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Viaje a la Castilla y León de Vox

Es jueves por la tarde, a la hora de comer. El secretario general del PP, Teodoro García Egea, comparece en ese momento en Madrid ante las cámaras expectantes de televisión para replicar a Isabel Díaz Ayuso. En la desierta plaza de Fuentesaúco (Zamora, 1.600 habitantes), Pedro Seguí, un empresario del pueblo, de 64 años, se toma un café en la terraza del bar mirando el paredón de la iglesia. Es seguidor de Vox. No votó en estas últimas elecciones por un lío burocrático, pero, de haber podido, habría apoyado a la formación de Abascal. Las bofetadas políticas entre Casado y Ayuso resuenan menos aquí. A Seguí, por ejemplo, no le importan mucho. Y eso que tiene aún carné del PP, partido al que votó durante toda su vida. Hace dos años cambió de opinión. Se enfada un poco cuando recuerda por qué: “Nosotros mandamos a la capital jóvenes y nos devuelven jubilados. Los diputados del PP y del PSOE de Castilla y León, ¿de qué han servido? Yo no quiero que mi hijo se vaya del pueblo. Por eso el éxito de Vox en Castilla y León. No es que la gente sea ahora más extremista: es que está hasta los cojones. Nosotros existimos y estos de Vox tienen las ideas claras”. Fuentesaúco contaba hace diez años con 2.000 vecinos. Desde entonces ha perdido 400. Vive de la agricultura, de pequeñas empresas como la de Seguí. Pero se empequeñece invierno tras invierno. Los viejos se mueren cuando les toca y nadie les reemplaza. No es raro ver tiendas cerradas o casas vacías con letreros de “se vende” a los que da la impresión de que nadie llama desde hace mucho. Los letreros de “se vende” serán una constante en todo este viaje.

Vox obtuvo 212.000 votos (el 17,6%) en las pasadas elecciones de Castilla y León. La formación de ultraderecha ha conseguido procuradores en todas las provincias, salvo en Soria. Su apoyo masivo se ha convertido, lógicamente, en trasversal. A Vox, en Castilla y León, le votaron el domingo pasado en los barrios más ricos (un 22% de media), pero también en los más pobres (un 18%), en pueblos pequeños (18%) y también en ciudades como Valladolid (17,8%) o Zamora (18,5%). Hombres (60%, según las encuestas) y mujeres (40%). EL PAÍS ha visitado algunas localidades de esta región en busca de las razones del despegue de la formación ultraderechista. Cada uno tiene la suya. Pero muchos citan la inmigración, la sensación de inseguridad, la decepción que les inspira el PP después de 35 años en el Gobierno de la Junta de Castilla y León y una cierta pero profunda sensación de abandono, de que nadie se ocupa de ellos, de vivir en una tierra olvidada, como bien describía el empresario Seguí.

En El Tiemblo, un pueblo de 4.500 habitantes al pie de la sierra de Gredos a 40 kilómetros de Ávila, Vox alcanzó el 27% de los votos. Uno de los que contribuyó fue Álvaro Vázquez, de 38 años, que cobra por una incapacidad permanente y que el martes se tomaba un botellín de cerveza al sol tranquilo de la mañana. “Empecé a votar Vox cuando llegó el Coletas”, cuenta guiñando el ojo. Y añade: “Vox defiende mi postura con la inmigración. Tiene que ser controlada. A los que lleguen en pateras, que los atiendan, que les den un bocadillo, que les curen, pero que los manden luego de vuelta a su tierra”, añade. En El Tiemblo hay, según datos del Ayuntamiento, 80 familias magrebíes, que suman unas 500 personas. Con frecuencia se ven por la calle mujeres o chicas adolescentes cubiertas con un pañuelo. Vázquez va a decir algo más cuando pasa por delante del bar un hombre montado en un quad (una moto de cuatro ruedas) que lleva enganchadas a la parte trasera varias banderas de España y una del Atlético de Madrid. “Ese de la moto es de Vox. Y yo, también”, señala el dueño del bar, de 42 años, que prefiere no dar su nombre por miedo a perder clientes. “Es el partido más coherente. Dice lo que la gente piensa y no se atreve a decir”, explica. Y luego agrega: “En el tema de la seguridad: te permite tener una pistola por si alguien entra en tu casa y quiere violar a tu mujer”. En otra parte del pueblo, a la sombra de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVI, Beatriz Yagüe, de 61 años, empleada en el Ayuntamiento y también votante de Vox, charla con una amiga. Cuando se le pregunta, carga contra los inmigrantes: “No puede ser que los moros tengan todo. Las ayudas son para ellos y mi hija no tiene nada. Los hay trabajadores, pero otros muchos no. En el colegio no hay más que niños de moros”. Luego se queja de los okupas (en el pueblo hay dos familias que se han apropiado de dos casas), de ETA, de los separatistas y del declive económico del pueblo. Un ruido indica que pasa de nuevo por ahí el tipo de la moto de las banderas. Es su marido.

