sports en 2012 es preferible correr un tupido velo hasta Río 2016, el momento de Joma, máximo referente en equipación deportiva del país. La vestimenta española en Tokio este verano vuelve a ser suya: confección ecosostenible con tejidos reciclados.
“Sostenibilidad, diversidad, integración” bien podría ser el nuevo lema indumentario que acompañe al clásico citius, altius, fortius —más rápido, más alto, más fuerte— olímpico. Es otra prueba de cómo la moda se ocupa de reflejar su tiempo, su sociedad y cultura, en este caso a través del acontecimiento deportivo por antonomasia. En los Juegos celebrados en Ámsterdam en 1928 estuvo con los movimientos de liberación de la mujer, revolucionando los atuendos de las atletas y nadadoras. Se dejó sentir en el cambio de actitud en favor del sportwear cuando se instauró la Villa Olímpica en 1932 en la estadounidense Los Ángeles. Dio un vuelco a las prestaciones de las prendas de competición al introducir las fibras sintéticas elásticas (licra, elastano, spandex) que comenzaban a dominar el prêt-à-porter en Helsinki 52 y Melbourne 56. Impuso la hegemonía de las firmas deportivas que dieron carta de naturaleza al streetwear desde Los Ángeles 84. Y, como no podía ser de otra manera, ha colado el debate social en estos Juegos. Incluso cuestiones fundamentales como la ética laboral y la producción en proximidad, ejemplarizadas por la delegación de México: el año pasado sacó a concurso público su equipación, que ganó la marca High Life con un proyecto artesanal en Oaxaca. Aunque la puntilla la ha dado Kim Kardashian, que para anunciar que vestirá con su línea de ropa interior
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