Alvaro Vazquez, posa con su perro en una calle de El Tiemblo, Ávila, el pasado martes. Olmo Calvo

Unas horas más tarde, cae la tarde en El Espinar, (9.400 habitantes, Segovia). Hay casas de piedra, chalés sólidos y bonitos a las afueras, una plazoleta donde juegan los niños, muy abrigados. El apoyo a Vox alcanzó el 24%. Hace frío este martes de febrero y en una peluquería céntrica Víctor Saiz, el propietario, de 40 años, separado y sin hijos, deja a un cliente un instante para responder. “Voté a Vox, por muchas razones: el PP me decepcionó, en Cataluña, donde viví diez años, me trataron muy mal, con mucho rechazo, me llamaron fascista y español solo por llevar una gorra del Real Madrid… Allí pudo haber una guerra. No soy racista, tengo muchos clientes que son inmigrantes, pero creo que se está ayudando más a ellos que a los españoles, y eso no está bien”. Después expresa algo más difuso: “Este pueblo, económicamente es potente. Pero echo de menos algo de lo que me enseñaron mis abuelos, algo de aquellos tiempos: un país con más orden, más respeto y más educación”. ¿Una dictadura? “No”, responde, “eso no, pero casi”.

Una calle de Valladolid también alcanza un porcentaje parecido de apoyo a Vox, el 20%. Pero no se parece nada a El Espinar. En la calle de la Hornija, en el barrio de Las Delicias, los vecinos de toda la vida se quejan de que la barriada entera -y su calle en particular- ha sufrido un proceso paulatino e imparable de depauperación que empezó hace al menos diez años. El miércoles por la mañana, un anciano que se confesaba resignado a morirse ahí y que ya no votaba a nadie, contento de tener a alguien a quien quejarse, tomaba del brazo al periodista y le conducía arriba y abajo por la calle, mostrándole los baches de las aceras, las tiendas cerradas y las casas vacías mientras le relataba a la vez recientes asaltos con navajas. Los inevitables carteles de “se vende” o “se alquila” estaban por todos lados. Uno de ellos lo ha colocado Teodoro García, de 67 años, jubilado, propietario de una antigua carnicería, cerrada hace un año y ahora en venta. “La compramos hace 25 años por 100.000 euros más o menos. Hoy no nos dan ni 20.000. Por ese precio prefiero que se quede de trastero y guardar la bicicleta. El barrio se ha llenado de familias extranjeras, cada vez más pobres. La zona ha caído en picado”, cuenta. Votó a Vox: “Antes votaba al PP, pero me decepcionó hace tiempo. Peor no va a haber nada. Vox tiene una cosa a su favor: es el único que aún no ha gobernado”.

Teodoro Garcia, en la puerta de su carnicería, en Valladolid. Olmo Calvo

También en Valladolid, un chico de 19 años, Ángel Herranz, estudiante de Formación Profesional, aseguraba el miércoles a las puertas de su instituto que había votado a Vox pensando en sus padres, “a los que les gusta la caza”. En Zamora, Manuel Barreiro, un sanitario de 55 años que vive en un barrio joven de clase media, explicaba que votó a la ultraderecha “porque el PP ha ido incumpliendo en estos 35 años sus promesas para Castilla y León”. Y las enumeró: la muy incompleta autovía 122, que atraviesa paralela al Duero toda la región, la falta de suelo industrial, los cierres de centros sanitarios… “La gente se sigue marchando de aquí. Hace 30 años éramos en Castilla y León más de dos millones y medio de personas. Ahora casi no pasamos de 2.400.000. En Zamora, eso sí, voto a IU, porque el alcalde (Francisco Guarido) sí que ha cumplido las promesas que hizo para este barrio”. En estas zonas nuevas pobladas de familias jóvenes con hijos, el porcentaje de voto a la ultraderecha ha llegado al 25% de media en estas elecciones. En otra parte de Zamora, casi en el confín del término municipal, en la urbanización Siglo XXI, Vox alcanza al 28%. El paisaje es una sucesión ordenada de casitas de colores pastel, con jardín y tejado a dos aguas. A media mañana, un empresario joven salía con prisa de su casa para montarse en su BMW e ir a buscar a sus hijas al colegio. Comentó, sin dar su nombre, casi sin detenerse: “He votado a Vox porque hace falta un cambio radical. Que no den tantas ayudas a los inmigrantes. Yo tengo una empresa y le digo que muchos no quieren trabajar”.

Antonia Herrero, a la izquierda, y Amalia García, en el balcón del Ayuntamiento de Villán de Tordesillas, el miércoles 16 de febrero. Olmo Calvo

Villán de Tordesillas es un pequeño pueblo de la provincia de Valladolid con 130 habitantes, donde Vox ha escalado hasta el 53% de los apoyos. Lo raro aquí es encontrar a alguien que no le haya votado. En el fondo, lo raro es encontrar a alguien, simplemente, pues a las cinco de la tarde ya no hay nadie por la calle. De la puerta de un garaje sale Santiago García, de 55 años, representante de productos cárnicos: “Antes voté al PP, y antes a Ciudadanos y si estos de Vox no me gustan, pues dejaré de votarles, pero por ahora tienen el beneficio de la duda”. Y del Ayuntamiento, de un aula semanal de cultura, sale Antonia Herrero, de 64 años, agricultora jubilada, soltera: “Yo no me siento castellano-leonesa, me siento española. Y como yo, muchos otros de esta región. Y Vox es el único que defiende España. Como los catalanes defienden Cataluña o los vascos el País Vasco”. “¿Y en el tema de la mujer? Pues pienso que tiene que haber igualdad, pero no tirar al hombre para afuera. Las feministas son poco razonables “, añade.

El viaje termina en Villaescusa, otro pueblo pequeño, de Zamora, con 250 habitantes (42,2% de apoyo a Vox), casi en la frontera con Salamanca. En el interior del Ayuntamiento, un grupo de personas recibe clase de zumba a las cuatro y media de la tarde. En la plaza, Ángel Martín, de 70 años, profesor jubilado de Física y Química en un instituto de Salamanca, charla con un vecino sobre disolventes y líquidos para tractores. El vecino no ha votado a Vox. El profesor, sí. “No me considero de extrema derecha. Pero el descafeinado no me gusta. Y el PP se está desnaturalizando”, comenta. Y añade: “Que le hablen de extremismos al ganadero al que el lobo le come la vaca y que luego no puede matar al lobo por esto y lo otro…. Eso de que todo el mundo es bueno, aquí no se lleva”. El vecino no está de acuerdo con lo de los extremismos y arruga el gesto, pero comenta: “Es verdad lo de los lobo; de escapada, alguno pasa”. Martín asiente y añade: “Yo he admirado mucho a Rajoy. En fin, en el fondo, Vox es el PP, qué coño”.

Un día antes, por la noche, en Tordesillas, una localidad de Valladolid de 8.700 habitantes en el que la extrema derecha obtuvo un 30% de apoyo, tres jóvenes sonrientes tomaban una cerveza a la puerta de un bar. A la pregunta de si habían votado a Vox, uno de ellos, vestido con un chándal negro con la inscripción “kickboxing” en el pecho, escondió de golpe la sonrisa, se enderezó y, mirando fijamente al interlocutor, dijo:

—Soy coordinador de Vox en Tordesillas. Y no hablo con periodistas como vosotros. Tenemos orden de no hablar. Tira, tira, largo de aquí.


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